La pandemia puede ser una oportunidad de Dios para que revisemos nuestras vidas y reflexionemos sobre lo que es importante. Y es, asimismo, una oportunidad para la Iglesia, como comunidad de creyentes con una estructura jerárquica, que busca guiar a los fieles en su camino espiritual. Cuando el mundo, y entre ellos, nuestro país, ha perdido su rumbo, es hora de volvernos hacia Dios y repensar nuestra relación con Él y con nuestro prójimo. Esto necesariamente involucra a nuestra Iglesia, severamente afectada por esta pandemia de muchas formas. Me parece advertir preocupación en los pastores respecto a los feligreses alejándose de la parroquia, de la vida religiosa, del apoyo económico. Y entiendo que ese temor es totalmente fundado, pues la forma en que la Iglesia institución se ha conducido hasta ahora ha dado lugar a conductas que plantean un signo de interrogación sobre sus objetivos y sobre qué pueden esperar los laicos.
En mi vida de iglesia, tuve oportunidad de conocer proyectos que buscaban una transformación profunda en las parroquias. En la década del ’90 conocí la experiencia del SINE (Sistema Integral de la Nueva Evangelización) que se inició en México y supe también de la existencia de otros planes semejantes como NIP, Nueva Imagen de Parroquia. Se buscaba un aggiornamento de la vida parroquial, con el fin de transformar a las parroquias en parroquias evangelizadoras. En el caso del SINE se partía de un muy buen diagnóstico de la realidad y decían que las parroquias eran como “estaciones de servicio sacramentales”: así como uno va a una estación de servicio a cargar nafta, cambiar el aceite, etc., de la misma manera las personas iban a la parroquia a encargar un bautismo, una confirmación o un casamiento. Eso no establecía una relación permanente de los feligreses sino visitas puntuales para cubrir una determinada necesidad.
A partir de este diagnóstico, proponía un plan de evangelización, que empezaba con un retiro, donde se desarrollaba el kerigma. Luego se conformaban comunidades que se reunían en casas de familia para leer la Biblia, orar y tratar temas de la parroquia y posteriormente salían a recorrer el territorio parroquial a evangelizar. El SINE fue la primera y única vez que tomé conocimiento de un análisis que fuera el punto de partida para llevar adelante un plan orientado a transformar a una parroquia en evangelizadora. Se buscaba que sus feligreses se integraran en la vivencia descripta en Hechos 2.42. Más de un párroco compartió entonces que era la primera vez que escuchaba el kerigma. Para mí fue sorprendente, pero ayuda a entender algunos temas que presentaré más adelante.
¿Por qué hago referencia a algo que ocurrió hace más de 20 años en la Argentina? Pues a pesar de la renovación promovida por el Concilio Vaticano II y la existencia de proyectos como los antes mencionados, nuestra Iglesia no ha avanzado en la evangelización de los fieles. Sigue siendo, en general, una Iglesia tradicional, donde la evangelización de los fieles sólo se da a través del culto y los sacramentos. Algunas parroquias tienen sus retiros y existen movimientos que son mucho más activos, y es allí donde algunos católicos acuden para su evangelización. Pero esto siempre está limitado a quienes toman la iniciativa y, en general, las parroquias dependen mucho de la actitud de los párrocos al respecto. No obstante, la necesidad de la evangelización aparece nítidamente en muchísimos documentos emitidos por la Iglesia Católica.
Habitualmente los sacerdotes tienen un sinnúmero de actividades que no les dejan mucho tiempo libre. Por eso, y aunque existen sacerdotes que buscan modificar esa relación con los fieles, la burocracia termina ahogándolos o no les deja tiempo para intentar estos cambios.
Si la razón de ser de la Iglesia Católica es presentar el evangelio de Jesucristo, vale decir, el anuncio de la buena noticia, ¿a qué se debe que prácticamente no haga esfuerzos en esta dirección y siga recostándose en lo cultual y sacramental? ¿Será que no sabe hacer el anuncio ni presentar a Jesús? ¿Cree que con el culto y los sacramentos está todo dicho?
Nuestros pastores son conscientes de la pérdida de feligreses en las últimas décadas, que dejan de participar del culto, adhieren a iglesias de otras denominaciones o simplemente pierden el interés en una iglesia que se queda en el tiempo.
Da la impresión que la Iglesia no promueve el deseo de los fieles en conocer a Jesús o que, al saberse los administradores de los sacramentos, confían en que los fieles deberán necesariamente acercarse a ellos o depender de ellos.
