Algunos dicen que la religión es la causa de todas las guerras, incluyendo a la desatada por Rusia en territorio de Ucrania. Eso no es cierto, pero sí lo es que el factor religioso juega, al menos en este caso, un papel mayor que el evidente a primera vista. El tema es complejo, porque hay siglos, milenios, de historia detrás. Hay cuestiones antiguas y conflictos recientes.
El presidente Vladimir Putin justificó la invasión diciendo que Ucrania no existe como nación. Eso es claramente falso hoy y lo fue en muchos momentos, aunque pudo ser cierto en términos estrictamente políticos en algunas épocas. Todo depende del momento de la historia, extensa, en el que nos situemos. En materia religiosa esa historia tiene un hito determinante: el bautismo de “la Rus’ de Kiev”, encabezado por el príncipe Vladimiro, en el año 988. En el milenio de ese acontecimiento fundamental y fundacional, Criterio publicó algunos artículos memorables que vale la pena releer[1]. En ese momento de conversión masiva al cristianismo el centro político de la región era Kiev, y Moscú era apenas una aldea remota y periférica. El cristianismo de cuño bizantino pero con buenas relaciones con Roma fue el motor cultural del este de Europa.
Que el cristianismo haya entrado en esas vastas regiones, Rusia incluida, desde Kiev y la actual Ucrania, le da a esos lugares un significado simbólico muy poderoso.
Es a partir del siglo XIV, cuando las invasiones tártaras arrasan Kiev, que el centro de gravedad se traslada de hecho a Moscú. Allí se instala el gobierno civil, y también la cabeza de la Iglesia. En 1054 se había producido el cisma de Oriente, la ruptura de la cristiandad en dos partes, con sendos polos en Roma y en Constantinopla. El siglo XV encuentra a la actual Ucrania bajo la dominación polaco-lituana, y en ese contexto se produce la “unión de Brest”, por la que la mayor parte de la Iglesia greco-católica de Ucrania (así llamada porque conserva la liturgia bizantina y la disciplina oriental, que permite por ejemplo que los sacerdotes –no los monjes ni los obispos– sean varones casados) vuelve a la comunión con Roma. Desde entonces existe una tensión importante entre los católicos de rito oriental (a los que despectivamente algunos llaman “uniatas”) con centro en Kiev o Lviv; y los ortodoxos seguidores del patriarcado ya definitivamente instalado en Moscú. Hay que notar que además la Iglesia rusa se convirtió de lejos en la más numerosa y poderosa de las iglesias ortodoxas. No por nada ellos llaman a Moscú “la nueva Roma”.
Más acá en el tiempo, el siglo XX presenta nuevos conflictos que hoy afloran. Durante la larga era soviética, la Iglesia ortodoxa rusa se sometió mayormente al régimen comunista, acaso por necesidad de supervivencia. Esa docilidad no fue aceptada por algunos, sobre todo por los rusos del exterior que dieron origen (también en la Argentina) a una Iglesia ortodoxa “de la emigración” con una jerarquía paralela a la obediente al patriarca de Moscú. El régimen soviético, con la anuencia del patriarcado, persiguió duramente a los católicos ucranianos, que tuvieron figuras admirables, verdaderos confesores de la fe, como el célebre cardenal Slipyj. En lo estrictamente religioso, la mera existencia de la Iglesia greco-católica fue y sigue siendo un problema de difícil solución en el diálogo ecuménico desarrollado a partir del Concilio Vaticano II.
La desintegración de la URSS permitió la reorganización de Ucrania como nación independiente (aunque conviene recordar que al igual que Bielorrusia siempre había mantenido un asiento propio en las Naciones Unidas), y el auge del nacionalismo. La Iglesia católica de rito bizantino pudo revitalizarse, y volver a reclamar a Roma el título de “patriarca” para su cabeza, el Arzobispo Mayor de Lviv, cargo que desde 2011 ostenta monseñor Sviatoslav Schevchuk, que antes fue eparca ucraniano en la Argentina y estudió en Buenos Aires. La Santa Sede siempre fue reticente en erigir ese patriarcado, justamente para no irritar a la ortodoxia de Moscú. La greco-católica es la comunidad religiosa preponderante en la zona occidental de Ucrania, más ligada a Polonia que a Rusia.
