Pocos recordarán que en 1959, el Intendente de Buenos Aires, ejerciendo una facultad prevista en la ley, calificó de inmoral la novela Lolita, de Valdimir Nabokof y prohibió su venta y publicación. No se trataba de pornografía gruesa sino, como es sabido, del relato complaciente de un estupro.
La justicia local consideró válida esa decisión y la Suprema Corte la confirmó, sosteniendo que la obscenidad es sólo una posibilidad pero no la única con que cabe ofender la moral pública y las buenas costumbres 1.
Dos años antes la Corte Suprema norteamericana había resuelto, en relación con un impreso, que la obscenidad no está protegida por la libertad de palabra y de prensa 2.
Ambos fallos y la expresión ofender la moral pública, hoy y aquí, parecen irreales frente al desborde incuestionado de medios masivos de impacto incomparablemente mayor que la imprenta.
En una reciente conferencia pronunciada en la Academia Nacional de Ciencias 3, el profesor Michael Morgan de la Universidad de Massachusetts, destacó el efecto negativo de la televisión de su país para los valores que fundan la democracia y su influencia, en general, en la formación de indeseables modelos de conducta. Así lo verificó un estudio realizado a lo largo de treinta años sobre los programas de ficción, producidos por unas pocas empresas atendiendo únicamente a las exigencias del marketing.
No se trata de volver a 1959, pero es oportuno dar un paso más atrás y con el método de la antropología social, preguntarse ¿qué interés tiene la sociedad en un tema, como el del sexo, que por su naturaleza pertenece al campo de la vida privada?
La hipótesis de Godelier
A partir de la pérdida del período de celo en la hembra humana y a diferencia de los demás mamíferos, hombres y mujeres pueden hacer el amor en cualquier momento, a lo largo de todo el año. Maurice Godelier encuentra esa ilimitada posibilidad, opuesta a la cooperación que requiere toda sociedad: como dice Freud, el amor de pareja es una pasión egoísta y el deseo sexual aísla a los individuos más de lo que los asocia.
De ahí que para el antropólogo francés, algo de la sexualidad debió ser sacrificado. La sociedad nace de esa amputación que es, al mismo tiempo, liberación del hombre y promoción a un ser corresponsable de su propia existencia social. Como nadie puede fracturar su esencia, la parte rechazada continúa existiendo bajo otras formas en la sociedad, que se construye con energía sustraída a la vida sexual.
Separada de la reproducción de la especie, la sexualidad humana puede revestir todos los sentidos posibles y ser puesta al servicio de la reproducción del orden o del desorden en la especie 4.
La descarnada hipótesis de este autor, busca explicar una verdad empírica 5: ninguna sociedad carece de un ordenamiento de la vida sexual.
Ordenar es limitar. En algunos aspectos la infracción conlleva una sanción social; en otros, una conciencia generalizada, hace nacer una culpa, una vergüenza o el temor a un castigo del más allá. Estas consecuencias son universales.
Las sociedades llamadas primitivas
Por su relativa simplicidad, las pequeñas sociedades llamadas primitivas son ideales para observar fenómenos sociales universales. Se caracterizan por el conocimiento recíproco de sus integrantes, la inexistencia de escritura, su dependencia inmediata del medio ambiente, la unánime aceptación de sus normas, creencias y valores y la carencia de tecnología contemporánea.
Me referiré a dos de esas sociedades, disímiles entre sí, que he estudiado en plena vigencia de sus sistemas tradicionales, a lo largo de los últimos veinte años, con equipos organizados ad-hoc: los kúa (bosquimanos 6) de la Reserva Central del Kalahari y aledaños (Botswana) y los ovahimba de Kaokoland noroeste (Namibia) 7.
