Los valores de paz, justicia, verdad y libertad son necesarios orientadores de las conductas de las autoridades y los ciudadanos en toda sociedad política. Pero lo son en su conjunto y en su aplicación simultánea, conforme indica la virtud política de la prudencia. La absolutización de cualquier valor en detrimento de los demás valores, o la pérdida del equilibrio político en el respeto simultáneo de todos ellos, puede derivar en su pérdida progresiva.

En la Argentina los ciudadanos han elegido como Presidente a un ciudadano que basó su campaña política en el valor de la libertad. Lo hicieron hastiados ante un gobierno que durante años había predicado el valor de la justicia, haciendo gala de una gestión populista e ineficaz, durante la cual se empobreció y deterioró la educación, la salud y el bienestar de una parte significativa de la población. Quedó como herencia una descontrolada inflación.

Los primeros gestos, pasos y decisiones del Presidente se han caracterizado por un discurso vehemente, un vocabulario soez, un desconocimiento aparente y el ninguneo del valor de instituciones políticas. A ello se suma el frecuente recurso al insulto para quienes no comparten sus puntos de vista. Del mismo modo, ha sido proclive al anuncio de decisiones en materia de política exterior que parecen provenir más de sus afinidades personales que de una fundada evaluación política y jurídica del interés nacional.

Es de esperar que el ciudadano Milei, que inviste el honroso título de Presidente de la Nación, morigere du discurso, adopte y fomente el diálogo político, y también de escucha.  

La ciudadanía ha depositado su confianza en el Jefe del Estado para que su gestión de gobierno permita concretar, en libertad, las esperanzas de progreso, justicia y paz social.  

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