En su último libro, “Libertad o sumisión. La condición humana en el siglo XXI” (Buenos Aires, 2021, Ediciones Deldragón), Juan Archibaldo Lanús presenta un rico análisis crítico de la cultura contemporánea.
Juan Archibaldo Lanús desarrolló una larga carrera como diplomático argentino apasionado por su país. Humanista creyente, ha hecho del diálogo un culto a lo largo de su vida. Libertad o sumisión. La condición humana en el siglo XXI es el último de los siete libros que publicó. Aquí comparte su visión sobre los desafíos que enfrenta la Argentina en el contexto de los profundos y vertiginosos cambios que encuentra y analiza en la cultura y la política global contemporáneas.
Los títulos de los capítulos trasmiten al lector la sensación de estar en diálogo con el autor: “Más que asombro, perplejidad”, “¿Y ahora, a dónde vamos?”, “Recuperar el arraigo”, “La imperceptible desaparición del otro”, “¡Libre albedrío en alerta!”, “Salud, Tierra, que eres también mía”, “Un sueño a la deriva” y “La excelencia humana prevalecerá”. A lo largo de estos nueve capítulos, intenta descifrar las tendencias y los riesgos que se van perfilando en la marcha de la historia. Lanús comparte la versión más acabada de su pensamiento sobre el contexto global en el que se desenvuelve la Argentina que ha sido, es hoy y puede ser en el mundo, una vez que se concierte consigo misma.
Entre otras observaciones, habla de sociedades con “una creciente resistencia a las arcaicas prácticas de gestión pública en manos de elites sin convicciones morales ni preparación profesional” para gestionar un capitalismo “cognitivo”, cuyo activo fundamental es el conocimiento. Hoy, afirma, “de la gobernanza de seres humanos se ha pasado a la administración de las cosas”.
Con relación a los medios de comunicación, considera que “la prensa se ocupa más de difundir las opiniones que los hechos”. Agrega que la comprensión de la realidad requiere un principio de verdad cuyo basamento es ético, lo cual está cada vez más ausente de la cultura de la comunicación de nuestros tiempos. Considera que el ser humano ha inventado procedimientos computarizados que permiten otorgarle “una soberanía de decisiones a un sistema robotizado que lo sustituye”.
Lanús ensaya una visión sobre las consecuencias a largo plazo que podrá dejar la peste que comenzó el año 2020 en las megalópolis, donde la persona se siente sola “ante el frenético flujo de miles de anónimos”. Presume que en las grandes megalópolis las personas valorizarán crecientemente “una vida abierta a la naturaleza, al conocimiento y buscarán el camino para el encuentro con la propia espiritualidad”.
El autor introduce un neologismo, el “dataísmo”, en el que confluye el fin de la privacidad con la difundida “manía de auscultar a los ciudadanos”, mediante la acumulación y conservación de informaciones que invaden la vida de individuos y familias para ser utilizadas por los Estados o los privados en su beneficio. “El gran peligro que encierra el dataísmo es que esa memoria total grabada en una especie de ADN digital permite el acceso a la psique del ciudadano como si se tratara de formatear un aparato. Si como consumidores podemos dirigir a un individuo por sus gustos, su poder adquisitivo, clase social o lugar de vivienda, como ciudadanos podemos incorporarles mensajes políticos que despierten simpatías por una candidatura artificial o falsamente identificadas por supuestas afinidades del votante”. En este contexto, dice, “votar se asemeja a comprar”. Y agrega: “La información sustituye la verdad. Se trata del control psico-político del futuro”. Lanús considera que “puede haber una prensa libre que afirma lo que quiere aun transmitiendo mentiras, pero otra cosa es que haya una prensa independiente”.
También se refiere a la “estatización de las democracias…que se produce cuando los partidos políticos y sus miembros viven y son dependientes del Estado”, lo que representa un retroceso de la democracia, que es la única forma de legitimidad. Para Lanús, “el Estado seguirá ocupando el papel central en las grandes utopías colectivas a pesar del intento de desacreditarlo. Todavía los pueblos celebran los grandes ideales de esa epopeya colectiva que en definitiva es la patria”.
Señala la tendencia hacia el individualismo y el debilitamiento de la autonomía estatal frente al poder concentrado a nivel global. Esto genera a su vez que el individuo quede desprotegido “en medio de un contexto económico que lo destrata como ser humano sin respetar su dignidad, a veces considerado como un material descartable”, mientras que la educación es descuidada o ignorada por las teorías económicas clásicas.
