Una angustiada queja surge hoy en muchos de nuestros estudiantes. La expresan en clase, abiertamente y sin temor: Padre, voy a misa y con ello no logro nada. ¿Por qué debo seguir yendo? Hace 10 años que no voy. Es tan aburrido. Puesto que Dios me ama, no iré al infierno; entonces, ¿por qué sufrir? Cada vez que voy es siempre la misma vieja cosa. Uno puede ver una película y disfrutarla. Pero ¿cuántas veces puede ver la misma película?
Resulta trágico que afirmaciones como éstas provengan de estudiantes de los primeros y los últimos años de una universidad católica, después de haber cursado dos semestres de teología. Están concluyendo su período de educación formal en artes liberales; sin embargo, en cierto sentido, aún no lo han comenzado.
A veces sus quejas de religión y sus angustias morales son desgarradoras. Uno se pregunta dónde han estado la familia, la escuela y la Iglesia en la vida de estos jóvenes. Algo debe hacerse por aquellos que están en la búsqueda; no se puede permitir que continúen simplemente a la deriva.
Estas observaciones fueron inspiradas por el diálogo suscitado en la apertura de un curso donde mi propósito no era dictar una conferencia, sino escuchar lo que ellos quisieran decir. Pero pronto advertí que lo que estaba haciendo no era suficiente. Fue cuando un estudiante, con rostro evidentemente compungido, dijo: Padre, díganos qué piensa. ¿Qué hacemos?
Sabía que debía decir algo. Entonces me dije: Por favor, Dios mío, ayúdame a hacerlo, y me sumergí. No sabía qué iba a decir exactamente, pero sí que debía ser breve, preciso, claro, directo, organizado y debía responder la pregunta.
Las cosas duraderas
Reduje la respuesta a pocos puntos que, en perspectiva, pienso que expresan lo esencial.
La primera cosa importante, dije, es la fe. Ahora sé que esto suena a frase hueca, la misma vieja respuesta de siempre. Cuando algo no puede explicarse, les dicen que tengan fe. Pero no es así. Uno debe darse cuenta de que la fe no es un tranquilizante ni un sentimiento; es un instrumento de conocimiento. Es una manera de conocer algo que de otro modo no podría llegar a ser conocido.
Parte del problema es que ustedes son personas con una orientación muy racional. Quieren razonar las cosas, quieren explicaciones lógicas y argumentos racionales que prueben la existencia de las cosas. Esto es algo bueno. Pero deben advertir que, cuando se trata de cuestiones de fe, esta metodología constituye un obstáculo. En definitiva, no es eficaz; no funciona. Es una dimensión importante de la experiencia de fe el uso de la razón siempre es importante, pero no brindará la visión de verdad que proviene de la fe.
Deben darse cuenta de que la fe es en realidad una experiencia entre dos personas, una persona en comunicación con otra, una persona que comparte la vida con otra. La fe católica se enraiza en un encuentro con Dios en Jesucristo, donde ustedes llegan a conocer a Dios y donde cada uno quiere compartir la vida con el otro Dios quiere compartir su vida con ustedes y ustedes quieren compartir su vida con Dios. En esta experiencia, la razón es algo totalmente secundario.
Si alguna vez se enamoraron, sabrán que la razón sólo juega una pequeña parte en la experiencia. Difícilmente ustedes decidan amar a otra persona porque han investigado racionalmente el valor de esa relación, elaborando cuidadosamente todas las razones para amar, y llegado finalmente a conclusiones lógicas que prueban la validez de la experiencia. El amor surge del encuentro con el amado, y el reconocimiento de la amabilidad del otro. Lo mismo sucede con la fe en Dios. Descubrimos a Dios en la experiencia de fe; reconocemos su fidelidad y amabilidad en la experiencia concreta. Ustedes deben experimentar el encuentro con Jesucristo para tener fe en él. ¿Por dónde empezar?
Toda relación de fe involucra cierto riesgo porque ella se establece sin plena explicación racional que la justifique. La verdad de la cuestión es que la conciencia de la validez de una experiencia de fe sólo surge desde dentro de la experiencia misma. Por lo tanto, en alguna medida, ustedes deben estar dispuestos a dar el salto para descubrir la validez de la experiencia. Deben decir: allá voy; me entrego a la experiencia, para bien o para mal. Expondré mi vida a esta relación porque merece que lo haga. No pueden esperar eternamente a tener todas las respuestas.
