Acerca de la relación entre Jacques Maritain y Victoria Ocampo (y el papel de Criterio)

Siempre he comparado el archivo de Victoria Ocampo con el océano: a simple vista es infinito y en sus profundidades esconde maravillas. Zambullirse en él (y el verbo parece más que adecuado) es una experiencia indescriptible. También lo es echar las redes para luego identificar y analizar lo que en ellas queda enganchado.

Así pasó hace unos años, cuando, impensadamente, encontramos que Victoria Ocampo se había carteado profusamente con el místico estadounidense Thomas Merton (uno de las cuatro personalidades de ese país que el Papa Francisco dijo admirar, junto a Abraham Lincoln, Martin Luther King y Dorothy Day). Y resultó que, para desmentir a quienes se entretienen hablando mal de Victoria, no fue ella quien hizo el primer contacto, sino el propio Merton, ansioso de conocerla aunque fuera por carta. El hallazgo de esa correspondencia inédita llevó a traducirla y publicarla en un libro que ha tenido una repercusión impensada[i].

Y algo así ha vuelto a ocurrir. En 2017 una joven investigadora, la doctora María Laura Picón contactó a la Fundación Sur para corroborar algunos datos acerca de las publicaciones de Jacques Maritain en la revista Sur. Enseguida María Laura nos describió su proyecto: “echar las redes”, ubicar las cartas entre el filósofo francés y nuestra admirada Victoria, ponerlas en contexto, traducirlas y publicarlas. En 2018 y a su pedido, nuestra fundación contactó al Cercle d´Études Jacques et Raïssa Maritain y a la Biblioteca Nacional Universitaria, ambos en Estrasburgo, para que María Laura pudiera acceder a los textos de Victoria que allí se conservan.

La pesca fue abundante y su resultado aparece ahora expuesto en No sé rezar – cartas y otros textos 1936-1943[ii], cuyo prólogo, introducción, estudios y selección pertenecen a la doctora Picón y cuya investigación, traducción y notas a quien esto escribe.

No todas las cartas entre Victoria y Maritain aparecieron (aun las redes más perfectas no impiden que las corrientes de la historia dispersen el cardumen), pero lo descubierto fue de enorme riqueza. Y no sólo con relación a los dos corresponsales, sino también para echar luz sobre toda una época de la historia cultural de la Argentina.

En efecto, la correspondencia más nutrida comienza y se refiere a un período de menos de diez años que se inicia en 1936, cuando coinciden en el mundillo intelectual de la Argentina (y no sólo en él) varias circunstancias que aumentan el oleaje: el XIV congreso internacional de los PEN Clubes, el estallido de la Guerra Civil española y el creciente enfrentamiento entre muchos intelectuales y el fascismo.

En Buenos Aires se venía depositando la fina arenilla necesaria para que ninguna de esas circunstancias pasara inadvertida o dejara de estar entrelazada con las restantes: el país había recibido cientos de miles de inmigrantes peninsulares que seguían con vivo interés las vicisitudes políticas de la patria lejana (y muchos, con inusitado ardor a partir de julio de 1936 cuando ocurre el alzamiento franquista); apenas cuatro años antes, en 1932, había terminado en fracaso un curioso experimento político en la Argentina cual fue el gobierno corporativista y fascistoide de José Félix Uriburu (cuyo primo hermano Carlos Ibarguren continuaba al frente de la Academia Argentina de Letras creada durante aquel gobierno en agosto de 1931); en 1934 la Iglesia Católica ―que no escondía su agrado por el golpe franquista― había demostrado su poder de convocatoria con el Congreso Eucarístico Internacional; la aparición en el firmamento porteño de varias figuras rutilantes de la literatura internacional (como Filippo Marinetti y Stefan Zweig por ejemplo) con sus vehementes alegatos públicos en favor del fascismo y el antifascismo, respectivamente, y, aunque en grado menor, la aparición en 1935 de la novela más antisemita de Gustavo Martínez Zuviría, El Kahal,  (publicada, como toda su obra, bajo el seudónimo Hugo Wast), con gran éxito de ventas.

Entre los participantes del congreso del PEN Club está Jacques Maritain. Su presencia en la Argentina es el resultado de dos invitaciones enviadas por separado: la de las autoridades de la Academia Argentina de Letras, encargada por el PEN Club de organizar la reunión en Buenos Aires y la de los jóvenes participantes de los Cursos de Cultura Católica. La invitación de estos últimos fue cursada a Maritain por Juan Martín Bourdieu, abogado y socio de Martínez Zuviría en su estudio profesional.