Su lectura del ordenamiento institucional internacional pone de relieve las debilidades existentes. Del Fondo Monetario Internacional (FMI) afirma que “subsiste como un vestigio de un sistema monetario internacional que fue una quimera. No tiene funciones monetarias y su historia se parece a una leyenda negra de los fantasmas ‘imperialistas’ por sus políticas de ajuste y el rigor con el que sus sucesivas autoridades sometieron a los países que pretendían ayudar”.
recuerda que “la crisis de 2008 puso en evidencia las limitaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la fragilidad de la globalización transnacional, cuyos flujos financieros eran superiores al nivel del comercio internacional”. Al referirse al G20, afirma que “en sus quince reuniones, su aporte fue sin duda útil para abordar ciertos problemas comunes, pero su efectividad política no ha sido muy contundente”. En cuanto a las Naciones Unidas, dice que han sido una utopía incumplida tanto en el período de la Guerra Fría como en el período posterior a la caída del Muro de Berlín. La ONU sigue siendo como una religión universal con pocos creyentes que frecuentan sus templos o como un teatro donde se celebraron las grandes óperas de la historia mundial, pero hoy se han transformado en una sala de conciertos de cámara sólo apta para entendidos en música barroca”. A pesar de ello, “por ahora ningún mesías se vislumbra para reemplazar la biblia de San Francisco”.
Lanús encuentra que mientras las globalizaciones del siglo XVI y de la Belle Époque constituyen fenómenos provocados por los Estados, la actual está constituida por “fenómenos microeconómicos transnacionales que los Estados no pueden fácilmente controlar o sólo pueden facilitar, aprovechar y acompañar con su propia acción”. Concluye entonces que se produce la “dilución” de las culturas nacionales y una exaltación del lucro económico como paradigma dominante.
En este contexto considera que la autonomía de los flujos financieros respecto de las políticas económicas da lugar a una nueva globalización “que no tiene centro económico ni político único”, mientras que se marcha “hacia un mundo multipolar, con la emergencia de un nuevo centro que es China, con su gran presencia tecnológica”.
A la luz de estos fenómenos, Lanús afirma que “ha muerto el Estado-nación, legado dela época de grandes personalidades como Napoleón, Bolívar, Bismarck, Wilson, Roosevelt, Stalin, Mao, Kenyatta, Yrigoyen o Perón. No obstante, “el Estado sigue siendo aún el principal actor del sistema internacional en los planos jurídico, político, económico, militar y, en cierta medida, tecnológico”. Al mismo tiempo, considera que “el ocaso de la soberanía clásica del Estado-nación se evidencia no solamente por la pérdida de poder político de las grandes potencias, sino también por la pérdida de poder nacional frente a los bancos y corporaciones transnacionales”.
Recuerda también que “desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hubo 218 conflictos en 153 zonas del planeta donde el 90% de las víctimas fueron civiles y que, en los últimos treinta años, EE.UU. participaron en trece conflictos armados. Si bien la Guerra Fría terminó, nunca hubo como en la actualidad tantos efectivos militares, bajo las banderas estadounidense y china, ni la acumulación y perfeccionamiento continuo de tantas armas diseminadas en el mundo”.
Lanús aborda las tensiones contemporáneas entre política y economía internacionales y dice: “El mundo está en tránsito hacia un tiempo donde los poderes públicos deberán tener más compasión frente al ser humano común”. La democracia, agrega, “fue acosada por la economía y comenzó a plantearse un conflicto profundo entre el modelo capitalista liberal y las instituciones financieras multilaterales, por un lado, y la democracia política como modo de gestión del bien común de los Estados nacionales, por otro”.
Todo ello pone en evidencia la necesidad de encontrar un nuevo terreno de gobernanza, con un enfoque integral y una estrategia global, que dé respuesta a conjunto de los desafíos sociales económicos, ecológicos, de salud y educación que afectan a la mayoría de las poblaciones. Y considera que no será sólo la eficiencia del mercado la que dé respuesta comprensiva a estos desafíos: “El Estado debe retomar sus funciones rectoras en el contexto de la organización política de una sociedad democrática, en tanto la sociedad civil deberá preservar su espacio de libertad y sujeción a la autoridad política como garantía para la realización del destino de cada una de las personas que integran una comunidad”. Señala además que la persona humana “no puede quedar mutilada por la tecnología” y que la libertad y la belleza, el buen vivir y la cultura “no deben quedar sojuzgados por el Estado autoritario que pretende ejercer un poder de vigilancia sobre todo”.