Las estadísticas locales no abundan, pero es evidente el aumento de las relaciones sexuales prematrimoniales. Al menos es la experiencia que se recoge en los consultorios de ginecología y de adolescencia. La mayor frecuencia de jóvenes solteras embarazadas es una muestra elocuente y objetiva que avala esta afirmación.

 

Esta realidad nos lleva a plantearnos algunos interrogantes. La desvalorización de la castidad prema-trimonial ¿es un avance propio de la evolución de la moral o es un retroceso? De ser cierto esto último, ¿en qué estamos fallando los adultos que no logramos transmitir el valor del matrimonio como marco adecuado para el desarrollo de una sexualidad plena?

 

Las próximas reflexiones pretenden aportar alguna luz sobre este tema, basadas en una visión positiva de una de las dimensiones más ricas del ser humano: la sexualidad.

 

Regalo de Dios

 

Desde lo estrictamente humano la sexualidad es fuente de placer, de experiencia metafísica, de complementaridad, de trascendencia.

 

Sirviéndonos de nuestro cuerpo, y por medio de nuestra genitalidad, expresamos y compartimos nuestros afectos. En la desnudez de nuestros cuerpos ponemos también al desnudo toda la riqueza de nuestro mundo interior. La experiencia sexual nos permite, aunque más no sea por un instante, romper las fronteras que nos impone nuestra corporalidad, y acceder a una vivencia inefable que trasciende lo cotidiano. Estos aspectos hacen de ella una de las dimensiones particularmente sublimes de la condición humana y, como toda experiencia superior, enriquece a quien la ejerce constituyéndose en un estímulo vital.

 

La relación sexual afirma nuestra autoestima, nuestra condición de ser varón o ser mujer, y ejerce una “dinámica central” que permite estimular y recrear el amor matrimonial.

 

Enfocado desde una perspectiva religiosa podemos presumir que esa vivencia metafísica que es el amor sexual, puede ser una pequeña muestra, una alícuota, del amor de Dios. Si a esto le agregamos que, a través de ese maravilloso instante en que un cuerpo penetra dentro del otro para llegar a ser realmente una sola carne, nuestra existencia individual y matrimonial puede trascender corporizándose en la existencia de un hijo, y participar de esa manera en la creación, estamos en condiciones de afirmar que la sexualidad es un regalo de Dios.

 

¿Qué es el amor?

 

El amor es mucho más que un sentimiento. Tiene como punto de partida el enamoramiento, esa primera experiencia de atracción entre un varón y una mujer, y que se caracteriza por la compulsividad de la atracción hacia el otro, con un fuerte sentido de exclusividad y de endiosamiento, que lleva a sobrevalorar los aspectos positivos del otro y a subestimar sus aristas negativas. El enamoramiento es transitorio y tarde o temprano se esfuma. Si desaparece totalmente se apaga la atracción que unía a la pareja. Si crece y se lo alimenta tiene lugar el verdadero amor, donde lo afectivo va dando su lugar a lo volitivo. La sobrevaloración se transforma en una justa apreciación de las riquezas del otro, y el descubrimiento de defectos y diferencias, en aceptación.

 

Amar es querer compartir las mutuas existencias, caminar juntos, buscando potenciar lo positivo y minimizar lo negativo. Obviar las diferencias que puedan atentar contra la unión y puesta en común. Es un proyecto de vida que se construye sobre la base del sentimiento, pero con la convicción de que es el camino elegido, y que sólo la voluntad de querer llegar a la meta juntos permite superar las dificultades que inevitablemente se van a presentar en nuestra existencia matrimonial. Por ende sentimiento y voluntad son dos constituyentes fundamentales y complementarios del amor.

 

La relación sexual es un elemento central en la dinámica del amor que lo recrea, lo estimula y abre sus fronteras haciéndolo trascendente por medio de la procreación. No es su finalidad poner a prueba el amor y su compatibilidad sino afirmarlo, alimentarlo, pulirlo y liberarlo de las asperezas y el desgaste que produce la convivencia. Para tener relaciones sexuales se requiere un amor establecido, con un mínimo de madurez en el vínculo, y un proyecto de vida en común. Por estos motivos el ejercicio precoz de la relación sexual, sin estos requisitos mínimos, en un vínculo de pareja, desvirtúa su verdadero sentido.

