El feminismo cristiano de Chesterton

Tratar de lo femenino en Chesterton es hacerlo básicamente sobre un elemento familiar. La familia es para él algo de naturaleza elemental, al igual que el fuego, el jamón o la cerveza; cosas, ciertamente, para nada prosaicas o convencionales, sino todo lo contrario: ligadas esencialmente a la aventura, lo salvaje, e incluso lo fantástico. Efectivamente, lo elemental –que encuentra en el hogar su paradigma– tiene que ver, según él, con el arte. Y el arte es imitación de la vida; y, por lo mismo, algo indisociable de los sueños. Este es, pues, el asunto en el que quiero adentrarme (no desprovisto, confieso, de cierto temor). La esencia de la mujer –en tanto cuestión chestertoniana– se desvela en una meditación de los sueños. Es cuestión de onirología o, mejor, de oniromancia.

Hay algunos poemas en los que el periodista londinense canta la dulzura y la magia de la femineidad, pero para ser transportados a su verdadero significado, conviene leer previamente a Kafka o Edgar Allan Poe. Hay uno a mi juicio particularmente apropiado para observar la mirada chestertoniana sobre la mujer, y trata de Santa María, Virgen y Madre. Pero ella no es allí la dulce doncella de Nazaret, sino la reina de las siete espadas y la hechicera blanca. O, mejor dicho –nos advierte Chesterton–, sólo se haría capaz de descubrir a una dulce nodriza que dispense calor de hogar, aquel que pudiera sorprenderla estrujando la cabeza de un dragón.

El poema trata del poder de la mujer; o más bien, de los encantos de su poder. Salvo que, en lo que hace a embrujos femeninos, hay hechizos blancos y los hay también nigromantes.

The White Witch G.K. Chesterton La hechicera blanca

The dark Diana of the groves La oscura Diana de los bosques,

Whose name is Hecate in hell cuyo nombre es Hécate en el averno,

Heaves up her awful horns to heaven alza sus terribles cuernos hacia el cielo,

White with the light I know too well. blanca por la luz que demasiado bien conozco.

The moon that broods upon her brows La luna que se cierne sobre su frente

Mirrors the monstrous hollow lands espejea los monstruosos terrenos vacíos

In leprous silver; at the term en plata leprosa; en los lindes

Of triple twisted roads she stands. de encrucijadas de tres caminos, ella enhiesta se mantiene.

El poema empieza con la impresión que le causa aquel poder femenino carente de luz, calor y color. Diana, la romana, y Hécate, la griega, son dos diosas lunáticas, se podría decir hijas de la luna. Chesterton sabía bien de qué hablaba, habiendo padecido en su adolescencia de ciertas experiencias cercanas a poderes oscuros y demoníacos de los que la luna era siempre emblema y motor. De ello da cuenta en su Autobiography (1936), donde trata de sus tentativas juveniles de “cómo ser un lunático” (título del cap. 4). Y en el volumen póstumo que preparara Maisie Ward, The Coloured Lands (1938), con algunas de las composiciones más tempranas que se conservan de Chesterton, el protagonismo de la luna y su eventual ascendiente sobre la mente humana es llamativo. Así en “La Pesadilla Domada” (The Taming of the Nightmare), relato de 1892 aproximadamente (período escolar), hay un ternero (calf) que es literalmente hijo de la luna (mooncalf, término en desuso que en realidad significa ‘mentecato’, ‘idiota’): su progenitora vaca había muerto “bajo los efectos de una tonada popular”, y “ahora, en su gloria, brillaba en el cielo”. Y al igual que a Diana o Hécate, a ese ternero se lo encontraba en los confines de la Creación (the borderland of Creation), en “páramos estériles (barren), que reflejaban el ancho y pálido rostro de la luna”, cantando con un “desolado y travestido (queer) canto de adoración” a su “mística madre” (mystical mother). El poder del astro leproso es así de “proverbialmente absurdo”: el ternero hallaba gozo en un lamento sin fin, cantándole a su maternal astro mientras este no cesaba de alumbrarlo gélidamente con aterradora blancura (he was quite content, gazing plaintively up to the moon).

Sin embargo, lo que Diana es capaz de brindar en sueños, o Hécate en pesadillas, no representa primariamente la naturaleza humana caída. Nadie se vuelve lunático por el simple hecho de soñar. El peligro reside en soñar solamente y no tener la intención de despertar. Puede que la vida se sustente en sueños, e incluso en pesadillas, pero a fin de cuentas el destino de los sueños es la vida real: “el país de la realidad”, “el país de la luz solar”.

Dreams are no sin, or only sin Los sueños no son pecado, o pecado solamente

For them that waking dream they dream; para quienes sueñan ensoñaciones;

But I have learned what wiser knights sólo que he descubierto qué caballeros más sabios

Follow the Grail and not the Gleam. siguen el Grial y no el Resplandor.

