A lo largo del año en las páginas de CRITERIO hemos dado cuenta de hechos, emprendimientos y grupos de personas e instituciones que constituyen cotidianamente ejemplos de solidaridad.

 

Nuestro país no cuenta con estadísticas que reflejen la verdadera relación entre las respuestas solidarias y las no solidarias. Sin embargo la observación y el conocimiento práctico nos permiten afirmar que un alto porcentaje de la población argentina brinda respuestas solidarias de diverso tipo. Muchas de las instituciones que se ubican en el “tercer sector” –la mayoría de ellas religiosas–, y que adquieren cada vez mayor protagonismo social, responden a una finalidad de promoción humana directa o indirecta con sectores diferentes: discapacitados, enfermos de sida, drogadictos, desocupados, mujeres maltratadas, niños de la calle, ancianos, jóvenes en riesgo.

 

Constatamos con alegría que la organización civil de la sociedad va formando tramas solidarias desde lugares y por motivaciones muy distintos; y nos conmovemos frente a las necesidades crecientes de personas –prójimos– que no alcanzan niveles dignos de vida. Hay cifras contundentes que se tornan reclamos solidarios cuando reflejan que en nuestro país 75 chicos mueren diariamente por múltiples causas, y que en el último año cien mil niños permanecen en situación judicial.

 

Por otro lado, vivimos en una sociedad modelada, cada vez más, por una cultura individualista renuente a la cooperación mutua, y un sistema económico cuya prédica parece soslayar la solidaridad y a la persona como ejes de su dinámica.

 

El deterioro de la confianza y la credibilidad de la gente en los niveles del Estado y de muchas empresas privadas ha aumentado. La corrupción, la inseguridad y la falta de transparencia son cuestiones que inquietan a los argentinos. Ello significa un llamado de atención sobre los rasgos que van estructurando la vida cotidiana de la sociedad. Las tramas de una cultura solidaria se ven amenazadas por estos signos de insensibilidad e insolidaridad.

 

Solidaridad es una palabra con rating en la actualidad de los medios, gracias a la generosa y activa reacción de la gente ante las necesidades humanitarias y las catástrofes. (Basta recordar la espontánea solidaridad que acudió en respuesta a los damnificados por las inundaciones en zonas de nuestro país, o en este momento la solidaridad internacional hacia Centroamérica y el Caribe asimismo por desastres naturales). También puede vaciarse de contenido si es utilizada para realizar “negocios mediáticos” que estafan la buena voluntad y la confianza de la gente, o como rédito político partidario.

 

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La solidaridad es ante todo una respuesta personal a la pregunta interpelante de la parábola del buen samaritano: “¿quién es mi prójimo?” Es una de las páginas evangélicas más conmovedoras que muestra, al derecho y al revés, la capacidad cordial o la indiferencia del ser humano: “el que tuvo compasión de él”, ése actuó como prójimo. Jesús agrega algo más: “ve, y procede tú de la misma manera”.

 

El contexto en el que el Evangelio presenta este acto solidario del buen samaritano es el del mandamiento del amor como camino y condición para alcanzar la Vida Eterna: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.

 

Desde esta perspectiva la solidaridad es una misión de corazón y misión de amor. Es una cualidad para la propia manera de actuar y relacionarse: “hay que poner amor de corazón”, amor cordial que surge al “compadecernos” con el prójimo.

 

Cuando la Escritura narra la acción salvadora de Dios, lo hace describiendo un itinerario de amor entrañable y misericordioso. Mira al mundo con amor. Se le conmueven las entrañas. Su actuación en la historia es siempre el resultado eficaz de esa mirada y señal de ese amor.

 

Una trama sin fronteras

 

Por definición solidaridad implica interdependencia y coordinación de vínculos. En nuestra época se multiplican las conexiones e interdependencias mutuas en lo cultural, lo económico, lo político y lo religioso, en todos los órdenes: local, nacional e internacional. Esta conciencia fuerte de interdependencia puede situarnos ante un sistema determinante de relaciones en el mundo. Puede a la vez señalar que la solidaridad, como actitud y virtud, es el valor que lo expresa.

 

En el número del 70º aniversario de CRITERIO (2205/6) recordábamos que para Juan Pablo II “la solidaridad no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es una virtud que consiste en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir por bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS 38).

 

Así como reconocemos un nivel de respuesta personal, la solidaridad no registra fronteras, abarca a todo el género humano e implica a las sociedades y a las naciones exigiendo una conciencia creciente de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos. Interdependencia no sólo en el orden económico, sino también en el cultural, el científico y el tecnológico. Es decir, la “creciente interdependencia global” necesita de una “dimensión global de la solidaridad”, fundada en el principio de que “los bienes de la creación están destinados a todos”.

