Ucrania, Francisco, la paz esquiva y nosotros

Este 2023 se cumplen sesenta años desde que San Juan XXIII firmó la encíclica Pacem in Terris, una encíclica que respondía, en plena Guerra Fría, a la situación política internacional del momento, cuando la crisis de los misiles en Cuba hacía temer lo peor. Pacem in Terris es uno de los documentos más importantes de la doctrina de la Iglesia sobre las relaciones internacionales.

El aniversario de esta encíclica encuentra al mundo nuevamente ante una guerra de agresión, en la que el invasor ruso no omite atacar ciudades pobladas que en modo alguno pueden calificar como objetivos estratégicos, lleva a cabo acciones que ponen en peligro las centrales nucleares, desoyendo las reiteradas advertencias de la Agencia internacional de Energía Atómica, y menciona la posibilidad de recurrir al empleo de armamento atómico contra Ucrania.

Todo el mundo había visto en sus pantallas las imágenes de los numerosísimos tanques de guerra que se agolpaban en la frontera con Ucrania. Tan pronto se supo de la concreción de la invasión rusa, el papa Francisco tuvo el gesto absolutamente inusual de presentarse en la Embajada Rusa ante la Santa Sede, abogando por una instancia de diálogo y paz. Este y otros renovados intentos por visitar las capitales de ambos países en guerra fueron denegados sistemáticamente por Putin. Si bien no cabía duda sobre qué país era el agresor, visitar uno solo de los beligerantes hubiera cerrado toda posibilidad de abogar por la paz entre ambos.

En este contexto, hasta un día antes de la visita del jefe de Estado ucraniano a Roma, se esperaba conocer la evolución de la iniciativa de paz que Francisco había emprendido, sin poder dar detalles. Aquel anuncio fue sucedido por sendos comunicados oficiales de los portavoces ucraniano y ruso; sostenían que ninguno de ellos estaba al tanto de gestiones en tal sentido. Estas declaraciones, a su vez, habían dado lugar a declaraciones del Cardenal Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, ratificando la existencia de tales gestiones. Tras el relativamente breve encuentro entre el Papa y el presidente Zelenski, este último dijo taxativamente que no había sino una salida para el conflicto: el retiro del ejército invasor de todo el territorio de Ucrania, y agregó que no necesitaba de mediadores. Al mismo tiempo, dijo que serían bienvenidos los “esfuerzos humanitarios” que la Santa Sede pudiera llevar a cabo en el campo humanitario, en particular en torno de la liberación de prisioneros y el repatrio de millares de niños ucranianos deportados hacia al territorio ruso.

Pocos días después, con ocasión del encuentro de los jefes de Estado del Consejo de Europa en Helsinki, el Cardenal Parolin, en representación de la Santa Sede, afirmaba que “con el papa Francisco deberemos pedir, junto con Ucrania, cómo generar la paz: no podemos aceptar pasivamente que la guerra de agresión continúe en ese país. Es el pueblo ucraniano quien está muriendo y sufre. Es el momento de tomar iniciativas para crear una paz justa en Ucrania y en todas las zonas grises de Europa. Les garantizo que la Santa Sede continuará llevando a cabo su propia parte”.

El desarrollo de las hostilidades es acompañado por un consistente apoyo en armas a Ucrania por parte de los países miembros de la OTAN. SI Putin pretendía evitar que Ucrania se sumara a dicha organización, logró el efecto contrario con países tradicionalmente neutrales como Finlandia y Suecia, mientras que otros países bálticos otrora parte de la URSS, refuerzan sus fronteras ante el temor de que el conflicto se expanda.

En este contexto adquieren valor las palabras de Henry Kissinger en una reciente entrevista publicada en The Economist: “Para la seguridad de Europa [y de Rusia], es mejor tener a Ucrania en la OTAN, donde no puede tomar decisiones nacionales sobre reclamos territoriales”. Kissinger consideró que Ucrania fuera de la OTAN presentaría el peligro de “un Estado solitario que sólo cuida de sí mismo”.

