“Los problemas que suelen asociarse a la Amazonia son la lucha contra la deforestación, la extracción de oro, el uso indiscriminado de los recursos, la expansión de la frontera agrícola o el conflicto por las tierras. Son problemas reales, pero que se dan en los territorios amazónicos más de las periferias. Pero cuando uno está acá, en Leticia, capital del departamento de Amazonas en Colombia, los problemas tienen más que ver con las dinámicas fronterizas, en este caso, la triple frontera entre Perú, Colombia y Brasil. Los problemas tienen que ver con el cuidado de la vida y cultura de las culturas originarias, su sostenibilidad económica en armonía con el medio ambiente y especialmente la violencia y desintegración comunitaria que trae la presencia del narco”, explica el hermano jesuita Rodrigo Castells, ingeniero agrónomo nacido en Uruguay y actualmente miembro de una comunidad jesuita de Leticia.
¿Cómo recordás tu experiencia en Santiago del Estero?
El santiagueño ama su tierra y es hospitalario como no he conocido en otro lado. En Boquerón acompañé a las organizaciones campesinas y a las comunidades que tenían conflictos de tierras y cuyos derechos eran vulnerados, colaborando con el INTA, el Ministerio de Desarrollo Social y Cáritas Nacional en la implementación de programas de desarrollo comunitario. Participé de esos espacios como religioso, pero me hubiera gustado poder enfocarme más en la vida de fe, en el anuncio del Cristo liberador de la opresión.
¿Cómo es la población indígena en la triple frontera de la Amazonia?
Conviven tres etnias principales: Tikuna, Cocama y Yagua. Los Cocama han perdido gran parte de sus referencias culturales y territoriales. Los Yaguas todavía conservan algunas dimensiones de su cultura, aunque muy debilitados. Los Tikuna, en cambio, quizás porque son mayoría, mantienen muy vivas sus expresiones culturales y rituales; también su la lengua.
«Los tikuna mantienen vivas sus expresiones culturales y rituales»
¿Cómo viven hoy las comunidades?
Están asentadas cerca del río Amazonas y las quebradas. Por el río se transita libremente entre los tres países, como si se tratara de un único gran territorio. Las grandes ciudades de referencia en la Amazonia son Iquitos, en Perú, que implica 12 horas de navegación por ferry, y Manaos, en Brasil, a varios días de viaje en barco. De todas maneras, como Leticia tiene conexión aérea con Bogotá, es el motor económico local como destino turístico.
¿Cómo es la vida productiva?
Las comunidades se dedican principalmente a la pesca y la agricultura. El clima es muy favorable y el río es fuente de una gran riqueza ictícola. A esto, en los últimos años, se ha sumado todo lo que tiene que ver con el desarrollo del turismo, como la actividad de los artesanos, que es muy practicada en las comunidades. En los ‘90 se dio lo que ellos llaman el “periodo de la bonanza”, cuando el narco se instaló con sus plantaciones de coca. Una década después el Estado hizo una apuesta por el desarrollo turístico y combatió esas plantaciones porque obviamente, por tratarse de una actividad ilegal, implicaba inseguridad y violencia. En las últimas décadas la producción de coca se fue concentrando en territorio peruano, este proceso tiene efectos muy negativos en toda la triple frontera.
¿Cuáles son los efectos?
La cosecha de coca, los productos ligados al procesamiento y producción de la pasta de cocaína y el tránsito por los ríos sigue avanzando y no lo ha detenido ni siquiera el COVID-19. Paralelamente, el desarrollo del turismo ha tenido un impacto positivo en las comunidades, así como la legislación colombiana que contempla la existencia de territorios indígenas autónomos. Los turistas son recibidos por miembros de la comunidad vestidos con sus ropas tradicionales, comparten sus manifestaciones culturales y ofrecen sus productos y artesanías. En algunos Resguardos han hecho acuerdos con empresas hoteleras para autorizar su instalación dentro del territorio autónomo y, como contrapartida, les demandan la contratación de miembros de la comunidad como empleados y la compra de sus productos agrícolas para el abastecimiento de los hoteles.