 

La sexualidad en el noviazgo

 

El noviazgo es un período de prueba donde se valoran los sentimientos, la compatibilidad de caracteres y la comunidad de objetivos. Una vez establecidos estos requisitos básicos se accede al vínculo definitivo, que no en vano merece el nombre de “compromiso” matrimonial. La expresión sexual de los afectos de los novios necesita crecer, expresarse con gestos progresivamente mayores. Lamentablemente la mayoría de las parejas debe postergar el casamiento por la realidad económica y la necesidad de completar sus estudios. Esta postergación introduce un factor temporal adicional, que hace aún más difícil acondicionar esa necesidad de crecimiento de la expresión sexual con un noviazgo prolongado.

 

La realidad de hoy nos muestra que una gran mayoría de los jóvenes tienen relaciones sexuales durante el noviazgo. El argumento que se esgrime con mayor frecuencia para justificar esta conducta, es que la relación sexual permite valorar la “compatibilidad” y certificar la profundidad del amor que los une. Caen así, sin saberlo, en una trampa, ya que el silencio genital permite apreciar con mayor certeza el valor del amor. Las relaciones sexuales en el noviazgo pueden confundir. Los novios pueden llegar a creer que esa atracción sexual que los une es verdadero amor, cuando sabemos por lo ya dicho que el amor es algo mucho más rico, más profundo y permanente.

 

Dimensión sacramental del amor

 

Establecidas las bases antropológicas que legitiman las relaciones sexuales en una pareja (amor, proyecto de vida, compromiso definitivo), ¿qué sentido tiene la abstinencia sexual hasta después del casamiento?

 

La naturaleza humana es limitada. El vínculo y la relación sexual, por más elevados y perfectos que sean, no escapan a esta regla. El sacramento del matrimonio permite superar las fronteras de lo humano y, por medio de su gracia, eleva las relaciones sexuales al plano de lo religioso. Esta afirmación puede ser entendida solamente desde la óptica de la fe.

 

Por otra parte, si coincidimos en que la sexualidad es una de nuestras facetas más ricas, un don que debemos cuidar y vivir lo más plenamente posible, desde esa misma perspectiva religiosa, nuestra más profunda ambición debiera ser que ese preciado capital estuviera garantizado por el reaseguro más sólido y al más alto interés. Cristo es el mejor garante. Es Él quien puede guiarnos por los vericuetos de la conyugalidad y llevarnos a puerto seguro. Si estamos realmente convencidos de esto, no hay ninguna duda que las relaciones sexuales deben ser ejercidas bajo el influjo revitalizador de la gracia del sacramento matrimonial. El lo ha dispuesto así para que vivamos más plenamente uno de sus regalos mas sublimes.

 

Causas de una realidad distinta

 

Lo expresado hasta aquí, en líneas generales, no coincide con la realidad. Estos valores no suelen ser los que vive la juventud. Las causas son múltiples y complejas. Sin pretensión de agotarlas haremos una breve mención de las más importantes.

 

En primer lugar los adultos no solemos tener las ideas claras. Podremos llegar a saber qué es lo que queremos para nuestros hijos, pero a la hora de justificar nuestras pretensiones, nos falla la argumentación. Por ende, mal podremos transmitir valores si no tenemos una base sólida que los fundamente.

 

En segundo lugar la pedagogía y la pastoral sobre sexualidad tradicionalmente se ha basado en argumentos negativos y represores. De esa manera el mensaje, además de ser pobre, desde el punto de vista didáctico esta mal enfocado y condenado al fracaso. La visión positiva de la sexualidad y la valorización de su enorme riqueza que se ha intentado describir en estas líneas, es relativamente reciente en el pensamiento de la Iglesia. Esta dimensión gradualmente se va incorporando a la pastoral y la transformación de la cultura tiene su inercia.