I found One hidden in every home, Encontré Una oculta en cada hogar,

A voice that sings about the house, una voz que canta por la casa,

A nurse that scares the nightmares off, una nodriza que espanta las pesadillas,

A mother nearer than a spouse, una madre más cercana que una esposa,

Whose picture once I saw; and there cuyo retrato vi hace tiempo; y allí,

Wild as of old and weird and sweet, salvaje de antigua que es, extraña y dulce,

In sevenfold splendour blazed the moon en séptuple esplendor brillaba la luna,

Not on her brow: beneath her feet. no sobre su frente: a sus pies.

Sin duda, Chesterton confiesa la aversión que le despierta el culto a Hécate, pero no condena la imaginación o ensoñación en torno a ella en particular, o al mito pagano en general. En este sentido, él parece deslindar el mito pagano de la religión pagana. Con todo, hay una forma distinta de emplear la imaginación. Una forma que lleva a la persecución del Grial, a no confundir con el Resplandor. Aquí Chesterton apunta su crítica directamente al conservador progresista Tennyson (para algunas cosas lo uno, para otras lo otro). En el poema autobiográfico “Merlin and the Gleam” (Merlín y el Resplandor), escrito tres años antes de su muerte (1889), identificándose con el mago, Tennyson celebraba su persecución del Resplandor: “Yo soy Merlín / y estoy muriendo / Yo soy Merlín / Quien sigue el Resplandor”. Para el poeta victoriano, ‘Resplandor’ significaba “la imaginación poética más elevada”, la inspiración de la imaginación literaria, esencialmente intermitente como cierta seducción femenina: así como Merlín persigue con insistencia a la caprichosa Dama del Lago, Nimue, que aparece y desaparece, Tennyson siente haber perseguido durante toda su vida el Resplandor, de similar naturaleza variable. A Chesterton todo esto le resulta, cuando menos, una insinuación de retroceso más que de progreso: una forma de ir, no tras la luz, sino tras espejismos. Pues no es sólo que el Resplandor sea un objetivo simplemente humano, clausurado a la influencia de la realidad divina, sino que es un objetivo difuso, en constante movimiento, que no puede guiar realmente a nadie. No es casual la aprensión expresa de Tennyson a emprender the Quest of the Sangraal: como le parecía que con las realidades sagradas no se podía jugar, sino tan sólo creer en ellas, y como ya no se creía sino en ilusiones, entonces no había otra que dedicarse a jugar con estas últimas.

El Resplandor cautiva con facilidad, pero al perseguirlo se desvanece. El Santo Grial, en cambio, se oculta, por la insoportable solidez e intensidad de su luz. Mas hay una forma de hacerse con él: entrar de nuevo al hogar, y dejarse consolar por el encanto de un semblante que, no por sernos familiar, deja jamás de resultarnos también salvaje o excitante, por antiguo que es, extraño y a la vez dulce (wild as of old and weird and sweet). No, claro, esto lo decía Chesterton en relación a la luna; pero al final es como que él operara una simbiosis entre lo lunar de Hécate y lo virginal de María. La luna ha sido cristianizada. María no es menos que la luna, la cual, de hecho, está a los pies de esa su nueva señora. 

El último tiempo trajo a las sufragistas, con el emblema de su Nueva Hécate; no ya la divisa de una altiva diosa ante quienes las brujas rinden honores, sino el pendón feminista de Miss Pankhurst, “postrada y penitente” ante las solemnes trivialidades masculinas –los partidos políticos, el deporte y la juerga–, “implorando humildemente que las mujeres sean admitidas en esa arena tanto más exterior y periférica” que la del recogido hogar. Es aquí donde, a ojos de Chesterton, el feminismo neopagano sufre de colosal engaño: el hogar no es ámbito de paz y tranquilidad y los clubes lugar de excitantes aventuras. Es exactamente al revés. El salvajismo, la guerra, la creatividad artística y el romanticismo se juegan en el primero más que en los últimos: el hermano fuego y la hermana agua no sólo son elementos; son también espíritus, y de tanto en tanto se rebelan.

Al comienzo sostuve que en la visión de Chesterton lo elemental se unía a lo fantástico. Ahora es preciso añadir que en lo elemental se esconde lo sagrado: lo femenino es un misterio a perseguir, y en él anida “la idea de sensatez, ese hogar intelectual al cual la mente debe retornar después de cada excursión por el terreno de la extravagancia” (What’s Wrong With the World, 1910). Para descubrirlo habrá que volver a nacer mentalmente y hacerse como niños: bajarse de la moto, subirse de nuevo a un caballo, salir a ver qué hay y regresar. Pues “la mente que se abre camino hacia lugares salvajes es la del poeta, pero la que no sabe regresar es la del maníaco”. Immer nach Hause, apostilla Novalis. Homesick at home, salda el inglés.

Santiago Argüello es filósofo, docente e investigador en el INCIHUSA CCT-CONICET Mendoza

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