América Latina y el Caribe cuentan con una rica tradición y experiencia sinodal a lo largo de los siglos. Es algo que brota de raíces que marcaron la identidad de la Iglesia en el continente desde los primeros tiempos de la evangelización: los concilios provinciales y los sínodos parecen estar en el ADN fundacional.
Además, la Iglesia en el continente tuvo desde la mitad del siglo XX una particular y original manera de entenderse y trabajar. De ello da cuenta el recorrido de las cinco Conferencias Generales del Episcopado de América Latina y el Caribe, con participación de obispos de cada país. Estas asambleas signaron los rumbos y estilos pastorales concretos en cada contexto: Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y la última celebrada en Aparecida (2007). Otro hito importante en este camino ha sido el Sínodo para la Amazonia de 2019, y la consiguiente Exhortación Apostólica del papa Francisco, “Querida Amazonia”.
También se debe tener presente como contexto universal el desarrollo de la eclesiología del Concilio Vaticano II, su incidencia en América Latina y el Caribe, y en el magisterio romano. Más allá de un lenguaje renovado, el contenido se ubica en una Iglesia que se autocomprende y presenta ante el mundo como Pueblo de Dios enviado para anunciar a Jesucristo a la humanidad. Se perciben los vínculos de comunión episcopal en clave de eclesialidad. Forma parte de este marco global la convocatoria al camino del Sínodo 2021-2023, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. No es un invento o eslogan. En el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles se muestra como una práctica de la Iglesia primitiva ante los nuevos desafíos que se presentaban. Por eso entendemos que san Juan Crisóstomo ya en el siglo IV haya dicho con claridad que “Iglesia y sínodo son sinónimos”.
Es importante este contexto para comprender el motivo por el cual durante los últimos años fue madurando entre los obispos la conveniencia de una nueva Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe. Y así se lo plantearon al Papa en septiembre del 2019. Ante esta solicitud, Francisco dijo a los representantes del CELAM que de la última Conferencia en Aparecida “todavía tenemos que aprender mucho”; y propuso algo novedoso: realizar una convocatoria que tuviera en cuenta las diversas vocaciones del Pueblo de Dios, y no sólo a los obispos. Lo recalcó en su mensaje de convocatoria: “La Asamblea Eclesial –que es la primera convocada– es otra cosa, es una reunión del Pueblo de Dios: laicas, laicos, consagradas, consagrados, sacerdotes, obispos, todo el Pueblo de Dios que va caminando. Se reza, se habla, se piensa, se discute, se busca la voluntad de Dios”.
Fue así que comenzó a desplegarse esta propuesta inédita. En realidad, la mitad de las diócesis en la Argentina están realizando asambleas y sínodos. Tal vez Bergoglio tenía presente la experiencia de la asamblea arquidiocesana de Buenos Aires siendo él arzobispo. Lo nuevo es que se plantee a nivel continental.
Desde el 24 de enero de 2021 se desarrollaron ya varias fases: escucha, discernimiento, asamblea; y quedan aún otras: elaboración de orientaciones pastorales, presentación e implementación. Del proceso de “escucha” desde marzo a fines de agosto participaron unas 70 mil personas. Este proceso se realizó en diversas comunidades (no sólo parroquias y capillas) y por medio de foros temáticos abiertos a quienes quisieran participar. Se procuró escuchar a los últimos, a los que viven la fe en las periferias geográficas o existenciales, para evitar que los convocados fueran los mismos de siempre o una elite que pretende saberlo todo. Por su parte, los Movimientos eclesiales participaron en una doble dimensión: hicieron un aporte desde su carisma como un don para la Iglesia y, simultáneamente, actuaron como puente con los que no serían consultados si no es por su cercanía y afinidad (gente que duerme en la calle, tóxico-dependientes, personas en situación de cárcel, enfermos, etcétera). La ambición en este proceso –alcanzada parcialmente– fue amplia, en la conciencia de que nadie sobra ni debe quedar afuera por exclusión. Lo expresa el lema “todos somos discípulos misioneros en salida”.
Francisco, en la Constitución Apostólica Episcopalis Communio del 15 de septiembre de 2018, da criterios y fundamentos, y refiere que esta etapa “debe convertirse cada vez más en un instrumento privilegiado para escuchar al Pueblo de Dios: «Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama»”.
Por último cabe destacar el interés en esta experiencia manifestada por referentes del Vaticano y de otros continentes. Estuvo en México el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos; y el cardenal Jean Claude Hollerich (arzobispo de Luxemburgo), presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, quien será el relator de la próxima Asamblea sinodal. También participaron el cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Bombay y presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de la India; y el cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon, presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia, que desarrolla un incansable trabajo por el diálogo y la paz en Myanmar.