«El Estado colombiano reconoce la autonomía de las comunidades y de sus territorios»
¿Cómo es la relación de los indígenas y el narco?
Las comunidades más organizadas intentan que sus jóvenes no trabajen en la cosecha de la hoja de coca, porque en ese ambiente no sólo toman contacto con las drogas sino también con la violencia. Lamentablemente la pandemia aumentó las necesidades económicas y muchos jóvenes que van a la “raspada” de coca (cosecha de las hojas) a ganarse un sueldo, se hicieron adictos. Frecuentemente les pagan con la misma droga, que terminan vendiendo en sus comunidades. Sin embargo, lo que más las afecta es el consumo generalizado de alcohol, especialmente el “corote”, una bebida alcohólica brasileña de muy baja calidad. Ya había visto el problema del alcoholismo en comunidades campesino-indígenas en otros lugares de América, pero no era tan complejo y extendido como en las comunidades aquí en el Amazonas.
¿Reciben algún tipo de ayuda económica estatal?
A diferencia de lo que sucede en Brasil, Argentina y Uruguay, donde las familias tienen algún tipo de ingreso básico asegurado, en Colombia y Perú la situación es mucho más frágil. Los sistemas de seguridad social y de salud de la población en general son muy precarios, especialmente en Colombia. Sin embargo, Colombia está un paso adelante en una dimensión de su legislación de reconocimiento de los territorios indígenas. El Estado colombiano reconoce la autonomía de las comunidades y sus territorios y además concede una ayuda económica comunitaria, cuyo monto varía según la cantidad de habitantes y de la extensión de tierras. Ese dinero en general se destina a proyectos y obras comunitarias. Las comunidades tienen su propia organización política.
¿Cuál es la actividad de los jesuitas en la zona?
La Compañía de Jesús tiene una presencia importante en la Panamazonía: Perú, Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela, Guyana y desde hace unos ocho años también en Colombia. La Compañía decidió atender a la Amazonia como un territorio único y considerarlo prioridad para la Coordinación de los jesuitas en América Latina CEPAL (Conferencia de Provinciales Jesuitas del America Latina y el Caribe). En ese contexto se creó una comunidad en Manaos que luego se trasladó a Leticia, el SJPAM (Servicio Jesuita a la Panamazonía), de la cual formo parte desde hace un año aproximadamente. Pertenecemos a ese órgano de Coordinación de la Compañía y estamos insertos en el Vicariato de Leticia y muy cerca del Vicariato de San José, que corresponde a Perú, y de la diócesis brasileña de Alto Solimoes. Tenemos una doble misión: trabajar con una visión local, territorial, y articular a nivel de la Compañía de Jesús y de la Iglesia a nivel de la Panamazonía. Desde el SJPAM se ha colaborado fuertemente en la formación de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM); también hemos sido impulsores del Sínodo para la Amazonía y la creación de la CEAMA (Conferencia Eclesial para la Amazoní).Actualmente, a nivel territorial, nos enfocamos en procesos de formación de catequistas, espacios juveniles y acompañamiento del diálogo fe-cultura. Buscamos junto con las comunidades una Iglesia con rostro Amazónico-Tikuna, sobre todo a partir de una ritualidad inculturada.
¿Qué es lo que te atrae de tus actuales tareas?
Durante los seis años que pasé en San José del Boquerón, en Santiago del Estero, donde es muy fuerte el conflicto por la tierra y la extrema pobreza, estuve enfocado en temas de desarrollo humano, mejora de las condiciones de vida y acompañamiento en el reclamo por sus derechos. A veces añoraba enfocarme exclusivamente en lo religioso y por eso siento que aquí tengo una oportunidad muy linda en ese sentido. Aquí hoy se vive un Kairós eclesial, un tiempo de esperanza, en el nacimiento de una iglesia Sinodal donde a los laicos les es reconocido y otorgado un mayor protagonismo.