Pero a pesar de que las invitaciones son dos, la recepción del invitado no es unánimemente grata: es un personaje polémico y su presencia genera debates y polémicas. Desde las columnas de Criterio Monseñor Gustavo Franceschi (que la dirige desde 1932) debe defenderlo una y otra vez frente a los ataques de Julio Meinvielle y Leonardo Castellani, aparecidos en la misma revista (y a pesar de que este último, curiosamente, había publicado en Sur una reseña elogiosa sobre la personalidad de Maritain). Pero Criterio también sirvede escenario propicio para los debates entre Maritain y el férreo Franceschi: “no fue un diálogo complaciente, pero diálogo al fin. […] Cada carta que iba y venía mostraba cómo crecía la calidad de la discusión”.

Por su parte, la Academia de Letras ha designado a una mujer, relativamente joven (y, aventuramos, con poca experiencia en lides semejantes), para que presida la primera reunión de trabajo del Congreso del PEN Club. Allí estará presente Maritain.

Y en esa primera reunión, en septiembre de 1936, arde Troya (o, continuando con las imágenes marítimas, los participantes queman sus naves para no retroceder de sus respectivas posiciones ideológicas). Hay demasiados intereses políticos en juego.

Una simple referencia de Victoria al “lector común” (concepto desarrollado por Virginia Woolf ―a quien Victoria ha conocido hace poco―a través de dos colecciones de ensayos, la última de 1931)[iii] pone a los intelectuales en pie de guerra. La intervención de Maritain tranquiliza las aguas en beneficio de Victoria, que debe presidir un debate tormentoso y agitado. Y esa misma noche ella le escribe para agradecerle. No fue ese su primer contacto, sin embargo: Maritain ya había publicado su “Carta sobre la Independencia” en la revista Sur y existe al menos una carta de Victoria anterior a esa fecha.

Así nace la correspondencia que María Laura Picón identifica y comenta en No sé rezar. Pero las circunstancias agitadas que rodearon ese nacimiento merecían comentarios y análisis más extensos que ella, con generosidad, me pidió explicar en uno de los capítulos del libro.

Era necesario aclarar cómo fue que Maritain no se limitó a echar aceite sobre las aguas tormentosas sino que, en más de una manera, terció en los debates que en ese momento agitaban a Buenos Aires: claramente prendado de la manera de pensar de Victoria, tomó partido explícito por muchas de sus posiciones. Quizás el ejemplo más palmario sea su conferencia en la Sociedad Hebraica Argentina, acompañado de esa mujer separada de su marido que, además, había desafiado ciertas convenciones eclesiales entonces vigentes referidas al sentido “redentor” del golpe de Franco en España. La prensa nacionalista se deleitó destrozando a Maritain.

Como consecuencia, Victoria se vio envuelta en debates agrios que excedieron y, en varios casos, superaron las cuestiones filosóficas connaturales a Maritain y su modo de pensar el catolicismo.

La correspondencia recoge, por supuesto, estas cuestiones. Pero también las excede, puesto que el diálogo epistolar rebalsa los límites de la realidad tangible para radicarse en lo espiritual. De la mano de Maritain, Victoria conoce, por ejemplo a San Luis Orione, a la sazón en Buenos Aires y a Maritain le reclama la necesidad de un catolicismo de rostro más humano.

A raíz de la publicación de la ya mencionada correspondencia de Victoria con Merton (iniciada hacia 1958, muchos años después que la que mantuvo con Maritain a partir de 1936) la particular espiritualidad de la escritora y mecenas argentina ha sido rescatada y puesta de resalto[iv].

La frase que da título a este libro (“No sé rezar”) se repetiría, años más tarde, en sus cartas a Merton (“Quisiera tener su fe y saber rezar”). Victoria tiene una visión crítica de la religiosidad formal de su época, pero eso nunca la lleva a negar la existencia de un Dios misericordioso ni el mandato de la caridad entre los hombres.  

Si a su personalidad rica, curiosa, ávida de exploraciones en el ancho mar de la cultura sumamos su tarea en pro de la difusión de las letras universales en la Argentina se confirma una vez más su perfil de gigante, difícil de encerrar en renglones tan pobres como éstos.

Juan Javier Negri es Presidente de la Fundación Sur, creada por Victoria Ocampo en 1963


[i] Ocampo, V. y Merton, T., Fragmentos de un regalo: correspondencia y artículos y reseñas publicados en Sur (Juan Javier Negri, comp. y trad.), Buenos Aires, Sur, 2011.

[ii] Editorial Sur, Buenos Aires, 2021, 236 páginas.

[iii] Véase Ocampo, V., El ensayo personal, introducción y selección de Irene Chikiar Bauer, Mardulce/Sur, Buenos Aires, 2021, esp. pág. 19.

[iv] Bertolini, A., “Un boceto espiritual de Victoria a partir de sus diálogos con Thomas Merton”, en Victoria Ocampo: los rostros de una humanista, (Cristina Viñuela, ed. y comp.); Buenos Aires, Instituto de Cultura del CUDES, 2021, pp. 197.

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