Parafraseando a Woody Allen en Manhattan Murder Mystery, todavía hay gente que prefiere no leer mucho a Carl Schmitt porque teme que eso le dé ganas de invadir Polonia (entre otras cosas). Esto se aplica particularmente a su ensayo El Concepto de lo Político y su célebre distinción amigo-enemigo.
Se trata de un temor bastante entendible teniendo en cuenta la decisión del propio Schmitt de colaborar con el nazismo fundamentalmente entre 1933 y 1936. Sin embargo, una lectura atenta del Concepto de lo Político (cuya primera edición es de 1927) muestra que es absolutamente incompatible con toda forma de totalitarismo. Después de todo, en julio de 1932 en su profético escrito Legalidad y Legitimidad Schmitt exigió la prohibición del partido nacionalsocialista (y de todo partido político anti-sistema, que abusando de la legalidad pretendiera hacer del Estado un apéndice de un partido).
Se suele pasar por alto que la distinción amigo-enemigo, o si se quiere la tesis de la autonomía de lo político, opera al menos en tres niveles distintos. Un primer nivel es descriptivo y apunta a que el conflicto político es inevitable. Incluso agentes cuya racionalidad y moralidad fueran impecables podrían tener desacuerdos políticos, qué decir de aquellos que no fueran tan racional y moralmente impecables. Este primer nivel desmiente a quienes creen que lo político se debe a que todavía no hemos suprimido la causa que provoca el conflicto, sea la injusticia, la dominación, etc. Como muy bien creía Tomás de Aquino, incluso los ángeles en el paraíso necesitarían coordinación debido a la multiplicidad de sus proyectos e ideas.
En otras palabras, la tesis de la autonomía de lo político es incompatible con el anarquismo pero también con otras dos posiciones que moralizan lo político a su manera: el cosmopolitismo que aboga por un único régimen mundial y el pacifismo que lucha contra toda forma de violencia. Nótese que si en un eventual régimen mundial –al que pertenecería todo ser humano por el solo hecho de haber nacido– existieran desacuerdos, lo político habría resultado ser bastante más resiliente de lo que habíamos pensado y entonces haría falta de todos modos una autoridad mundial para resolver estos conflictos. El problema sería que en un régimen cosmopolita quienes estuvieran en desacuerdo con la autoridad, para no hablar de quienes la desobedecieran, se convertirían automáticamente en enemigos o criminales contra la humanidad respectivamente. Respecto al pacifismo, también moraliza lo político porque no distingue entre la violencia criminal –que es inaceptable ex hypothesi– y la violencia política que al menos permite ensayar cierta defensa, cuya justificación puede fallar como decía Tu Sam, pero al menos tiene sentido ensayarla. Por ejemplo, la teoría de la guerra justa no es pacifista precisamente porque admite la justificación de cierta clase de violencia.
La tesis de la autonomía de lo político, por su parte, insiste en que toda comunidad política, incluso la más generosa como por ejemplo la Unión Europea, incluye (personas e ideas) por exclusión (de otras personas e ideas). Si todo sale bien, las personas e ideas excluidas en una comunidad estarán incluidas en otra, pero la inclusión total es imposible. Las buenas noticias son que gracias a esto se evita la exclusión total característica del totalitarismo. Esta última, irónicamente, suele ser el resultado de las acciones de quienes, tal vez con la mejor de las intenciones, abogan por regímenes políticos all inclusive, aunque para lograrlo deban usar una considerable dosis de exclusión en términos de autoridad –o tal vez haya que decir dictadura–, violencia y por lo tanto de exclusión en general. Los que simpatizan con la inclusión total justifican estas grandes dosis de dictadura, violencia y exclusión porque suponen que van a ser la últimas, lo cual ha sido desmentido históricamente en numerosas oportunidades.
El segundo nivel de la tesis de la autonomía de lo político es normativo. Dado que el conflicto político o si se quiere la enemistad son inevitables, entonces no debemos criminalizar y muchísimo menos deshumanizar a nuestros adversarios, para no hablar de quienes ni siquiera son nuestros adversarios. Una y otra vez Schmitt insiste en que el enemigo es un par y por lo tanto de lo que se trata es de contener el conflicto, no provocarlo y muchísimo menos aniquilar al enemigo, pero para lograr esto hace falta contar con un sistema institucional, con cierta jurisdicción particular que ocasionalmente deberá apelar a la violencia, es decir, no tiene sentido ser anarquista, cosmopolita y pacifista.
