Conferencias memorables

 

Cuando viajé como becario a París, me puse en contacto por primera vez con el poder transformador de la oratoria. Esa sublime proporción que todo lo envuelve, esa mesura elegante en las frases son el tesoro más preciado de la lengua de Montaigne. Un idioma como el francés cuando brota del corazón de un sabio se transforma, además, en una conjura casi mágica. Aprendí que salir de la Comédie Française y entrar en el Collège de France no significaba romper el encanto. Absorbía con la misma fruición la melodía de los versos de Racine que la precisa entonación de Merleau-Ponty. También escuché la voz ronca de Jean Paul Sartre predicando el evangelio castrista, a la vuelta de su primera visita a la Cuba revolucionaria. Sartre leía muy bien, no improvisaba y leyendo ante un público que colmaba el aula magna de la Sorbona, escribiría un ensayo “políticamente correcto” para esos tiempos pero fundamentalmente engañoso. En el mismo “Amphi” escuché a “Corbu” (o dicho de modo vulgar, en el mismo Anfiteatro escuché a Le Corbusier). Una conferencia actuada que el arquitecto de gruesos lentes y gestos vigorosos ilustró con admirables dibujos sobre inmensos papeles blancos, cuyos restos se disputaron decenas de admiradores/as. Y en el XXI Congreso Internacional de Psicología de París, muchos años después, escuché a mi maestro Jean Piaget cuando cumplió 80 años. Frente a miles de colegas de todo el mundo pronunció su gran conferencia, el congreso era en su honor, comenzando con una frase que se hizo célebre: “le passé ne m´intéresse pas…”, y pasó a exponer sus proyectos, que continuaría hasta su lúcida muerte. Nunca en mi vida escuché una ovación semejante y esa manera confiada de forzar el futuro me sirvió de modelo desde entonces. A éstas podría agregar la serie inolvidable sobre “El Misterio y el Hombre” en la Semana de los Intelectuales Católicos de París con Gabriel Marcel, Paul Ricoeur, Etienne Gilson, Jean Guitton, y tantos otros. Pero no es el caso de redactar un elenco de figuras prestigiosas que me elevaron con su palabra. Lo que quise decir es que algunas conferencias están ligadas, seguramente, a un momento sutilmente receptivo de nuestra propia vida.

 

Otras conferencias merecerían citarse por su rareza. Salto de la Sorbona a la Gregoriana y a una clase magistral a la que concurrí como oyente, de la cual sólo recuerdo que ¡era en latín! Toda clase en latín suena a conferencia. No pasó mucho tiempo sin que yo me sometiera al mismo arcaizante ejercicio en las clases de filosofía, que eran también en latín, en Fribourg. En Oxford, recuerdo, asistí a una brillante ceremonia de un doctorado honoris causa en un latín interminable. En cambio, en la Academia Pontificia de Ciencias, paradójicamente, no se habla en latín. Allí tuve el privilegio de presenciar en el aula de la Casina Pío IV la magnífica exposición del gran genetista italiano Luigi Cavalli-Sforza, profesor en Stanford, sobre los mapas lingüísticos y genéticos de las distintas comunidades humanas (ver: History and Geography of Human Genes. Princeton, 1994). Una conferencia, en el Vaticano, de un hombre de ilustre estirpe renacentista en un palacio de un papa de la familia de los Medici, en inglés, nuestro latín actual, y después el almuerzo en el jardín de otoño que seguramente recorrió Galileo. Una conferencia para no olvidar.

 

Ahora salto a Boston y a Cambridge, las ciudades hermanas de Massachussetts, que recorre un caudaloso río de inteligencia. Allí asistí a tres conferencias memorables. La de Neil Armstrong en el MIT al poco tiempo de su caminata lunar; la enorme sala geodésica diseñada por Buckminster Fuller estaba repleta a reventar. Apareció en escena el astronauta cual nuevo Ulises, héroe del mundo libre, y comentó su conquista espacial mostrando un film incomparable. En otra ocasión, escuché a Noam Chomsky, el anti-héroe, cuando en el mismo lugar y con un público semejante, en plena guerra del Vietnam denunció con rigor y valentía la política bélica de Estados Unidos. En cualquier otro país lo habrían detenido en el acto, pero allí no. Siguió enseñando lingüística e investigando el formalismo de la sintaxis universal en el MIT sin ser molestado por su activismo político en ningún momento (ver la espléndida biografía de R.F. Barsky Noam Chomsky: A Life of Dissent, MIT Press, 1997, publicada también en internet: www.mitpress.mit.edu). La tercera conferencia memorable fue en Harvard, en el bellísimo Carpenter Center for the Visual Arts, diseñado por Le Corbusier, donde asistí a un curso de Rudolf Arnheim sobre la psicología de la visión. Nunca olvidaré la profusión de diapositivas y sobre todo el impacto que me produjo la proyección del cuadro de Carlo Crivelli La Anunciación con San Emidio (ahora en la National Gallery de Londres) en el momento crucial de la disertación, cuando el rayo del Espíritu Santo penetra en la alcoba de la Virgen, por una apertura ad hoc en el muro, para no alterar el rigor de la perspectiva y de las líneas de fuga.

