Borges y Sabato

La prensa argentina forzó, sobre la base de sus antagónicas visiones de la política, una supuesta rivalidad literaria entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato. Algo así como pretender que, porque Messi y un buen jugador del ascenso tienen concepciones opuestas respecto de la democracia, son comparables futbolísticamente.

Supongo que Sabato se sabía, íntimamente, indigno de esa contienda. Así es que, en Sobre Héroes y Tumbas, dedica algunas páginas a la crítica de Borges que acaso dicen más de Sabato que de Borges. En boca de Bruno, luego de confesar –como si hiciera falta– que está seguro de que la prosa de Borges es la más notable que se escribe en castellano en ese tiempo,  afirma: “Pero es demasiado preciosista para ser un gran escritor. ¿Lo imagina a Tolstoi tratando de deslumbrar con un adverbio cuando está en juego la vida o la muerte de alguno de sus personajes?”.

Más allá de la evidente falacia del argumento (confundir la urgencia de la trama con el tiempo ilimitado que tiene el escritor para urdirla), las líneas se acercan a un plagio poco feliz.

Sobre Héroes y Tumbas fue publicada en 1961. Casi treinta años antes (1932), Borges publicaba Discusión. Allí, en La Supersticiosa Ética del Lector, Borges afirma que a Cervantes “le  interesaban demasiado los destinos de Quijote y de Sancho para dejarse distraer por su propia voz”.

Sabato, a sus cincuenta años, dedica varios párrafos de su novela para criticar a Borges, imitando, sin citar, las líneas que Borges había escrito (treinta años antes y a sus 32), para excusar generosamente a Cervantes.

Es posible que lo que dice Borges de Cervantes sea cierto. Puede también asumirse como  cierta la conjetura de Sabato respecto de Tolstoi, y que el propio Tolstoi haya incurrido en la confusión que describimos y haya sentido esa falsa urgencia. Lo que es seguro es que ni el preciosismo de Borges, ni sus intentos (siempre exitosos) de deslumbrar con sus adverbios, adjetivos y sustantivos, ni su propia y maravillosa voz, lo distrajeron nunca de los destinos, ni de la vida y la muerte de sus personajes, ni de la hondura de sus escritos y, lejos de impedirlo, contribuyeron a que fuera el gran y enorme escritor que fue.

Sabato, que condena el dejarse “distraer” de la suerte de los personajes por un afán de preciosismo, parece no haber tenido empacho en distraer dos o tres hojas de su novela en hablar mal de Borges, que nada tenía que ver con la trama.

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