Después de la pandemia nos espera una inflación galopante y una depresión sin precedentes, con su secuela de desempleo y pobreza. La Argentina no está en condiciones de generar liquidez financiera en gran escala, para promover desarrollo y pleno empleo, pues carece de instituciones elementales para enfrentar la inflación y la depresión: no tiene moneda, sistema bancario profundo ni mercado de capitales, y es un mal pagador que está tratando de surfear su quinto default internacional.
CHILE LO HIZO
No podemos curar estos males ancestrales de nuestra economía, nacidos en 1946, si seguimos insistiendo con las mismas medidas que, una y otra vez, demostraron ineficacia. Necesitamos crear una moneda de estabilidad ontológica y perpetua, a la que denominamos UD (Unidad de Desarrollo), igual a la UF (Unidad de Fomento) de Chile. Este país, en 53 años (1967-2020) no tuvo inflación, cuando la del dólar fue del 783%.
Hay que estructurar, con apoyo decidido de un estricto enforcement legal, un sistema de bancarización universal obligatorio de todas las operaciones dinerarias relevantes de nuestra economía. Con este sistema se incrementarán los depósitos para que el crédito bancario doméstico multiplique por diez la base monetaria. Necesitamos hacer una cuarentena de los billetes de banco que dure para siempre, porque los pesos, circulando dentro del sistema bancario, sin filtraciones de efectivo fuera de dicho sistema, se multiplican como conejos en una jaula. Más depósitos significará más crédito, más inversión, más empleo, salarios más altos, mayor demanda de bienes y crecimiento dinámico del PBI, sin riesgo de inflación monetaria pues la Unidad de Desarrollo está indexada por el nivel de precios.
El crédito bancario abundante, nominado en moneda constante, a largo plazo y baja tasa de interés, será direccionado por el Banco Central para realizar a tambor batiente bienes públicos que hoy constituyen graves carencias de la sociedad, como la vivienda digna, el saneamiento y el transporte. No será necesario endeudamiento en dólares porque los bienes a construir se fabrican con insumos locales: arena, piedra, tierra y cemento, que no es otra cosa que piedra molida y calentada a 1300 grados. Todos insumos necesarios que se encuentran en oferta excedente en nuestro país. No requieren importaciones ni implican gastos de divisas. No faltan, sino que sobran.
El mercado de capitales contará así con Bonos de Infraestructura Estandarizados, nominados en Unidades de Desarrollo, que rendirán un 3% anual a un plazo de 30 años. Tendrán idéntico tratamiento fiscal que los bonos emitidos por el Estado nacional y contarán con garantía soberana, además de garantías reales, ya sea hipotecas prendas o securitización de flujos de fondos de obras terminadas y en explotación.
LA PROPUESTA TIENE 200 AÑOS
Tener una moneda como unidad de medida invariable, análoga al metro patrón –o sea, indexada–, que evite la inflación y la pérdida de poder adquisitivo, se viene sosteniendo desde hace 200 años. Economistas como George Poulett Scrope, William Jevons y Alfred Marshall lo indicaban a principios del siglo XIX. El estadounidense Irving Fisher, el argentino Alejandro Bunge y el Premio Nobel de Economía 1976, Milton Friedman, tuvieron idéntica visión en el siglo XX.
Esta propuesta la explico ampliamente en los siguientes libros de mi autoría: La moneda virtual (2012), El gran cambio (2017) y El día después (2020), editados por la Fundación Metas Siglo XXI que presido.