No faltarán quienes insistan en que no tienen enemigos y que por lo tanto están en contra de toda forma de exclusión. A este respecto es bastante ilustrativa la anécdota siguiente de Julien Freund durante la defensa de su tesis doctoral en 1970. Jean Hyppolite había accedido inicialmente a supervisar su tesis doctoral sobre la esencia de lo político, pero luego declinó hacerlo cuando recibió las primeras cien páginas en las que encontró la famosa frase: “Solo hay política donde hay un enemigo”. La razón que dio Hyppolite fue: “Soy socialista y pacifista. No puedo dirigir una tesis en la Sorbona en la que se diga que ‘Solo hay política donde hay un enemigo’”. Sin embargo, Hyppolite aceptó luego ser parte del jurado. Durante la defensa le insistió a Freund: “Si realmente usted tiene razón [sobre la distinción amigo-enemigo como esencia de la política] solo me queda cultivar mi jardín”. La respuesta de Freund fue directo al blanco: “Su razonamiento es que si no queremos enemigos, no los tendremos. Pero es el enemigo quien le designa. Y si este quiere que usted sea su enemigo de nada servirá la más hermosa profesión de amistad. Si él decide que usted sea su enemigo, lo será cuando él quiera. Y desde luego no le permitirá cultivar su jardín”.
En tercer lugar, se encuentra indudablemente el nivel programático o ideológico del Concepto de lo Político, que aparece de modo diáfano en el subtítulo de una de sus colecciones de ensayos de Schmitt: Posiciones y Conceptos en Lucha con Weimar-Ginebra-Versalles 1923-1939. Aquí la cuestión parece volverse decididamente wagneriana otra vez. Sin embargo, cabe recordar que, por ejemplo, Max Weber era tan o más anti-Versalles o “revanchista” que Schmitt. Algo parecido se puede decir de las advertencias de John Maynard Keynes sobre el Tratado de Versalles en cuya elaboración él mismo participó. En cuanto a Weimar, incluso el “yeke” (judío alemán) liberal Ludwig Feuchtwanger, CEO de Duncker & Humblot a la sazón y editor personal de Schmitt, era consciente del delgado hielo sobre el que estaba parada la República de Weimar, “una república sin republicanos”, como se solía decir en aquel entonces, que podía caer fácilmente en manos de sus enemigos debido al formalismo de la democracia liberal de aquel entonces. Finalmente, el universalismo de la Liga de las Naciones de Ginebra era solo una consagración del inestable statu quo de Versalles.
Fueron los propios nazis quienes terminaron desconfiando de la sinceridad de Schmitt, tal como lo muestra el informe de la oficina “Rosenberg” de la SS de 1937 que en gran medida contribuyera a su caída en desgracia y que hasta el día de hoy sigue siendo una de las mejores interpretaciones que se han hecho de su obra. En él se advierte sobre la existencia en su pensamiento de “una línea uniforme, que atraviesa todos los escritos muy claramente: en el trasfondo de los conceptos jurídicos y políticos está el poder de la Iglesia católica”.
En este informe también consta que Carl Schmitt defendió la infalibilidad del Papa, elogió a Donoso Cortés como un “descendiente de los grandes inquisidores”, jesuitas como Pryzwara y Gundlach lo habían considerado un gran teórico del Estado, su “pensamiento del orden concreto” de 1934 era un neotomismo camuflado, etc. La conclusión del informe es muy reveladora: “Este concepto neutral de la política, y esto es lo más asombroso, es hecho el señor de los valores portadores de la ideología nacionalsocialista, en primera línea del concepto del pueblo. Este núcleo de nuestra ideología es denigrado a la esfera de la auto-administración. El pueblo es una parte modesta del campo en el cual se disputan las contradicciones teológicas. Este es el núcleo de la doctrina de Carl Schmitt”.
Los jacobinos marrones, que con mucha razón consideraban al catolicismo como su enemigo natural, sospechaban de un pensador católico y conservador, que encima antes (y después) de su época nacionalsocialista supo rodearse de judíos durante toda su vida.
Andrés Rosler es Doctor en Derecho (Oxford), Master en Ciencia Política, Profesor de Filosofía del Derecho e investigador de Conicet.