 

En este recorrido por las más altas cumbres de mi cordillera de conferencias he descubierto que hay varios estilos. Algunos oradores no necesitaron más que su palabra, como Piaget, otros se sirvieron de imágenes audiovisuales de altísima tecnología, como Armstrong. El artista Le Corbusier dibujó como un virtuoso al mismo tiempo que hablaba. Arnheim, psicólogo del arte, creó un clímax estético manipulando sabiamente el ritmo de sus proyecciones. Pero todos transmitieron un fervor peculiar e incidieron sobre la audiencia, dejando rastros indelebles en el público.

 

Hiperconferencias digitales

 

Ese estilo personal que distingue al conferencista puede hoy expresarse con un nuevo grado de libertad gracias a los recursos de las comunicaciones y de la informática. Desearía describir brevemente lo que ha significado para mí contar con un sitio en internet para dar una conferencia multitudinaria. Por sus características técnicas llamaré hiperconferencia a este “hipertexto narrado”. Un hipertexto es una combinación de textos escritos y de imágenes audiovisuales, conectados entre sí por enlaces digitales (links). Cuando leemos un diario en internet estamos leyendo un hipertexto, podemos saltar de un contenido a otro (incluso cambiar de diario en el medio de la lectura de un editorial que no nos interesa), guardar en la memoria de nuestra computadora lo que sí nos interesa, sea imagen o texto (o sonido, cuando existe un comentario hablado o un registro musical), imprimir un gráfico, hacer nuestra crítica y enviarla directamente al autor o al editor con sólo pulsar una tecla. Leer un hipertexto no es recorrer un camino trazado, es una navegación libre y requiere la ejercitación de un nuevo estilo de (hiper)lectura, un nuevo hábito digital. Lo mismo sucede en una hiperconferencia.

 

Ante todo ¿cómo se prepara? De la misma manera que un hipertexto: seleccionando los links entre textos e imágenes, componiendo algunas, copiando otras, ya sea con un scanner o extrayéndolas de las innumerables bases de imágenes de dominio público (o privado, previo pago de un arancel) que se encuentran en la red. En definitiva, se edita cuidadosamente una conferencia, con todas sus referencias, de manera tal que haciendo un simple click con el ubicuo mouse el orador tendrá a su disposición ingentes recursos propios y ajenos a su disposición para dictar su hiperconferencia. Un proyector adecuado conectado a la computadora será el espacio visual para el auditorio; el otro, el digital, estará activo en la red de internet para brindar todas las conexiones necesarias. Un espacio digital abierto a la improvisación tanto como a la más rigurosa interpretación de un programa preestablecido.

 

El desarrollo de una hiperconferencia tiene tres fases: ante, durante et post. La conferencia puede estar en internet con antelación para que los asistentes se vayan familiarizando con el tema. Viene luego la presentación propiamente dicha frente al público. Hice una interesante experiencia recientemente en la Universidad Nacional de Cuyo. Durante varias horas, con los debidos intervalos, expuse sobre la cultura digital, con ayuda de ideas propias y ajenas. A estas últimas accedía a través de los links preestablecidos y de esa manera viajamos por América, Europa y Asia siguiendo un recorrido preciso pero a la vez libre, haciendo escalas en distintos sitios de la red. Finalmente, la hiperconferencia no desaparece al término de la exposición, podrá mantenerse siempre activa en la red si fuera necesario. Más aún, observamos que puede incluso crecer y perfeccionarse con el tiempo. Por ejemplo, se han incorporado fotos digitales tomadas en el momento y mi hiperconferencia ya se está enriqueciendo con las preguntas de los participantes que recibo por correo electrónico. Y lo que resulta novedoso es que las ideas no se pierden, aunque no queden por escrito (no tiene sentido “imprimir” una hiperconferencia). Por ejemplo, cualquiera puede volver a recorrer este mismo trayecto hipertextual visitando nuestro sitio en la red (www.byd.com.ar). Así lo han hecho ya algunos colegas que no estuvieron presentes en Mendoza, algunas reflexiones vienen desde las antípodas (debemos dar siempre una versión en inglés, si queremos globalizar nuestras ideas). Además, los que estuvieron presentes tendrán la oportunidad de retornar a visitar los sitios de mayor interés y seguir explorando alguna idea que fuera expuesta pero poco profundizada. Cuentan con todos los datos necesarios para ello. A diferencia de una conferencia acotada en el tiempo, que concluye cuando se va el expositor y no siempre deja rastros en la memoria del auditorio, la hiperconferencia no sólo permanece sino que se enriquece con el tiempo y el intercambio de comentarios. En lugar de ser un hecho ocasional podría tener una presencia permanente si el tema lo merece. Se puede prever que la hiperconferencia será la modalidad de elección en el corto plazo.

 

Y a los efectos prácticos, lo que me alegra, es que ya no preciso viajar más con una masa de papeles, transparencias o diapositivas. Solicito a los organizadores que se conecte una computadora a internet y a un proyector. De la red saco toda la información que ya preparé previamente en mi sitio de la red y en la pantalla proyecto lo que deseo transmitir a la audiencia. Viajo liviano de equipaje, el trabajo lo hice en casa. Pero en el bolsillo llevo una tiza por las dudas si todo falla, un plan B que desde la antigüedad ha servido para escribir en la siempre fiel pizarra.

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