Nuestro Dios en su misterio más íntimo es una familia.
(Juan Pablo II)
La familia… esta Iglesia doméstica.
Que todo el género humano venga a la unidad de la familia de Dios.
(Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 11)
Así queda cerrado el círculo; en su interior de Dios Alfa a Dios Omega relumbra el misterio. Dios es un misterio; la Iglesia es un misterio; la familia ¿es un misterio? Más allá de que puedan definir los diccionarios y los sociólogos, ¿no será cierto que lo que hace de una familia en verdad una familia es lo suficientemente indefinible como para aceptar sus matices misteriosos?
Puestos a reflexionar sobre estos temas, es posible que una de las expresiones de las citas preliminares ofrezca alguna pista: la familia, Iglesia doméstica. La definición del adjetivo doméstico dice así: perteneciente o relativo a la casa u hogar, vinculado con ese adjetivo está el verbo domesticar que implica, obviamente, acercar a la casa definido como reducir, acostumbrar a la vista y compañía del hombre al animal fiero y salvaje.
Pero si en vez de recurrir a un diccionario recurrimos a un poeta, la pista es más sugestiva e iluminadora. En uno de los más bellos capítulos del libro El Principito de Saint-Exupéry se mantiene con el zorro aquel diálogo, inolvidable y ya recordado, en el que entre tantas cosas se aclara el significado del verbo domesticar: significa crear lazos , dice el zorro; y añade: si me domesticas, tendremos necesidad el uno el otro.
Ese es sin duda el secreto misterioso que emparenta al Dios Trinitario con esa comunidad llamada Iglesia 1 y con la alianza de personas que es la familia 2: la existencia de lazos, el necesitarse unos a otros.
Tanto en la intimidad de la vida divina como en la dinámica de la realidad eclesial o de la comunidad de vida y amor que es la familia 3, los lazos las relaciones son la estructura fundante. Y es precisamente en la vida familiar donde podemos intuirlos y comprenderlos de manera inmediata y asequible. Y si es cierto que cuatro relaciones fundamentales de la persona encuentran su pleno desarrollo en la vida de familia nupcialidad, paternidad, filiación y hermandad 4, a eso podría añadirse: no sólo encuentran allí su pleno desarrollo; allí se generan, allí se constituyen y se viven esos lazos misteriosos.
Es en la familia donde se respira la verdad profunda de toda relación: cada uno es lo que es gracias a otro distinto de sí: el varón es esposo sólo si la esposa lo convierte en tal; la mujer es madre sólo cuando un hijo la hace madre; hermana es la muchachita a la que el bebé recién nacido transforma en hermana; y…
Lo decía el zorro: tenemos necesidad los unos de los otros. Emmanuel Mounier lo expresó así: los otros me hacen ser. Soy lo que soy gracias a los otros, por los otros, de los otros. Esto se hace explícito en el habla cotidiana: somos hijos de nuestros padres, hermanos de nuestros hermanos, mujeres de nuestros maridos y viceversa, sobrinos de nuestros tíos…y así siguiendo. Estas expresiones ponen en evidencia esa forma de la relación que debe abrir el camino al reconocimiento de la inmensa deuda de gratitud que tenemos con todos los que nos hacen ser; constitutivamente recibidos de otros. ¿Despertaremos al llamado urgente a ser también para los otros?
Pues la vivencia de los lazos familiares nos descubre esta segunda dimensión: si los otros me hacen ser (soy hija de mis padres, hermana de mi hermana y nieta de mis abuelos), no es menos cierto que yo hija para mis padres hice padres a esa pareja entrañable que me engendró; y fui hermana para mi hermana y nieta para mis abuelos y… Porque el gran secreto que se descubre en la familia es que cada uno es de muchos y para muchos; pues muchos son los que nos hacen ser y muchos son los que necesitan de nosotros para ser lo que son. Somos de otros, llamados a ser para otros, recibidos y entregados.
Esa es la única trama verdadera sobre la que puede tejerse la vida de la persona. Y es precisamente en la familia donde se manifiesta con gran claridad esa dialéctica yo-los otros que permite, en cada uno, que la persona vaya purificándose incesantemente del individuo que hay en ella 5; de allí la afirmación de Pablo VI sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal 6.
Claro que todo hombre varón o mujer está llamado a ser persona (de otros y para otros) fuera del espacio de la familia. No hay circunstancia de nuestra vida que no nos coloque en la coyuntura de ser receptores de los bienes y talentos, las habilidades y los saberes, y el esfuerzo y el apoyo y todo lo que los demás dan para nosotros. Pues ¿qué hay, de lo que somos o sabemos o tenemos, que no reconozca alguien que puso algo para que cada uno pueda ser, saber o tener? De Dios para abajo, ¿cuántos hay en esa interminable cadena de donaciones?
