Lelio Mármora: “Con el COVID-19 aumentó la emigración de personal calificado de países en vías de desarrollo”

¿Cuáles son las principales corrientes migratorias de las últimas décadas?

Según datos de las Naciones Unidas, en 1960, eran 43 los países en los que los migrantes superaban el 10 % de su población; este número se elevó a 70 países en el año 2000. Por otra parte, se puede observar que en 1990 el 2,9% de la población mundial no vivía en el país donde había nacido, mientras que en 2019 el porcentaje creció a 3,5%. De estos datos se desprende que el 96,5% de las personas viven en su país de origen, por lo tanto, la migración resulta un fenómeno de excepción, si bien es cada vez más amplio gracias a la fluidez de los intercambios. Los flujos migratorios más importantes en la actualidad son los de Europa, con 82 millones; los Estados Unidos, que duplicó la población migrante en los últimos 25 años, con 58 millones; y Asia Occidental, con 49 millones.

¿En qué medida la pandemia del COVID-19 afectó las corrientes migratorias preexistentes?

En un contexto donde los migrantes ya estaban limitados por el incremento de las políticas restrictivas, a partir del 2020 se enfrentaron a nuevos y más duros controles gubernamentales, y en algunos lugares a brotes de xenofobia que los culpan de ser los causantes de la pandemia. Millones de personas vieron restringida su capacidad de traslado entre países y entre distritos dentro de cada país, entre diferentes partes de la misma concentración urbana, con las fronteras en la puerta de su casa. A partir de abril de 2020, 168 países cerraron total o parcialmente sus fronteras, a pesar del papel esencial de la mano de obra migrante en las economías “desarrolladas”, donde en muchos casos estuvieron en la primera línea de riesgo frente al COVID-19. Según el Center for American Progress, casi tres de cada cuatro indocumentados se desempeñaron en los Estados Unidos como “trabajadores esenciales” frente a la pandemia. Esta permanencia de los migrantes en el mercado de trabajo ha sido considerada una forma de “resiliencia pandémica”. Aun así, los grupos más castigados con el desempleo y por sus problemas de acceso a los servicios médicos han sido los extranjeros migrantes, especialmente aquellos en situación irregular. Esto sucede en todo el mundo.  Las remesas hacia los países de origen han bajado en forma drástica ya que la sobrevivencia de los migrantes se ha hecho más difícil, sus oportunidades en los mercados de trabajo más dificultosas y la percepción negativa de las poblaciones locales cada vez más discriminatorias, atribuyendo en muchos casos a los extranjeros los contagios del virus. A su vez, debido a que la pandemia ha restringido sus movimientos, los traficantes de personas están usando rutas cada vez más peligrosas. Por otra parte, a causa de los problemas económicos derivados del COVID-19, se observa un incremento de emigración de personal calificado con consecuencias importantes para los países menos desarrollados. A pesar de esta situación, los flujos migratorios continúan impulsados por los conflictos violentos, la inseguridad y los efectos del cambio climático.

¿Cuáles son los rasgos que distinguen los fenómenos migratorios contemporáneos?

 En el año 2020 más de cien mil personas se lanzaron al mar Mediterráneo intentando llegar a Europa desde África, siendo la ruta de las Canarias la más utilizada, y a la vez la más peligrosa y mortal. Se registró un volumen de pateras ocho veces mayor que en el año anterior, y 593 muertes frente a 210 en el año 2019. Ante esta situación, España ha incrementado la deportación de los migrantes llegados desde Marruecos, Mauritania y Senegal. En Italia los migrantes aumentaron un 197%, muchos de ellos desde Túnez, donde el impacto de la pandemia sobre el turismo provocó un gran desempleo.

¿Cómo era antes, en el siglo XIX y XX?

Durante fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX la mayor parte de las migraciones se dirigían del este al oeste del mundo: 59 millones de habitantes de los países que conforman hoy la Unión Europea partieron hacia otros continentes, principalmente hacia América, Australia, Nueva Zelanda y África del Sur. A ello se sumaba la migración forzosa de seis millones de esclavos africanos y los trabajadores bajo contrato procedentes de Malasia, África del Este, Fiji y Japón, que eran entre 12 y 37 millones de personas. Se podría señalar que en la actualidad la migración internacional está alcanzando los niveles que tenía a fines del siglo XIX, en proporción a la cantidad de población mundial. Si bien se observa un aumento sustancial de las migraciones –de 173 millones a principios del siglo XXI a 244 millones en 2015 y 272 millones en 2019–, estaría acompañado por una distribución mayor de los migrantes hacia diferentes destinos, especialmente dentro de las regiones en que ya habitan. El 80% de los migrantes del África Subsahariana se desplazan en su región; así como el 82% de los de Asia Oriental y Sudoriental, el 73% de los de América Latina y el Caribe y el 63% de Asia Central y Meridional. Por otra parte, así como los América del Norte y Europa siguen siendo las mayores regiones de recepción, con más de 140 millones de inmigrantes, casi la mitad de los flujos se daría entre países en vías de desarrollo.

Desde hace décadas existen corrientes migratorias desde América Central hacia los Estados Unidos. ¿Cuál es la situación actual?