En 1990 el Patriarcado de Moscú le dio una cierta mayor autonomía al Exarcado patriarcal de Ucrania, pero manteniéndolo dentro de su jurisdicción: los ortodoxos de Ucrania sujetos a Moscú eran aproximadamente un tercio de la Iglesia ortodoxa rusa. Sin embargo, una parte significativa de los ortodoxos ucranianos conformaron el Patriarcado de Kiev (eligiendo Patriarca a Filaret, que había aspirado a serlo de Moscú), no reconocido en ese momento por el resto de la ortodoxia; y también se produjo la reinstalación de la Iglesia Ucraniana Autocéfala hasta entonces sostenida por los emigrados en la era soviética.
La invasión rusa a Crimea en 2014 reforzó el nacionalismo ucranio también en lo religioso, que tuvo su premio cuando en 2018 el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla (y, por ende, las demás iglesias ortodoxas en comunión con él) reconoció a la Iglesia ortodoxa de Ucrania como autocéfala y separada de Moscú. Un golpe severo para el Patriarcado “de Moscú y toda Rusia” que, para su patriarca Kirill, incluye a Ucrania…
No es extraño entonces que la invasión rusa a Ucrania, luego de un intento inicial de equilibrio, haya terminado por ser apoyada y bendecida por el patriarca de Moscú, Kirill, de conocida cercanía con Putin, quien abiertamente declaró que Ucrania y Bielorrusia son parte de la tierra rusa. Uno de los argumentos de Kirill para defender la invasión es la necesidad de luchar contra un modelo de sociedad occidentalizado anticristiano que, por ejemplo, promueve la homosexualidad. Además de querer reconstruir la imaginaria unidad de “todo el pueblo ruso” incluyendo en él a ucranianos y bielorrusos. El propio Putin, al justificar la invasión, dijo: “Quisiera enfatizar otra vez que Ucrania no es para nosotros sólo un país vecino”, sino que “las personas que viven en el sudoeste de lo que históricamente ha sido territorio ruso se han llamado a sí mismos rusos y cristianos ortodoxos”, y habló de un “inalienable espacio espiritual” que incluye a Ucrania…
El apoyo del patriarcado de Moscú a la invasión y la calificación como “fuerzas del mal” que ha adjudicado Kirill a quienes la resisten, posiblemente empuje a los obispos y parroquias que aún conserva el patriarcado en territorio ucraniano (guiada por el Metropolita Onofre de Kiev) a migrar hacia la ahora reconocida Iglesia ortodoxa Ucraniana guiada por Filaret, que se ha colocado a la cabeza de la resistencia, haciendo propio el sentimiento nacionalista. Ni que hablar si se concreta el temido ataque ruso al principal santuario de Ucrania, la catedral Santa Sofía de Kiev.
Este complejo mosaico, que por otra parte es indicador de una razonable libertad religiosa en Ucrania, es un gran desafío para el Vaticano. Por una parte, está naturalmente obligado a apoyar a la Iglesia greco-católica. Pero ella ha sido el obstáculo histórico objetivo para el avance del diálogo ecuménico con la mayor de las iglesias ortodoxas (la rusa), que pareció tener un hito importante con el encuentro en Cuba del papa Francisco con el patriarca Kirill, y la posibilidad de que finalmente el Papa pudiese visitar Rusia, posibilidad que hoy parece haberse desvanecido. Francisco ha construido una relación muy intensa y fraternal con el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo, que como dijimos ha movido sus piezas a favor de la Iglesia nacional ucraniana, a expensas de Moscú. Es otro elemento a considerar.
Si se consolida la dominación rusa sobre todo o parte del territorio ucraniano, es previsible que la libertad religiosa sufra, como sufre en Rusia, donde se privilegia ampliamente a la Iglesia ortodoxa oficial y se restringe severamente la actuación de otros grupos, especialmente cristianos evangélicos, pero también católicos, por no hablar de las dificultades de los musulmanes incluso donde son mayoría. Muchos han señalado que el objetivo de Putin se acerca más a reconstruir la Rusia de los zares que la URSS. En ese modelo, la alianza de la Iglesia privilegiada con el “trono” tiene mucho sentido, sobre todo para una Iglesia que históricamente nunca tuvo verdadera libertad.
Un antecedente en ese sentido es lo que viene ocurriendo en la región de Donbas, las provincias de habla mayormente rusa del este de Ucrania (Luhansk y Donetsk), que estaban ya ocupadas de hecho y cuya “protección” fue la excusa de Putin para desatar la guerra abierta. Allí ya se prohibió a la Iglesia ortodoxa no alineada con Moscú, y a otras comunidades como la Unión Bautista, los pentecostales o los adventistas. A las comunidades religiosas distintas de la Iglesia ortodoxa del patriarcado de Moscú se les impuso en 2018 un registro obligatorio, que fue concedido o negado discrecionalmente, y se las sometió a controles, castigos, privación de servicios de gas, electricidad o agua, etcétera. Al sacerdote católico y a la comunidad de monjas que residían en Lugansk se les prohibió permanecer allí, privando a la pequeña comunidad católica de los sacramentos, y lo mismo ocurrió con varios obispos y sacerdotes católicos de rito latino u oriental, expulsados de hecho.