 

El tercer y último factor digno de mención es la influencia de los medios, fundamentalmente de la televisión. Los ideales han muerto, y esta perspectiva de la sexualidad es interpretada más que como un ideal como una utopía. Se nos presenta un mundo del presente y la sexualidad, más que un camino que debe ser proyectado y construido en perspectiva de futuro, se exhibe como una experiencia que debe ser vivida con la inmediatez y el vértigo que caracteriza a nuestros tiempos. Y el mensaje está dirigido puntualmente al mercado de los jóvenes, que son los grandes consumidores de TV. Antes las telenovelas eran a la hora de la siesta y estaban orientadas al auditorio femenino adulto. Ahora son vespertinas y apuntan a los adolescentes, e incluso a los más chicos. La televisión es un competidor muy fuerte a la hora de impregnar la cultura de valores.

 

Ambivalencia de los actos humanos

 

Hasta aquí hemos planteado la argumentación positiva para no apresurar el ejercicio de la sexualidad. Pero hay otra línea argumental, complementaria de la anterior, que desarrollaremos a continuación.

Prácticamente todos los actos humanos son ambivalentes: tienen efectos positivos y negativos. Ya nos hemos referido a las bondades de la sexualidad ejercida oportunamente, con madurez y en un vínculo basado en el amor. Pero casi inevitablemente trae aparejada consecuencias negativas.

 

Es frecuente que las relaciones, sobre todo las iniciales, ocasionen una infección urinaria en la mujer, la llamada “cistitis de la luna de miel”. Asimismo las relaciones sexuales pueden producir infecciones vaginales de poca trascendencia para la salud, pero que ocasionan síntomas molestos: flujo, picazón e irritación genital. Además de estas consecuencias casi “normales”, las relaciones sexuales llevadas a cabo en un marco de tensión emocional suelen acompañarse de sensaciones dolorosas (dispareunia), particularmente en las mujeres. La inexperiencia, la inmadurez, la clandestinidad, el temor al embarazo, son condimentos que habitualmente están presentes en las relaciones entre los jóvenes. Es por eso que la dispareunia se presenta con más frecuencia en esa etapa de la vida que en edades más avanzadas.

 

Uno de los aspectos que caracteriza a la madurez y al crecimiento psicológico es la capacidad de tolerar el conflicto es decir, la angustia que implica toda elección, aceptar sin traumas los efectos negativos que traen aparejados los actos humanos. En general el ejercicio prematuro de la sexualidad no va acompañado de esa tolerancia al conflicto, y los efectos negativos tienen en los jóvenes una resonancia mayor que en los adultos. Esas vivencias son más traumáticas, suelen acrecentar el sentimiento de culpa y a la larga dejan secuelas en la esfera psicoafectiva difíciles de revertir.

 

No pretendemos con estos párrafo presentar un panorama desolador, pero son realidades que se ven en la práctica diaria. Y los jóvenes se resisten a aceptar que la sexualidad es una función humana superior, y que requiere una madurez que pocos alcanzan en los tempranos veinte años.

 

Conceptos claros

 

Es frecuente que los jóvenes mantengan relaciones sin tener bien en claro por qué las tienen, o sin estar convencidos si está bien o está mal. Esa vivencia es particularmente frecuente en las mujeres ya que el varón, por las características de su deseo sexual, al obtener más fácilmente el placer y la satisfacción de su tensión sexual, encuentra con más facilidad un justificativo al acto sexual.

 

Es cierto también que no todas las parejas que llegan vírgenes al matrimonio tienen absolutamente claro el valor de esa abstinencia. Suelen abstenerse sobre la base de una actitud fuertemente represiva, más que merced a una sólida visión positiva de su castidad. Y esa estructura represiva puede también ocasionar trastornos sexuales, aún en el marco matrimonial.

 

La castidad, sobre todo si es construida en la represión, no es pasaporte absoluto para el éxito matrimonial, pero las pocas estadísticas disponibles demuestran que las relaciones prematrimoniales son menos garantía todavía.