De esa etnografía surgen cuatro características, posiblemente universales: la discriminación entre una sexualidad buena y otra mala, con una zona intermedia de tolerancia; el pensamiento subyacente de que la vida sexual no es un hecho puramente fisiológico que sólo interesa a sus actores, sino algo susceptible de afectar a la sociedad; la necesidad de establecer una sola forma de unión sexual reconocida, con aceptación de aquellas otras que se consideran un tránsito necesario; finalmente, que las reglas están en función del parentesco, los ciclos femeninos, la edad, el matrimonio, la privacidad, la idea de respeto y la maternidad.
Lo que varía, de pueblo a pueblo, es el criterio para establecerlas. Desde los estrechos límites del Irán contemporáneo hasta la permisividad de algunos pueblos de la Polinesia, el espectro es amplísimo. La decisión es el resultado de un complejo de factores, a partir de la necesidad de hacer viable la sociedad.
Conocida es la importancia fundadora que le reconoce Lévi-Strauss a la prohibición del incesto, al señalar que con ella la naturaleza se supera por la institución de reglas de conducta y crea uno de los pilares de la sociedad. En los pueblos a que aludo, esa interdicción abarca un parentesco más extenso que entre nosotros.
Los ciclos naturales
La continencia durante los ciclos femeninos está apoyada en un fuerte tabú y es consecuencia de un arraigado respeto por la naturaleza, acatada del mismo modo que se deben adaptar a los demás ciclos naturales.
En septiembre pasado encuestamos entre los ovahimba sobre la época de más nacimientos y la respuesta fue unánime: es la estación de las lluvias (de enero a abril). Las concepciones se acrecientan durante los meses fríos y secos (mayo, junio y julio), cuando la baja temperatura nocturna hace que hombre y mujer duerman apretados uno contra otro en sus precarias chozas, aumentando la frecuencia del sexo.
A partir de agosto decrece esa actividad, porque la falta de pasto obliga a una parte de los hombres jóvenes a llevar el ganado a las montañas y en razón a la disminución del deseo, debido a la escasez de la principal fuente de nutrición -la leche- y el agotamiento de las reservas de granos.
Las lluvias recomienzan intensamente en enero y pronto renacen los pastos naturales, engorda el ganado, aumenta la producción de leche y se humedece la tierra permitiendo una modesta agricultura de azada. Los nacimientos coinciden con el tiempo de la abundancia, en el que las madres gozan de un gran bienestar psicofísico y pueden alimentar sin restricciones a sus lactantes.
En abril cesan las lluvias, queda la abundancia y el buen humor y tienen lugar los casamientos. La ceremonia es una sucesión de gestos simbólicos para imprimir el nuevo estado y se prolonga durante ocho días. Los contrayentes duermen juntos, pero poco importan sus relaciones anteriores: aquí se les impone la continencia y para garantizarla son acompañados por otra pareja. Esta restricción delata la trascendencia del acto sexual, cuyo reverso es el valor de esta abstinencia ritual.
Los adolescentes
Se afirma que llegada la pubertad y cumplido el rito de la iniciación de las niñas, éstas son libres de actuar como deseen. Sin embargo y pese a que en estos pueblos no se usan anticonceptivos, rara vez se observan madres púberes. A una posible infecundidad en esta edad 8, se agrega la eficaz advertencia de las madres sobre la inconveniencia de un embarazo antes de que el cuerpo esté preparado.
A medida que maduran, los adolescentes actúan con mayor libertad, pero deben tener discreción.
Entre los kúa se admite un solo amante, conocido por los padres de la chica. Su buen comportamiento requiere que las relaciones íntimas no sean obvias. El varón entra de noche en la choza de ella y parte antes del amanecer. De ser visto, es castigado por su propio padre y la niña sufre el autocastigo de la vergüenza. Similar recaudo existe entre los ovahimba. Se dice en ambos casos que es por respeto, en lo que está implícito que la vida amorosa pre-matrimonial es apenas tolerada por los mayores.