«Las culturas son móviles, organismos vivos»
¿Cómo colaborar en la preservación de las culturas indígenas y, a la vez, evangelizar?
En algunas comunidades la cultura está viva, pero en otras se está perdiendo, un poco por el mestizaje y otro tanto porque la cultura occidental es arrolladora, con las comodidades y los consumos que ofrece. Si no hay un fortalecimiento de los valores, la cultura de lo individual arrasa con lo comunitario. Yo parto de la idea de que las culturas son móviles, organismos vivos, y es un error pretender que se mantengan como unidades estáticas. El inmovilismo cultural es imposible, más bien lo que tenemos que buscar es encauzar el diálogo entre culturas, inclusive con la cultura del consumo, de la mejor manera posible. En las comunidades indígenas no quieren vivir aislados, pero el diálogo puede acompañarse ayudando a tener conciencia de los los procesos que se viven y de los impactos que están tenido en su cultura. Nadie sabe cuál es el punto de encuentro ideal, pero podemos aportar una mirada especial sobre la riqueza que tienen en su propia cultura, abrir espacios para que puedan fortalecerla y acompañarlos en el encuentro con otras culturas, y lo nuevo tendrá que surgir. A mí me entusiasma concretarlo en el modo de celebrar la fe, con celebraciones inculturadas propuestas que están expresadas en “Querida Amazonia” y en el Sínodo. Con los jóvenes y ancianos o sabedores de las comunidades, comenzamos a integrar los instrumentos y las danzas Tikuna en las celebraciones católicas, y de a poco también la lengua. Buscamos que todo su lenguaje cultural pueda tener un canal de manifestación en las celebraciones de su fe católica. En la Amazonia está naciendo una Iglesia católica con rostro indígena laical.
¿El clericalismo es un aspecto que entorpece esos procesos?
Sí, creo que es un problema profundo y estructural que tenemos, más allá de que Francisco insiste mucho en combatirlo. La Iglesia se tendió una trampa a sí misma al haber vinculado la autoridad con el servicio de los ministerios. Esto debilita mucho su fuerza evangelizadora y finalmente a los sacramentos en sí mismos, y por eso pasan a ser accesorios. En Leticia estamos trabajando para fortalecer a los laicos indígenas y encontrar modos de celebrar, porque se torna muy complejo que la celebración pase sólo por la eucaristía.
¿Cómo creés que se debe avanzar?
No sólo los sacerdotes sino también la mayoría de los fieles tiene una estructura clerical para articular su pensamiento y eso no nos permite advertir las limitaciones que implica. En el ámbito eclesial la discusión está, pero animada por los mismos clérigos. Si estás situado como actor del problema no tendrás nunca la suficiente distancia para generar procesos verdaderamente transformadores. La iglesia comenzará procesos transformadores cuando sea posible mayor diversidad vocacional en sus estructuras de gobierno. Mientras no cambien esto, serán sólo lindos discursos llenos de honestas y buenas intenciones. Seguirá siendo conducida por hombres célibes, cuando la mayor porción está compuesta por otras vocaciones. Lo que se ve hoy es un éxodo silencioso, un abandono de la Iglesia. Se trata de una encrucijada. En Leticia estamos llevando adelante un proceso de formación de catequistas que hemos dado a llamar “Talleres para el ejercicio pleno de la gracia bautismal: sacerdotes, profetas y reyes”, con varios ciclos: “Sacerdotes” en tanto todos lo somos, para que puedan celebrar y acompañar la fe, incorporando elementos de la cultura Tikuna; “Profetas” como modo de anunciar y de ser misioneros en sus propias comunidades; y “Reyes” como elemento para el liderazgo y gobierno cristiano.
¿Qué participación tienen las mujeres?