 

Vivencia de la sexualidad prematrimonial: estrategia

 

Quienes desean reservar las relaciones sexuales al marco matrimonial, convencidos que el sacramento santifica y jerarquiza uno de los actos humanos más sublimes, deberán ajustar la evolución de su expresión sexual al tiempo que dure su noviazgo. La condición humana tiende naturalmente a crecer; esta característica es particularmente notoria en el deseo sexual. Por ello, los novios que pretendan transitar este camino, deberán administrar su expresión sexual realizando un trabajo de freno más que de estímulo. Para ello deberán postergar lo más posible la incorporación de nuevas formas de expresión sexual de sus afectos, y evitar las ocasiones de excesiva intimidad que favorezcan estos avances.

 

El desafío hoy en día es enorme. El convencimiento sobre el valor de la virginidad prematrimonial tiene que ser muy firme para lograr el objetivo. Las relaciones sexuales prematrimoniales son moneda corriente; hay que tener una personalidad muy madura y una convicción muy firme para no sentirse “sapo de otro pozo” en medio de un ambiente permisivo. Por otra parte la influencia del cine y la televisión, altamente erotizados, no favorece esta disciplina sexual. Los gestos sexuales se presentan trivializados. Un beso profundo, al que debería llegarse luego de una cierta trayectoria afectiva, y ser expresión de sentimientos de un mínimo grado de madurez, son presentados como primer medio de expresión de un vínculo que recién comienza. El tiempo que media entre ese beso y la cama es efímero en los medios televisivos, y en nada se adapta a los cuatro o seis años que suelen durar los noviazgos hoy en día. ¿Cómo compatibilizar entonces esas imágenes que entran por los poros con la prolongada realidad del noviazgo?

 

Más allá de los modelos, el estímulo sexual que implican los avisos comerciales, los video-clips y las escenas sexuales del cine, llevan una carga a la libido difícil de compatibilizar con una sexualidad que aspira a la continencia.

 

Por todas estas razones los jóvenes deben tener convicciones particularmente firmes, ya que el medio es adverso al ideal de la castidad. Y los adultos debemos ayudarlos transmitiéndoles fundamentos sólidos y una visión positiva de la sexualidad. Para ello es necesario que tengamos nosotros primero las ideas claras. La pastoral debe aggiornarse tanto en los fundamentos del mensaje como en los medios para transmitirlo, si queremos que nuestros hijos vivan en plenitud una de las dimensiones más ricas del patrimonio que les hemos legado.

 

Culpas

 

En todos los órdenes de la vida el ser humano aprende sobre la base de la experiencia. El proceso de aprendizaje requiere marchas y contramarchas, errores y correcciones, excesos que generan culpas y arrepentimiento.

 

La sexualidad está regida por las mismas reglas, con la particularidad de que, por la misma pulsión sexual, somos más proclives al exceso que al déficit. El deseo sexual tiene un fuerza singular capaz de hacernos perder la voluntad con facilidad. Si a esto le sumamos la carga cultural cuasi obsesiva sobre la esfera sexual, los excesos son vividos con una culpa mayor que los errores en otras dimensiones del ser humano. Es por eso que debemos enseñar a los jóvenes que también en el aprendizaje sexual se cometen errores; que es propio de nuestra condición humana, que es un camino que hay que aprender a transitar y que los tropiezos son inevitables. Esto no implica caer en un relativismo absoluto en el que todo vale, sino que debemos ayudarlos a encontrar ese difícil equilibrio que les permita moverse sin mayores complejos entre los límites y las culpas. Lo fundamental es la búsqueda del crecimiento y de la perfección.

 

***

 

La vida sin pasión es insulsa, carece de alegría y de motivación. Lo mismo puede decirse de toda pedagogía y pastoral. Debemos resaltar en los jóvenes la enorme riqueza de la sexualidad para que aprendan a valorarla y cuidarla, de tal manera que la vayan desarrollando armoniosamente, en su justa medida, hasta alcanzar la plenitud en el matrimonio.

1 Readers Commented

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  1. Adrián Massa on 7 agosto, 2009

    Excelente artículo, me lo recomendó el Padre Manuel Cano de Santiago del Estero. Saludos.

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