Y entonces, ¿somos nosotros tan para los otros como deberíamos ser? ¿Por qué no intentar hacer vida la canción de María Elena Walsh?: Mi canto y mi corazón son para los demás; y agrega: al tiempo le pido tiempo, no me lo niega jamás; es mío para los otros, en caso de necesidad….
Y cuando ser cabalmente de otros y para otros se une a la maravillosa certeza de ser todos miembros de un solo Cuerpo cuya Cabeza es Cristo, en una comunidad de vida y de destino que nos hace germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano 7, entonces los lazos misteriosos están haciendo posible la vivencia de la Iglesia.
Esa Iglesia, en el designio amoroso de Dios Padre, es la Esposa del Hijo que por Él se hace nuestra madre y nos engendra a todos como hermanos: paternidad, nupcialidad, filiación, fraternidad. Las relaciones familiares se hacen punto de apoyo para las analogías que nos acercan al misterio de la salvación.
Por eso, tal vez valga la pena recordar algo escrito cierto tiempo atrás: es enorme la responsabilidad de todo miembro de la comunidad familiar al ir cargando de significado, a fuerza de testimonio, esas buenas ¡buenísimas! palabras: esposo, padre, madre, hijo, hermano. Pues según haya captado cada uno el sentido de ellas a la luz de lo vivido en la familia, así serán las imágenes que construya de Dios como padre, de Cristo como hijo, de la Iglesia como esposa y madre, de los hombres como hermanos.
Y de alguna manera ya está dicho: no es sólo el misterio de la Iglesia el que puede ser iluminado por las vivencias familiares; también el misterio más íntimo de Dios se deja entrever como paternidad y filiación y amor recíproco.
Es que como escribió Buber muchos años atrás diciendo quizás más de lo que quería decir en ese momento y en ese contexto: en el comienzo es la relación. Ya a principios del siglo V, san Agustín había afirmado que en Dios no hay accidentes, sólo sustancia y relación; y en esta frase cargada de sentido teológico y filosófico, queda propuesta una afirmación fundamental de nuestra fe: el Dios que nos hizo a su imagen y semejanza es, en sí mismo, dinamismo relacional.
¿Lo intentamos? Dios, que es amor y donación perfecta, se dona a Sí mismo y resulta así el Perfecto Engendrador (qué mejor que llamarlo Padre). Así comunica al Perfecto Engendrado (qué mejor que llamarlo Hijo) su mismísima naturaleza, que es el amor y la donación absoluta; entonces el Hijo, ¿qué hará, sino lo que su naturaleza del Padre recibida le reclama? Se donará totalmente al Padre y éste le regresará el don al Hijo y lo volverá a recibir de Él… y así eternamente. Y esa corriente de recíproca entrega del don perfecto, ese necesitarse recíprocamente el uno al otro, ese no ser cada uno lo que es Padre o Hijo sino por el otro, ese lazo de amor divino es el Espíritu Santo.
No se entiende, ¿verdad? Por supuesto. Los misterios no son para entenderlos; son para aceptarlos, contemplarlos, agradecerlos, rezarlos, vivirlos…
Dios es como una familia, comunión de personas, misteriosos lazos de amor. ¿Buscaremos las familias ser cada vez más imagen y semejanza de la Trinidad Creadora? ¿Seremos capaces de consagrar cada día mejor ese mundo especialmente próximo (¡prójimo!) de nuestras familias? ¿Nos sentiremos urgidos a consolidar nuestras familias como Iglesias domésticas, comunidades de fe, esperanza y amor, signos e instrumentos a nuestra manera de la unidad y la salvación para todo el mundo?
Conscientes de ser recibidos de Dios y de los hombres, sabedores de las donaciones de amor del Otro y de los otros, ¿ sabremos ser donadores generosos para nuestros hermanos, canales mediadores siempre abiertos al amor y a la gracia que el Padre quiere hacer llegar a todos sus hijos? ¿Seremos capaces de desvivirnos para combatir el buen combate, el de ir llevando a todo el género humano a la comunión de la familia de Dios?
En este año del Espíritu Santo, pidamos al misterioso Lazo de Amor Perfecto entre el Padre y el Hijo que perdone nuestra fe débil, nuestra esperanza pobre, nuestro amor apocado y que transforme nuestras dudas en certezas, nuestros desalientos en coraje, nuestra tibieza en fervor.
Y pidamos al Dios que es una familia que nos domestique con el lazo de su ternura y sus exigencias para que cada día tengamos más necesidad los unos de los otros y todos de Él.
1. Título de un libro de Max Delespesse.
2. Documento de Puebla, 582.
3. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 17.
4. Documento de Puebla, 583.
5. E. Mounier.
6. Evangelii nuntiandi, 24.
7. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 9.
1 Readers Commented
Join discussionMuchas gracias Prof. Julita por este artículo. Como todos los textos suyos que he leído, este invita a la re-lectura, al diálogo y al pensar junto con otros. Gracias!