Entre los ovahimba, el varón, cuanto más mujeres visita, más prestigio gana en su generación; de las jóvenes se espera cierta templanza que nace del corazón de la mujer: según quien juzga, se admite la pluralidad simultánea, siempre que los hombres vivan en diferentes lugares, restricción relacionada con la evitación de conflictos. Más allá de esos límites se les aplica un calificativo peyorativo.
Los matrimonios
No son muchas las que tienen esa libertad, ya que a menudo son casadas tempranamente.
Objetivo principal de las reglas sociales que hacen a la infancia y la juventud, el matrimonio es la culminación de la adolescencia y un requisito para que el hombre sea tenido por adulto. El celibato, en ambos sexos considerado una desgracia, es excepcional.
El adulterio, fuente de conflictos, es un entuerto grave. Entre los kúa, la obligación de fidelidad existe tanto para los maridos como para las mujeres, mientras que entre los ovahimba, el esposo mujeriego es aceptado por sus cónyuges, siempre que no descuide sus deberes en el hogar. La esposa debe ser fiel, aunque en los hechos rara vez lo sea.
La gran diferencia entre los dos pueblos se relaciona con la monogamia de los primeros y poliginia de los últimos. Esta forma matrimonial, mayoritaria en África, atempera los celos y hace posible entre los ovahimba la okujepiza, cuando el marido da hospitalidad a un primo cruzado 9 invitándolo a dormir en la choza de una esposa (quien no está obligada a unirse con el visitante). No importa tanto la relación extramarital de la mujer, como el hecho de no ser robado.
Después del parto se suspenden las relaciones entre los padres por períodos más extensos que en nuestras sociedades. Los ovahimba esperan a que el bebé pueda sentarse, lo que implica para la mujer una abstención de seis meses. Las parejas kúa realizan un ritual previo, en el que introducen en la sangre del lactante, la de sus padres, mezclada con una medicina tradicional. Se busca fortificarlo y evitar que sufra algún mal al ser dejado de lado momentáneamente para la unión.
Entre los kúa, otra limitación que parece obedecer a un mandato biológico, es la inhibición para seguir procreando cuando los hijos comienzan a hacerlo. Los ovahimba, en cambio, que viven en un medio menos hostil, carecen de ella.
La funcionalidad de los tabúes
La necesidad de establecer reglas referidas al sexo -de las que sólo he traído aislados ejemplos- ha hecho nacer creencias y tabúes.
Esas creencias, de naturaleza irracional, tienen una funcionalidad discernible: sostener las reglas establecidas, que por su naturaleza son imposibles de imponer. Su finalidad es mantener la paz social y cuidar de la continuidad del grupo: la fecundidad, la natalidad sin trabas y la crianza y el bienestar de los niños.
Podría decirse que es la fe en la vida y en su Creador, de pueblos que carecen de tecnología, en contraste con la insuficiente natalidad de los que gozan ampliamente de ese recurso.
Los kúa y los ovahimba rechazan la anticoncepción y el aborto. Todo niño concebido debe llegar al mundo, donde siempre tiene un lugar en una familia. Las madres solteras no son desvalorizadas y su hijo encuentra un padre en el abuelo materno. Los hijos engendrados en el adulterio son considerados hijos del marido.
El trato dado a los niños les infunde un arraigado sentido de responsabilidad y de pertenencia a la familia y a la sociedad, que no es otra cosa que un conjunto de familias emparentadas. Desde los cuatro años se les asignan tareas según el sexo, tal como están divididas entre los adultos. En lo esencial, el padre enseña a los varones y la madre a las mujeres, construyendo personalidades definidas en lo viril y lo femenino, confirmadas más adelante por la fuerte impronta de los ritos de transición. No existen costumbres homosexuales en esos pueblos del sur de África.
Nuestras sociedades
La contemporaneidad de estas sociedades con las urbanas, tecnológicas y masivas, choca en cada regreso al terreno. Acertadamente Lévi-Strauss califica de frías a las primeras y las caracteriza por producir poco desorden y tener como ideal el statu quo y el reproducirse; mientras que a las nuestras las llama calientes y las caracteriza por el desorden, la entropía y el ideal de transformarse continuamente.