Cuando el bosque tapa al árbol, no es posible ver al árbol. Digo esto pues han puesto tantas cosas alrededor de Jesús que no está visible. En las misas, el rol de la liturgia, la referencia a la fiesta del día, el santo o santa que se recuerda termina siendo el mensaje más importante, o bien atenúa el mensaje del Evangelio. Algo similar sucede con las fiestas patronales, cuando las parroquias dedican muchos esfuerzos a venerar al santo patrono.
No es mi intención afirmar que los sacerdotes en sus prédicas se olviden de Jesús, pero en pocos casos llegan al corazón de los fieles y éstos no se enamoran de ese Jesús al cual buscan seguir. La centralidad de Jesús debe estar presente en todo lo que la parroquia hace y la evangelización no se termina con la prédica del sermón dominical.
¿Qué razones explican esas conductas?
A mi entender, dos temas deben ser revisados. Uno de ellos –al que los laicos no accedemos de ninguna manera– es la formación de los sacerdotes en los seminarios. Intuyo que la actual formación, en el más amplio sentido de la palabra, prepara sacerdotes que privilegian lo cultual y sacramental y no a personas que han descubierto a Jesús, que se enamoraron de Él y desean presentarlo a todos. Y luego está el tema de la humildad de los servidores, características que Jesús considera fundamentales a quienes quieran seguirlo.
El segundo tema es la autoridad de la cual es revestido un párroco. Si bien debe obediencia al Obispo, es el párroco el que decide qué perfil le dará a su parroquia, cual plan pastoral va a seguir y qué sugerencias de la jerarquía acepta o rechaza. Ninguna estructura vertical, como la mayoría de las organizaciones empresariales o de servicios, puede desarrollarse si existe la posibilidad de que un subordinado no esté dispuesto a recibir indicaciones u órdenes de sus superiores. Sé que la Iglesia no tiene punto de comparación con entidades seculares, pero aun así ciertas conductas deben modificarse.
Dependencia del Espíritu Santo
Como laicos, muchos de nosotros, por no decir la mayoría, desconocemos al Espíritu Santo. Sabemos quién es, su actuación en la historia de la Iglesia, pero no mucho más. Si no lo conocemos, no podemos confiar.
Es bueno recordar el Salmo 127 en su inicio: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigila el centinela”. La sabiduría de este salmo nos hace ver que en todos nuestros proyectos y actividades debemos dar parte a Dios, pues es el único que puede garantizarnos buenos resultados. Y si no sucede, será una señal de que ese proyecto no era bueno para nosotros. Sospecho que éste no es un mal sólo de los laicos, sino también de la jerarquía. Puede parecer una afirmación un tanto atrevida, pero tiene sus razones. Referirse a este tema no es fácil, pero el fondo de la cuestión pasa por advertir los cambios necesarios en el funcionamiento de la Iglesia en general, y luego de reflexionar, tomar las decisiones que pueden ser riesgosas o incómodas, tanto para los fieles como para los sacerdotes. Y es ahí donde falta confianza en la acción del Espíritu Santo. Muchos prefieren quedarse en un statu quo cómodo, controlado, con tradiciones bien conocidas, con estructuras parroquiales clásicas, antes que lanzarse a la aventura de cambios que pueden aportar vida nueva a la Iglesia y a sus fieles por la acción del Espíritu Santo.
En síntesis, en la Iglesia argentina estamos sumidos en una historia de tradiciones y liturgias, muchas vinculadas con la religiosidad popular, que no tiene nada de malo pero no lleva el anuncio de la buena nueva de Jesucristo. Hay preocupación por los temas que afectan a la sociedad como la libertad de enseñanza, el aborto, la libertad de credos, las conductas políticas de los partidos, etc., y se manifiestan las enseñanzas de la Iglesia, aunque da la impresión que falta confianza en la acción de los laicos y se quiere dejar en claro la posición de la Iglesia a través de la jerarquía. Esto tiene sus ventajas y desventajas, pero obliga a que la jerarquía a dedicar menos tiempo a pensar cómo evangelizar mejor o cómo modernizar la institución en diferentes aspectos. Una posibilidad sería dejar que los laicos y sus instituciones hagan llegar la voz de la feligresía sobre los temas controversiales.
En definitiva, lo anterior influye en la vida espiritual de las personas y de la Iglesia en nuestro país, pero están dadas las condiciones para pensar en un nuevo comienzo, en una revisión de vida en lo personal y en lo eclesial. Si queremos una nueva realidad en nuestras vidas y en nuestro país, deberemos contar con fieles y pastores renovados que sólo busquen seguir a Jesucristo y sus enseñanzas.