La II Semana de Cine Argentino en Salta nos ha permitido conocer algo más que el presente. Allá fuimos, para dar un seminario paralelo de historia de nuestro cine y ver de paso la ciudad, y algunos preestrenos. En esta materia, estaban desde el road-movie rosarino Camino a Santa Fe (costo total, 100.000 pesos), hasta la llamativa fantasía de anticipación La sonámbula (costo total, 2.500.000, aunque parecen más).
En materia de turismo, nos interesaron esa obsesión particularmente los lugares donde se habían filmado La guerra gaucha y otras películas, y también el Fortín Cobos, testigo de la conquista española, y la Finca La Cruz y la quebrada La Horqueta, testigos del esfuerzo de Güemes por nuestra libertad. Y la iglesia de los franciscanos, por supuesto, con un guía maravilloso, el señor Mamaní, que prácticamente se crió allí mismo, y que muestra cada rincón no sólo con conocimiento y orgullo, sino con admiración, como si lo hubiera descubierto ese mismo día.
Los salteños descubrieron además algunos títulos ya conocidos en Buenos Aires, interesándose sobre todo en Picado fino, Dársena Sur y Plaza de almas. Y los porteños descubrieron que también en Salta se hace cine, particularmente gracias al documentalista Alejandro Arroz (veinte tele-filmes de media hora sobre valores regionales), el estudiante Rodrigo Moscoso (que está terminando entre amigos su primer largo, una comedia), y la prometedora Lucrecia Martel, la del formidable corto Rey Muerto, que tiene en carpeta su propio proyecto, mientras encara otros con Lita Stantic (productora de Dársena Sur, y también realizadora de Un muro de silencio).
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Otro interés nos fue medianamente satisfecho. Sabíamos que en 1923 se conoció en Buenos Aires una película nacional rodada en las montañas de Salta, La bagüala, de Ricardo Villarán, con fotografía de Alberto Biasotti y algunos artistas de la época, entre ellos Mary Clay, que después se fue a Norteamérica. Eso era todo lo que sabíamos, y esperábamos que en los diarios salteños de la época hubiera algo más. Así conocimos la Biblioteca Provincial, una casona de color rojizo, que alguna vez fuera trono y refugio del gran escritor Juan Carlos Dávalos, y que tiene un típico patio central, a cuyo alrededor están las galerías techadas, bajo las cuales, en mesas que dan al patio, se acodan provincianamente los estudiantes secundarios, disfrutando al mismo tiempo del aire, de la tradición, y de la lectura.
La sección destinada para hemeroteca es, lógicamente, más reservada en ese asunto del aire. El material se conserva bien, y se nota la dedicación del personal a cargo. Allí estuvimos revisando el diario Nueva Época, aunque sin encontrar nada de lo que buscábamos (¿debimos, quizá, revisar El Cívico Intransigente? Lástima, no tuvimos tiempo). Pero como suele ocurrir en estos casos, encontramos otras cosas interesantes, como noticias de ciertas giras teatrales, corridas de toros, recitales poéticos, la programación enteramente manejada por una distribuidora norteamericana de cine, y el esfuerzo patriótico de la empresa de Federico Valle por pasar documentales de diversas provincias en matinés para escolares. Realmente, sólo cuando llegó el sonido nuestro cine logró hacerse notar. Tantos años después, y todavía sigue la misma lucha.
Encontramos también porque uno se tienta en cada página, noticias del nuevo impuesto a las bebidas de alcohol, naipes y coca, o de una licitación pública de carne, galletas y leña para el Ejército, una editorial pidiendo que los bomberos controlen los desmanes de la indiada que volvía de las cosechas, la noticia insólita de unos coyas que secuestraron al comisario para reclamar por sus derechos, la noticia bien titulada de una pelea entre cocheros de plaza (Riña entre aurigas), propagandas informando que la gente chic fuma Reina Victoria, los remates, la campaña de Firpo en cuadriláteros norteamericanos, los clasificados, que comenzaban con un ofrecimiento de ama de leche…
Y los policiales. Algunos risueños, otros tremendos, con varios casos de filicidios, por miedo de alguna parturienta soltera, o brutalidad de un criollo borracho e irascible. Y no pudimos menos que detenernos ante una breve nota policial, titulada, qué irónico parece este título, El suicidio de esta tarde. Eran sólo dos párrafos, escritos de apuro con la noticia del momento, de un sábado soleado de agosto. El primero informaba debidamente el nombre de la víctima, la dirección y la circunstancia en que había sido hallada una muchachita de apenas 17 años, quien en la tranquilidad de la siesta había sorprendido a todos disparándose un tiro en la sien.
El segundo párrafo, un prodigio de síntesis, de poesía periodística, y acaso de poesía a secas, decía simplemente, románticamente: Atribúyese su extrema determinación, a que estaba cansada de la vida.
¿Qué escritores, que cineastas, podrán volver sobre esa página, sobre esas dos líneas finales que todavía hoy nos embargan el pecho?