En un informe sobre la situación de los derechos humanos en Ucrania que abarca de agosto de 2020 a enero de 2021, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) señaló que varias comunidades religiosas en las partes controladas por los rebeldes de las regiones de Luhansk y Donetsk “seguían enfrentándose a limitaciones en el disfrute de la libertad de religión o creencia”. Agregó que la aplicación de las leyes locales “discrimina a varias organizaciones religiosas”; y que había perdido contacto con líderes religiosos que temían ser perseguidos por informar acerca de la situación.
Parece increíble que a esta altura de la historia se invoque a Dios o a la religión para justificar la guerra, la muerte y la persecución. Pero ocurre. En la Argentina no terminamos de valorar la libertad religiosa que vivimos y nos cuesta imaginar la persecución que muchos sufren por su fe. Pero es lo que ocurre en esas regiones que casi nadie tenía en mente y ahora vemos todos los días en los medios de comunicación. Cuando esos lugares dejen de ser noticia cotidiana, lo más probable es que en ellos la persecución religiosa continúe. Y si por milagro así no fuera, el escándalo de la división de los cristianos parece llamado a persistir por mucho tiempo. Dios llora en Ucrania.
[1] “Los orígenes de la Iglesia Ortodoxa Rusa”, de Domingo Krpan; y “Mil años de fidelidad bautismal”, de Norberto Padilla, ambos en el nº 2009 del 23/6/1988; y “Los mil años de cristianismo en la URSS” del cardenal Agostino Casaroli en el nº 2015 del 22/9/1988.
13 Readers Commented
Join discussionMe gustaría leer Los Orígenes de la Iglesia Ortodoxa Rusa. ¿Puede ser enviada a mi mail
Se lo enviaremos por email Saludos cordiales
Muy interesante este relato histórico a tener en cuenta en esta guerra.
Es un escandalo q por estúpidos recelos de poder y respeto a las enseñanzas de Cristo, nos encontramos en medio de un escandalo y rebelión contra la Doctrina transmitida por las enseñanzas apostólicas. Ruego a la Virgen interceda por la Santa Iglesia de Cristo sea una sola.
Muchas gracias x el artículo, que ayuda a comprender el complejo mosaico político y religioso de la guerra. Ojalá que el Patriarcado de Moscú pueda ser un factor de paz
Un gran aporte que pone luz sobre el aspecto religioso de la invasión rusa a Ucrania. Me gustaría leer los tres textos mencionados al pie. No los encuentro en la www. ¿Podría recibirlos en mi correo? Muchas gracias por vuestra atención.
Le escribimos por email. Saludos cordiales
También quisiera leer los tres textos mencionados al pie. podrían enviármelos ?desde ya muchas gracias
Me podrian dar una opinión personal sobre el articulo?
Agradecería el envío de: “Los orígenes de la Iglesia Ortodoxa Rusa”, de Domingo Krpan; y “Mil años de fidelidad bautismal”, de Norberto Padilla, ambos en el nº 2009 del 23/6/1988; y “Los mil años de cristianismo en la URSS” del cardenal Agostino Casaroli en el nº 2015 del 22/9/1988.
Desde ya muchas gracias
El contenido del artículo es preciso y comprensible; contribuye a entender la influencia del factor religioso en el actual conflicto bélico y la interdependencia entre Fe, cultura y política. Así como la religión está penetrada y condicionada por la cultura, puede a su vez, a través del diálogo entre las Confesiones, encontrar un camino hacia la paz y la reconciliación entre occidente y Oriente, que la política es impotente para lograr.
El artículo excelente, muy bien armado y explica las profundas diferencias entre la Iglesias Autocefalas. Por favor, si me pueden enviar el artículo del cardenal A. Casaroli
Es tarde mi opinión. Pero escribiste mucho pero desconoces lo que ocurre realmente. Por lo tanto escribiste poco. Lo histórico en general bien pero omitir en nacionalismo ucraniano y el Fasismo impuesto allí por occidente hace ver a Rusia equivocada y es quien tiene razón. Ahora en 2023 ojala veas más claro que esto es una guerra que armo dígito EEUU y sus seguidores no Rusia Rusia sólo se defiende de esa agresión de la Otan. Saludos