Hoy esta transformación muestra tendencias que ignoran la biología, con la idea de que la tecnología puede solucionarlo todo, presunción que llevada al extremo no es más racional que los tabúes primitivos.
Si el caso de las biotecnologías es el más evidente, la manipulación por las imágenes, menos advertida, constituye otro peligro. Marc Augé presenta la invasión de las imágenes, como un nuevo régimen de ficción que contamina la sociedad y dice que las diferentes crisis de sentido que vivimos son síntomas de una misma agresión 10.
Uno de los aspectos de esa invasión es el pregón de la sexualidad vacía de sentido. La explosión contemporánea del erotismo abstracto de la mirada, de cuerpos objetivables, intercambiables, tomados del comercio del sexo -escribe Jean-Luc Marion- se desliza inevitablemente al solipsismo, el erotismo sin otro 11.
El ánimo de lucro estimula un imaginario colectivo obsesivo, de indudable efecto en el ethos, sobre todo en los niños, los adolescentes y las personalidades influenciables. Desconoce todo límite. Parafraseando a Godelier, podemos decir que la sexualidad es puesta al servicio de la reproducción del desorden en la sociedad.
Un conjunto de presunciones lleva a pensar que los ovahimba y los kúa son sexualmente más activos que los consumidores de imágenes de las ciudades. Pero su vida, en ese aspecto, no invade el espacio de la convivencia social. Es interesante observar que, en público, los hombres cuidan de no fijar la mirada en las mujeres. Entre marido y mujer apenas se da un espontáneo contacto. Donde los lazos sociales son más estrechos, la exhibición del deseo, al que tácitamente se reconoce una fuerza explosiva, está contenida.
Entre los kúa, hablar de la vida sexual es una grave infracción a las reglas. En cambio el tema es explícito en una literatura oral del género picaresco, al que suelen pertenecer los cuentos y mitos donde los actores son seres imaginarios o míticos. No es el tema lo proscripto, sino su posible influencia en el presente. La fantasía de los cuentos y la irrepetibilidad de los tiempos primigenios, los aleja de la vida cotidiana.
Entre los ovahimba existen tabúes similares para la convivencia social entre hombres y mujeres. Hay palabras -como semen o cópula- que no pueden pronunciar los hombres frente a las mujeres ni viceversa 12. El respeto exige emplear términos metafóricos sustitutos.
A la inversa de la polución idiomática que difunden el cine, la radio y la televisión entre nosotros, allí se pesa el valor de las palabras.
1. Fallos 257 : 275 Editorial Sur c/ Municipalidad, 1963.
2. Roth-v-U.S y Alberts-v-California 354-U.S-476, 1957.
3. La comunicación masiva y la democracia: 18 de agosto de 1998.
4. Godelier, Maurice. Conferencia pronunciada en 1993 en la Sociedad Psicoanalítica de París y publicada con el título Sexualité et société en el Journal des Anthropologues, Nº 64-65; París, 1996.
5. Como el origen de las instituciones está fuera de su alcance, dice Serge Tornay, el etnólogo no debe prohibirse el recurrir a la hipótesis (Lhomme 134, p. 51-80).
6./Gwikwe, //ganákwe y otros en cuyos dialectos la palabra Kua equivale a nuestro término bosquimano, estudiados hasta la ruptura de sus sistemas, en doce expediciones (1977-1992).
7. Entre los 17º 25′ de latitud sur y el río Cunene, límite con Angola, en cinco expediciones (1992-1997).
8. Françoise Héritier, Masculin/Féminin 1996, Paris, Odile Jacob.
9. Hijo de un hermano de la madre o de una hermana del padre.
10. La Guerre des Rêves, 1997, Paris, Seuil.
11. En Communio, ed. argentina, nov. 97.
12. Con excepción de los primos cruzados, entre sí.