Lean el Nuevo Testamento. Verán que Jesús nunca puso la obtención de todas las respuestas en primer lugar. Cuando dijo a sus discípulos: si no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán Vida, los discípulos que pusieron primero la razón dijeron: No es posible, y muchos dejaron de acompañarlo. Jesús no los detuvo. Él no intentó refutar su punto de vista. De hecho, se volvió hacia sus Apóstoles y les preguntó si también ellos querían irse. Pedro respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Pedro no entendía más que los otros, pero creía que si Jesús decía eso, así debía ser. Esta es la fe actuante. En otra oportunidad, Jesús le preguntó a Pedro: ¿Me amas más que los otros? Y Pedro respondió: Tú sabes que te quiero. Pedro seguramente encontró en Jesús una respuesta al significado de su vida, respuesta que no podría haber obtenido de otro modo. Pero en definitiva fue el encuentro lo que garantizó la fe.
Conocer a Cristo Jesús
Lo que sigue en importancia es el conocimiento. Ustedes deben saber lo que implica la fe en Cristo. Deben comprenderlo; deben saber lo que están buscando. Aparentemente en la generación mayor el conocimiento no era tan importante. La generación mayor (la mía) no necesitaba entender lo que estaba haciendo. Ellos hacían lo que se les decía, porque la Iglesia les decía que lo hicieran, y ellos eran fieles y obedientes. Para ellos era suficiente saber que la Iglesia quería que lo hicieran. Presumían que la Iglesia sabía de qué hablaba y aceptaban que la Iglesia hablaba con la autoridad de Cristo, y que era así. No era necesario comprender los por qué de la fe; eso quedaba en manos de la Iglesia.
El método para ellos funcionó, pero no es normal que esto suceda hoy entre la gente joven. Ustedes necesitan sabe por qué están haciendo lo que hacen, qué se supone que sucede en una experiencia como la misa. En el pasado la misa se oficiaba en latín y mucha gente la seguía sin comprender una palabra, pero no les importaba. Hoy escuchamos misa en nuestro idioma, y muchos comprenden las palabras pero aún no saben lo que realmente significan. Pensábamos que comprender las palabras era suficiente pero ahora sabemos que no es así. Y para muchos, si no comprenden lo que está ocurriendo, no quieren ir, porque la experiencia carece de sentido, es aburrida, y la acción parece hipócrita.
Y sin embargo hay gente que va todos los días y escucha la misma misa que ustedes escuchan, y van porque quieren ir, porque reciben mucho de ella. Debe haber algo allí que hace que para ellos tenga sentido, un significado más profundo; y ustedes deben tratar de encontrar qué es. Por lo tanto, necesitan comprender la misa, pero más que su solo contenido: su significado más profundo. Ello abarcará cierta comprensión del símbolo y el misterio, porque eso es la misa: un ingreso a la vida de Cristo a través del misterio y el símbolo. Pero no se llega fácilmente a esta clase de conocimiento. Investigarlo involucra cursos de teología, cuestionamiento y análisis. Intentar comprender lo que está sucediendo y por qué. Ya no es aceptable decir: Tengan fe, y luego olvidarlo. Si ustedes son personas inteligentes, finalmente se preguntarán por qué y deben responder esa pregunta. La fe necesita conocer de qué se trata para que la experiencia tenga significado.
Misericordia y redención
Pero también es necesaria una tercera cosa y acaso no sea fácil para ustedes: el saberse pecadores. Si no llegan a reconocerse como pecadores reales y no como alguien que tiene debilidades, nunca comprenderán a Cristo.
Hoy el pecado no es popular: pocos de nosotros pensamos que somos pecadores. Pero lo somos. Necesitamos conocer y aceptar el hecho de que somos pecadores y tenemos necesidad del amor, la misericordia y la redención de Cristo: que en definitiva cargamos el peso de nuestra naturaleza herida por el pecado, no sólo nuestra incapacidad de salvarnos a nosotros mismos, sino también nuestra incapacidad para ser la clase de personas que querríamos y deberíamos ser. No podemos hacerlo solos. Somos limitados, frágiles, débiles. Cargamos la carencia de lo que nos hace seres humanos reales, y debemos darnos cuenta de que nunca seremos capaces de salir de nuestra condición pecadora por nosotros mismos. Debemos tener un sentido real del poder destructivo del pecado en nuestras vidas, un poder tan sorprendente que destruye nuestra capacidad de comunicarnos con Dios o estar unidos con él para siempre. Nuestra situación es desesperada. Sólo con ese sentido de pecado podemos comprender el valor de lo que Dios nos está ofreciendo en su Hijo, Jesucristo.