En otras palabras, en aras de la paz, Ucrania debería renunciar a Crimea, que era parte de la URSS y que Ucrania recibió como regalo de Kruschev. Mientras se extienda la guerra, la OTAN se vale de Ucrania para desgastar a la potencia rusa con armas pero sin tropas, mientras China gana tiempo para reforzar su potencial hasta que pueda permitirse recuperar Taiwán por la fuerza.

Ante esta guerra, además del intento de la Santa Sede, se han anunciado propuestas de paz por parte de China, Sudáfrica y Brasil, acompañados también de otros países, mientras que el Consejo Mundial de Iglesias, con sede en Ginebra, ha entablado gestiones por medio de sus miembros ante autoridades religiosas en Kiev y Moscú.

La invasión rusa a Ucrania puso en evidencia, una vez más, la exigua posibilidad de que las Naciones Unidas puedan ejercer su misión de custodia de la paz, a pesar de su vocación y su discurso. Los nombres de Afganistán, Burundi, Corea, Egipto, Georgia, Irak, Irán, Israel, Palestina, Ruanda, Siria y Vietnam no agotan la lista, pero son suficientes para dar prueba de ello. Basta que uno de los cinco miembros permanentes de Consejo de Seguridad se oponga para que la organización se vea impedida de cumplir con su cometido. Cuando quien comete la agresión es un miembro permanente del Consejo de Seguridad, como es el caso hoy de Rusia, que invade Ucrania violando la Carta de la ONU, no quedan sino las instancias de otros miembros de la comunidad internacional que ensayan iniciativas de paz.

Otro inocultable y grave fenómeno vinculado a esta guerra, como ocurre en todas las guerras, es el formidable auge de las tecnologías, industrias y comercio vinculadas a los armamentos, cada vez más eficaces y mortíferos. Éstos son desplegados, ensayados y empleados no sólo en los campos de batalla, sino en contra de objetivos civiles, con el objeto de debilitar al adversario física y psicológicamente para minar su capacidad de combatir.

En estos días muchos han recordado los esfuerzos desplegados por San Juan Pablo II para evitar la guerra en Irak, que de todos modos se llevó a cabo, en clara violación de la Carta de las Naciones Unidas por parte de los Estados Unidos y del Reino Unido, que lo secundó en la agresión, no obstante fueran falsas las imputaciones que atribuían a Irak la posesión de armas nucleares.

La actual guerra en curso no debe hacernos olvidar que el ejercicio de la paz conlleva también fomentar en todo el mundo el ejercicio efectivo de los derechos humanos, un desarrollo que prevalezca sobre la pobreza, la falta de educación, el hambre y el cuidado de la casa común entre todos.

El gobierno argentino, que no logra detener el agravamiento de la crisis social y económica, resultante de su inoperancia e incapacidad, atinaba poco antes del conflicto que ya se veía venir, a “abrir las puertas de América Latina” a la Rusia de Putin. Una sucesión de cancilleres tan improvisados e incompetentes como el Jefe del Estado harían poco creíble cualquier gesto que fuera más allá de lo elemental, como fue el voto positivo de la delegación argentina en la Asamblea General de las Naciones Unidas a favor de Ucrania y en contra de Rusia.

Ello no obstante, nuestro Gobierno actual y el que lo suceda harían bien en tener presentes y recuperar algunas líneas tradicionales de su política exterior, como las que llevaron al otorgamiento del premio Nobel de la Paz a Saavedra Lamas con ocasión de la guerra entre Bolivia y Paraguay. Hoy en día hay ciertamente al menos dos argentinos notorios que abogan denodadamente por la paz: Francisco desde la Iglesia en el Vaticano y Rafael Grossi desde la OIEA en Viena.

1 Readers Commented

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  1. einardo bingemer on 21 mayo, 2023

    Perfecto Vicente, felicitaciones por la lucidez…

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