En América Central, a los efectos devastadores de los huracanes Eta e Iota y los graves problemas de violencia, desigualdad y hambre, se sumaron los de la pandemia. De los migrantes provenientes del Triángulo Norte de Centroamérica –donde las maras y el crimen organizado mantienen un fuerte control social–, que cruzan México para llegar a los EEUU, el 61,9% entrevistados en 2018, citaron al menos un evento relacionado con la violencia como determinante de la decisión de migrar y el 57% se vio expuesto a hechos violentos durante la ruta migratoria. México y Guatemala detuvieron y deportaron a miles de hondureños que se dirigían a los Estados Unidos en caravanas masivas. En Tapachula, principal ciudad en la frontera sur de México, se endurecieron los controles por considerar que la entrada de migrantes habría agudizado los riesgos sanitarios. No obstante estas medidas, los flujos migratorios de la zona han continuado su camino, a pesar de la inseguridad en la que se encuentran.

Noticias que llegan de Europa dan cuenta del abuso de nuevas corrientes migratorias generadas por Bielorrusia como presión sobre Polonia. ¿Qué puedes decirnos al respecto?

Un hecho insólito que da cuenta del alcance del papel de la circulación de personas a través de las fronteras es su utilización con objetivos políticos. Tal es el caso de la operación del Gobierno bielorruso: como Europa no lo reconoce como legítimo, luego de elecciones fraudulentas, organizó una oleada de inmigrantes traídos de una veintena de países de Oriente Medio. Los envió a las fronteras con Polonia y las repúblicas bálticas, como estrategia para presionar a la Unión Europea para que elimine las sanciones que le impuso por su deriva autoritaria y represiva. 

Las negociaciones políticas que se desarrollan en el frente interno venezolano, ¿han producido algún cambio significativo en el flujo migratorio de ese país?

Las migraciones forzosas de venezolanos, que en la actualidad abarca alrededor de cinco millones de personas, instaladas en su mayoría en los países de la región, constituye en este momento una de las corrientes más grandes del mundo de esas características. Las negociaciones políticas que se desarrollan en el frente interno venezolano no parecerían tener influencia significativa en este proceso migratorio, cuyas causas, además de las relacionadas con la restricción de las libertades individuales, están directamente vinculadas con las precarias condiciones de vida y la falta de posibilidades de desarrollo económico y social. En el caso específico de la Argentina, podría decirse que la inmigración venezolana es la de mayor calificación que haya recibido el país en toda su historia.

Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha insistido en la necesidad de que los poderes públicos mundiales desarrollen políticas en favor de las personas que por distintos motivos se ven forzadas a emigrar en condiciones inhumanas. ¿Qué eco ha encontrado su prédica?

El llamamiento de Francisco hace ochos años en Lampedusa, a través de su encíclica Lumen Fidei, fue un claro mensaje sobre “la indiferencia hacia los otros, que nos lleva a la globalización de la indiferencia”, frente al drama de las más de 25 mil personas que perdieron su vida tratando de cruzar el canal desde Sicilia en las últimas dos décadas. Ese mensaje ha tenido diferentes efectos. Si bien en el ámbito de los acuerdos internacionales y regionales el desarrollo humano del migrante aparece como el objetivo fundamental, a nivel de políticas nacionales las restricciones al movimiento regular de los seres humanos se han incrementado en diferentes países en función de una soberanía excluyente con respecto a la circulación de las personas de otras nacionalidades. Por un lado, han aumentado los convenios y reuniones internacionales sobre los derechos humanos de los migrantes, de los cuales –como se ha visto– vale destacar en especial a la “Convención de las Naciones Unidas para la protección de los trabajadores migrantes y sus familias”, el “Pacto Mundial para una migración segura, ordenada y regular” y los “Foros de Migración y Desarrollo”, en cuya base los gobiernos acuerdan el respeto por los derechos humanos de los migrantes. Por otro lado, se ha ido desarrollando una tendencia a la adopción de políticas unilaterales que en muchos casos entran en abierta contradicción con lo que los gobiernos aprueban en dichos foros. Un ejemplo es el de la Convención de las Naciones Unidas que nombre antes, aprobada en las Naciones Unidas en 1990, que recién dos décadas después fue ratificada con el número mínimo de gobiernos necesarios, sin contar que ningún país desarrollado receptor de migrantes la ha ratificado. Es difícil pronosticar si los espacios multilaterales lograrán imponerse sobre las prácticas y políticas migratorias unilaterales o quedarán congelados en la hipocresía diplomática; si los avances bilaterales lograrán superar las trabas de las administraciones legales o si, aun cumpliéndose los acuerdos bilaterales o multilaterales, se conseguirá un verdadero pasaje de la «exhortación» a la norma; o cuál será el verdadero efecto sobre el migrante. ¿Más libertad de movimiento? ¿Más respeto a sus derechos humanos? ¿O más restricciones?

Lelio Mármora es Doctor en Sociología por la Universidad de París, actualmente es el Director del Instituto de Políticas de Migraciones y Asilo (IPMA). Como académico ejerce el cargo de Director de la Maestría y Carrera de Especialización sobre Políticas y Gestión de Migraciones Internacionales en la UNTREF. Dentro de sus funciones públicas, fue Director de la Dirección Nacional de Migraciones en los años 1973-1974, alto funcionario de la Organización Internacional para las Migraciones en 1987-2002, Director del INDEC entre los años 2003-2007, Alto comisionado de ACNUR y Asesor de la OEA, FNUAP y la OEI.

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