Lo sagrado en nuestras vidas
Esto conduce al cuarto punto: la redención (es decir, la vida) llega a nosotros con la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Vamos a misa para experimentar el encuentro con el Señor, encontrarnos con Cristo, estar con él, hablar con él, compartir nuestras vidas con él y agradecerle por salvarnos de nuestra condición pecadora.
De esto se trata: de una experiencia trascendental que está en el corazón de la experiencia de fe. Una experiencia de lo sagrado en nuestras vidas, Dios viniendo a nosotros desde fuera del tiempo, llamándonos a estar con él y compartir nuestras vidas con él. Esta es la razón por la cual es tan importante mantener el aura sagrada de la misa. Es un tiempo para la calma interior y exterior, porque en la misa existe un contacto entre tiempo y eternidad. Nos reunimos con el Señor en la medida en que él se entrega a nosotros. Esto no quiere decir que no podamos encontrarlo de otro modo, sino que lo encontramos especialmente allí, en un momento que él ha reservado especialmente para estar con nosotros.
Y en ese encuentro hallamos a Jesús, el que nos salvó del pecado. Por su vida, muerte y resurrección, nos liberó del pecado para que seamos nosotros mismos, para que nuestra vida tenga un significado trascendente, para que salgamos de nuestro yo pecador y lleguemos, con Él, a la plenitud de la vida, que de otro modo no podríamos alcanzar. No podríamos hacerlo por nosotros mismos por nuestra naturaleza pecadora. Para hacerlo necesitamos de él. Y viene a reunirse con nosotros en la misa.
Ahora ustedes se preguntan si Jesús realmente resucitó desde la muerte. ¿Cómo podemos saber si así fue? El estudio de las Escrituras les ha dejado cierta perplejidad al respecto. Los hechos son vistos como un producto de la historia, no concuerdan en todos los aspectos, son constantemente reinterpretados. Pero esto nos retrotrae a nuestro punto de partida.
Ustedes pueden investigar las Escrituras eternamente, y si dejan de hacerlo, todo lo que dejen será la investigación racional y la conclusión racional. Pero el conocimiento de la resurrección de Jesús llega solamente a través de la fe. Por cierto, hay soportes racionales. ¿Qué significó la resurrección para los primeros seguidores de Cristo? La experiencia de la resurrección de Jesús transformó sus vidas. No existe otra manera de explicar la diferencia entre la manera en que los discípulos actuaron antes y después de la resurrección. Si leen cuidadosamente las Escrituras, verán que los primeros seguidores de Jesús eran, en su mayoría, incrédulos respecto de gran parte de las experiencias de Jesús en la tierra. Siempre dudaban y no comprendían lo que decía y lo que estaba pasando. Llegaron a ser verdaderos creyentes sólo después de su experiencia de la resurrección de Cristo.
La comunidad de creyentes
Pero ¿cómo pueden ustedes saber eso? La misma experiencia no se niega si saben dónde buscarla: en la vida de la comunidad creyente. Esta es la razón por la cual la experiencia de la misa en comunidad es tan importante y por lo tanto valiosa. Hoy Jesús está vivo, y llega a nosotros vivo en la Eucaristía en la experiencia comunitaria que tenemos de él. Si ustedes ahora no lo creen, entonces ábranse a la posibilidad y den ese salto que mencioné antes. Atrévanse a exponerse a la posibilidad de que sea verdad, y saltar para tener la experiencia.
Por lo tanto, lo que en última instancia se asume es la fe en Jesús, el conocimiento de cuál es el contenido de la fe, la conciencia de naturaleza herida por el pecado y de la necesidad de redención, y del hecho de que en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús se nos da un don extraordinario: una participación en la vida de Jesús mismo, una experiencia de salvación que nos libera del pecado y plenifica nuestras vidas. Todos estos pasos son importantes en esta experiencia. Considero que no pueden comprender lo que es el cristianismo sin estos cuatro pasos.
La fe en Cristo no llega con facilidad, por lo menos en nuestros días. Deben trabajar para eso. Pero, si se toman el tiempo de hacerlo, accederán a una experiencia que los puede transformar para siempre. Inténtenlo.
Texto original de America, vol 178 n. 16, mayo 1998.