En la parroquia abrimos espacios para mujeres líderes –algunas son gobernadoras de los territorios y otras son referentes de la comunidad católica– para que puedan expresarse sobre los modos en que creen que deben plantearse los temas y los diálogos. Las comunidades indígenas son ambientes mayoritariamente machistas y a las mujeres líderes se las persigue. Suelen ser víctimas de violencia doméstica y, como los territorios son autónomos, el Estado colombiano no interviene; y los referentes internos a veces miran para otro lado. Pero hay quienes han tenido el coraje de enfrentar a miembros de su propia familia para frenar abusos. También la homosexualidad está presente. He revisado algunos mitos de la cultura Tikuna y hay referencias ancestrales a escenas de homosexualidad, pero los ancianos y mayores se resisten mucho a los planteos de los jóvenes que quieren ser aceptados en su opción sexual dentro los territorios. De todas formas, se van viendo procesos de integración y respeto en las comunidades. Algunos de nuestros catequistas son manifiestamente homosexuales. Son un signo bello y potente.
¿Qué interpretación hacés del protagonismo político de líderes indígenas en América latina?
Tanto a nivel de Iglesia, de ONG o de grupos que asumen reivindicaciones de los pueblos originarios, hay liderazgos muy comprometidos y realistas y también otros que están cargados de mucha ideología. Muchas veces echo de menos que se proponga más explícitamente a Jesús – el Cristo liberador de los oprimidos (Lucas 4) y menos un conjunto de imágenes e ideas sobre la religión. Conozco algunos referentes de las comunidades que han asumido esos discursos y son los que oportunamente participan de cuanto Foro se organiza sobre la Amazonia y el indigenismo. Es cierto y muy valioso que se han conquistado derechos muy importantes, pero debo reconocer que a mí me gusta trabajar con los líderes territoriales que están montados sobre su cotidianeidad, menos impregnados quizás de la mirada ideológica y, de alguna manera, secularizante. Hay grupos que montan imágenes de la Iglesia que, si bien son verdaderas, suelen anclarse en algunos errores históricos y perder perspectiva de cuáles son los desafíos y amenazas actuales. A la hora de evangelizar, prefiero proponer el encuentro con Jesús y que cada uno haga su propia síntesis. Si algo puede generar diálogo en el mundo es un Dios que es unidad en la diversidad.
En Chile se han registrado actos vandálicos contra parroquias y capillas como parte de los reclamos indígenas.
Lo que más me preocupa es cuando se busca destruir la fe en Cristo por un discurso ideológico. Incluso la gente que se considera más progresista dentro de la Iglesia no termina de entender que cuando uno se resta del discurso propositivo de la fe, no es que dejamos la situación en algo neutro, sino que aparecen otras formas de comprender el evangelio de Jesús que hace mucho daño a esas culturas que supuestamente queremos cuidar al no explicitarlo nosotros como católicos. Esto, desde el punto de vista de la custodia de estas culturas, suele ser bastante nefasto. Por defender la cultura y no querer que sientan que hay una imposición de Cristo, muchos referentes “progre” de la Iglesia católica no están colaborando todo lo posible en el resguardo de esas mismas culturas que dicen proteger e integrar. Me interesa luchar por los derechos de las comunidades y por la promoción humana con ellos, pero el único que va a generar procesos de liberación profundos, verdaderos y sostenibles es Cristo. En la comunidad jesuita en Leticia intentamos abrir espacios y coordinar ejercicios espirituales con personas de la comunidad Tikuna. Apostamos a que, desde el encuentro con Jesús y la liberación de la fuerza del amor que este encuentro provoca, ellos sean autores de su propio camino como personas dignas y convocadas a la plenitud. Esta la Iglesia que muchos soñamos, esta es la Iglesia que ya está naciendo.
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Join discussionExcelente reportaje, con muy lúcidas reflexiones del Hno. Rodrigo.