Más allá del avance de nuevas tecnologías, la prensa escrita parece gozar de buena salud y su futuro despierta iniciativas, proyectos y sueños.

 

Esa idea predominó en el XVIII Congreso Mundial de la Unión Católica Internacional de la Prensa (UCIP), reunido en la sede de la Unesco en París, que analizó a la prensa escrita como un medio del futuro.

 

En el congreso de París se avanzó hacia nuevos campos: el mundo de la imagen y el de los libros.

 

La organización, que había nacido en 1927 como una conjunción de editoriales católicas europeas, mostró cambios singulares en este congreso. Contra los pronósticos, fue elegida presidenta una mujer del Lejano Oriente: Theresa Ee-Chooi, de Malasia. Perteneciente a una familia de origen chino, promovió un periódico en su país, de mayoría musulmana, en cuatro idiomas: tamil, malayo, inglés y chino. La circulación es reducida pero supone una presencia importante en un medio donde los católicos son minoría.

 

Todo parecía indicar que sería elegido presidente Léon Zeches, jefe de redacción de un diario de casi 100.000 ejemplares, de una importante casa editorial católica de Luxemburgo. Pero las expresiones de Theresa Ee-Chooi y sus respuestas a los delegados que llenaban el salón de actos de la Unesco, volcaron la balanza a su favor. Ella comprometió su tiempo, su dinero y su energía para conseguir fuentes de financiación y para que la organización no quedara limitada a los pudientes. “Aún quedan muchas fuentes por explorar. No todo el mundo es pobre en Asia ni todo el mundo es rico en Europa”, afirmó.

 

El presidente saliente, el alemán Günther Mees, muy querido por sus seis años al frente de la UCIP, señaló que a la organización no le hacían falta ni su persona ni sus buenos consejos y señaló que lo importante es que a escala internacional se consiga más libertad para una información abierta a valores, a una vida digna.

 

El congreso mostró cómo se afianzó durante su presidencia el crecimiento de la UCIP en muchos países fuera de la Europa original. Había representantes de más de 100 países, desde Sri Lanka hasta Japón, desde Panamá hasta Australia.

 

Me alegró ver a Albert Garrigues, que entre 1947 y 1987 dirigió el Courrier Français, un semanario católico de Burdeos. Él participó en casi todos los congresos mundiales de la UCIP desde que en 1950 la entidad se reorganizó después de la Segunda Guerra. En otro extremo, Tatiana Tomaeva, rusa, de 25 años, participaba por primera vez. Se convirtió a los 18 años al participar en Polonia en la Jornada Mundial de la Juventud presidida por el Papa en 1991. Y colabora en el Semanario Católico de Moscú.

 

En la reunión de la Red de Jóvenes Comunicadores que precedió al congreso, dos argentinas compartieron el estrado con el presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, el arzobispo norteamericano John Foley. Silvia Tessio Conca moderó muy bien el debate y Patricia Tancredi fue una de las expositoras.

 

Además, cuatro argentinos –Santiago Farrell, de la agencia ANSA; Patricio Downes, de Clarín; Guillermo Villarreal, de AICA, y yo, que trabajo en La Nación– participamos en la redacción de un periódico en castellano que se publicó durante los días del congreso. Para mí fue una buena experiencia tener que editar una página en castellano en el diario La Croix, de Bayard Presse, trabajando codo con codo con hombres que hablaban otro idioma, con teclados y máquinas distintos. Y admirando su tranquilidad pasmosa aun en las horas de cierre.

 

Además, resulté elegido vicepresidente primero de la Federación de Periodistas de la UCIP, en tanto que Ana Woites, de AICA, fue elegida integrante del consejo de la Federación Internacional de Agencias Católicas (FIAC) y el padre Martín Bernal, del consejo de la Federación Internacional de Periódicos.

 

En el congreso de París, la UCIP entregó su Medalla de Oro a la revista Palabra Nueva, del arzobispado de La Habana. Al recibirla, el arzobispo de esa ciudad, cardenal Jaime Ortega, reconoció: “Esta revista no tiene una tirada grande, aunque su alcance real sea mucho más amplio”, reconoció. Hace seis años que existe y procura contribuir a la promoción humana formando un pensamiento humanista, de inspiración cristiana, en sus lectores. “Aprendizaje difícil –dijo– el de la posibilidad de expresarse sin hacer de ella un arma de combate, un alarido hiriente, ni un recuento amargo de lo que se ha callado durante tanto tiempo”.

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