 

Juan Pablo II orienta el sentido de esta preocupación al señalar que “el hombre, quien tiende hacia el bien, es también capaz del mal; puede trascender su interés inmediato y, sin embargo, permanece vinculado a él. El orden social será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y no oponga el interés individual al de la sociedad en su conjunto, sino que busque más bien los modos de su fructuosa coordinación” (CA 25).

 

Hay tramas de interdependencia solidaria muy vigentes a través de asociaciones y movimientos religiosos internacionales que han sabido crear medios concretos de intercambios reales: se multiplican los voluntarios profesionales que brindan su tiempo y conocimientos en diversos países. La red internet permite una cantidad de tramas, muchas de ellas solidarias, de escala internacional: en este momento, por ejemplo, presta ayuda de manera muy directa a las zonas hondureñas afectadas por el huracán Mitch, en una interacción de personas e instituciones que se reconocen cercanas y prójimas.

 

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Existen muchas formas de vivir solidariamente. Algunas son parte de las obligaciones sociales, otras expresiones espontáneas.

 

 Hay una solidaridad “impuesta”: es la que se concreta en la observancia de las leyes y las contribuciones impositivas. El incumplimiento o la evasión atentan contra esta forma de solidaridad. Entre nosotros esos males están extendidos. Pero cabe precisar que no sólo son el resultado de la escasa conciencia de los contribuyentes respecto de esta dimensión de la solidaridad sino también de la falta de transparencia en la asignación de los beneficios reales y las consecuentes inequidades.

 

Por el contrario, la solidaridad espontánea –de vecino a vecino, de localidad a localidad, de ser humano a ser humano–, abunda en ejemplos. Entre ellos, la solidaridad que se da entre generaciones. Actualmente la generación intermedia, por lo general económicamente activa, está sosteniendo a sus padres y a sus hijos: a los primeros porque el sistema jubilatorio es ineficaz e injusto, y a los segundos porque su inserción en el mercado laboral es tardía –los jóvenes son los más afectados por la desocupación–.

 

Pero la solidaridad, ya lo hemos expresado, no significa exclusivamente ayuda económica. Podemos ser solidarios compartiendo nuestro tiempo, nuestros saberes, nuestras búsquedas. Se trata de una disposición imprescindible en las comunidades científicas, culturales, académicas, profesionales.

 

Nos atrevemos a afirmar que sólo participando las propias ideas y compartiéndolas con otros es posible mantener el propio pensamiento y contribuir al desarrollo cultural.

 

En estos campos, y como parte contradictoria de las tramas, existen intereses egoístas y mezquinos que empobrecen y opacan la grandeza de la creación, tan llena de belleza y gratuidad.

 

Las tramas solidarias se amplían, sobre todo entre los jóvenes, frente al ecosistema. Es un signo positivo y esperanzador: la conciencia creciente de solidarizarse con la naturaleza y el medio ambiente. Con todo, es mucho lo que resta por hacer en este aspecto. Los argentinos no tenemos aún suficiente conciencia en comparación con otras sociedades que sufren más directamente las consecuencias del desequilibrio ecológico y ambiental.

 

La sociedad tiene una asignatura pendiente de enorme importancia: hallar respuestas más eficaces en la relación entre trabajo y solidaridad. Encuestas recientes indican que casi el 80 por ciento de los argentinos teme por su estabilidad laboral. La inseguridad genera una dinámica de miedo que puede enfrentar a unos con otros, y cerrar toda posibilidad de apertura y sensibilidad. En este ámbito el desafío consiste en generar tramas solidarias que permitan nuevas ofertas laborales y nuevas formas de ocupación y valoración social.

 

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Las tramas, por lo general, no se ven sino por su revés. Es una bellísima imagen la de las tejedoras aborígenes que en sus telares van formando la trama, hilo a hilo, cada uno diferente; sólo el reverso descubre la creación realizada.

 

Para seguir descubriendo en la sociedad las tramas de solidaridad quizá debamos buscar las diversas acciones de creación que cada día brotan con la sola acción de dar sin esperar nada a cambio. Porque también eso es la solidaridad: gratuidad.

 

Estas tramas, ahora más visibles en los medios de información muchas veces como fruto del propio esfuerzo de comunicación, encierran un valor siempre anónimo que se opone a la ostentación, al espectáculo y al “culto de la propia imagen”. El gesto de solidaridad como la acción simple del dar, al estilo del buen samaritano, es siempre silencioso y sin brillo; pide dar de lo que se necesita, no de lo superfluo.

 

Las tramas solidarias participan de la enseñanza evangélica de mirar hasta el corazón sin quedarse en las apariencias; de personalizar, porque cada hombre es mi hermano; de amar aun cuando no halle respuesta, e implicarse con entrañable misericordia.

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