Las conclusiones de la fase de la escucha se recogieron en una “síntesis narrativa” que derivó en un “Documento para el discernimiento comunitario”, uno de los insumos utilizados por los asambleístas. Todas las mañanas del 22 al 26 de noviembre, por espacio de tres a cuatro horas, se rezaba, discutía, dialogaba y proponía. Por la tarde se recogían y sistematizaban los aportes y se devolvían para el trabajo del día siguiente. Los asambleístas fueron elegidos en cada Conferencia episcopal por medio de los organismos propios de las distintas vocaciones. El número estuvo asignado de acuerdo con la cantidad de habitantes. A la Argentina le correspondió presentar 99 asambleístas. También participaron migrantes de habla hispana de los Estados Unidos y Canadá.
Por último cabe destacar el interés en esta experiencia manifestada por referentes del Vaticano y de otros continentes. Estuvo en México el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos; y el cardenal Jean Claude Hollerich (arzobispo de Luxemburgo), presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, quien será el relator de la próxima Asamblea sinodal. También participaron el cardenal Oswald Gracias, arzobispo de Bombay y presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de la India; y el cardenal Charles Maung Bo, arzobispo de Yangon, presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia, que desarrolla un incansable trabajo por el diálogo y la paz en Myanmar.
La virtualidad jugó un papel preponderante en los momentos abiertos como en los espacios exclusivos para el discernimiento grupal. Hubo participación de médicos, politólogos, sociólogos, pedagogos, sin un status distinto al de los demás asambleístas. Durante esos días tomaron parte activa en los diálogos migrantes, afrodescendientes, indígenas… Una representación diversa e inclusiva. Se habló de otros grupos, pero no hablaron ellos. Por ejemplo, no hubo entre los cerca de 800 asambleístas representación de sacerdotes casados, o personas de la comunidad LGTBIQ+ (sí habían llevado adelante un foro temático en el tiempo de escucha). Tampoco se planteó la situación concreta de separados en nueva unión, pero se hizo referencia general a nuevos modos de ser familia. Podría decirse que “los olvidados” estuvieron presentes de manera discreta e indirecta. Hay situaciones que interpelan pero evidentemente cuesta darles lugar. Demandas para avanzar.
Como resultado se elaboró un elenco de 41 desafíos, de los cuales se privilegiaron 12 como los más urgentes, clasificables en dos grupos: los que tienen en cuenta la vida interna de la Iglesia y los que interpelan desde las preocupaciones sociales.
El anhelo central era “propiciar el encuentro personal con Jesucristo encarnado en la realidad del continente”. En esto radica la fuerza o la debilidad de la evangelización, entendida como compartir la experiencia de la alegría de la fe.
Uno de los desafíos de las cuestiones eclesiales se formuló como la necesidad de “renovar, a la luz de la Palabra de Dios y el Vaticano II, nuestro concepto y experiencia de Iglesia Pueblo de Dios, en comunión con la riqueza de su ministerialidad, que evite el clericalismo y favorezca la conversión pastoral”. También se destacó el reclamo de “impulsar la participación activa de las mujeres en los ministerios, las instancias de gobierno, de discernimiento y decisión eclesial”, “reconocer y valorar el protagonismo de los jóvenes” en particular, y los laicos en general, promoviendo su participación “en espacios de transformación cultural, político, social y eclesial”.
Ser Iglesia en salida se expresó con “escuchar el clamor de los pobres, excluidos y descartados” y “acompañar a los pueblos originarios y afrodescendientes en la defensa de la vida, la tierra y las culturas”. En este sentido se renovó con claridad la opción preferencial por los pobres y excluidos.
Mucho se dijo acerca de la pandemia, que puso en evidencia las graves inequidades preexistentes y situaciones de pobreza extrema, como la desigualdad en el acceso a las vacunas y la falta de posibilidades de cuidado adecuado de la salud debido a viviendas precarias donde residen varios núcleos familiares. El imperativo es ser cobijo y amigo de los pobres, “hospital de campaña” de los descartados y desechados. También se denunció la violencia social y doméstica, especialmente contra la mujer y las diversidades sexuales, así como las actitudes xenofóbicas.
Acerca del cuidado de la casa común –una preocupación muy presente en los diálogos–, se acordó “reafirmar y dar prioridad a una ecología integral en nuestras comunidades, a partir de los cuatro sueños de Querida Amazonia”, aspirando a “reformar los itinerarios formativos de los seminarios incluyendo temáticas como ecología integral, pueblos originarios, inculturación e interculturalidad y pensamiento social de la Iglesia”.
Se esperaba mayor énfasis en la condena de los aberrantes abusos sexuales y en cómo acompañar a las víctimas con procesos de reconocimiento y reparación.
Hasta aquí lo que ya se ha vivido. La siguiente etapa, a partir de los desafíos discernidos en la Asamblea, será elaborar orientaciones pastorales, presentarlas e iniciar el tiempo de su implementación. Los desafíos impulsan a ser una Iglesia más inclusiva que se anima a las periferias y asume la vida tal como viene.