Inspiraciones polémicas

En mayo último, a propósito del bicentenario de Napoleón Bonaparte, recordamos aquí unas cuantas películas inspiradas en su persona y su época. No vamos ahora, como decía el gaucho Fierro, “a mostrarles que a mi historia le faltaba lo mejor”, porque no es lo mejor, pero es lo bastante curioso como para sumarle otras páginas al tema. Ocurre que, también a propósito del bicentenario, la Cineteca de Bologna restauró y puso en su plataforma “Il Cinema Ritrovato”, el cine reencontrado, una película de 1935 específicamente dedicada a los famosos cien días en que Napoleón escapó de la isla de Elba, sumó guerreros a su paso, los perdió en Waterloo, y perdió en los mentideros políticos el apoyo que necesitaba para una nueva tentativa. Así es como terminó en manos del enemigo. La película, versión cinematográfica de una obra teatral, se llama Campo di maggio, y acá está lo singular: el colibretista de ambas obras fue el dictador Benito Mussolini.

Los títulos iniciales del film dicen “ispirato da un’idea di Benito Mussolini”, pero se quedan cortos. El hombre tuvo la idea, buscó a quien quería como director, vigiló de cerca la escritura del libreto teatral y del guión cinematográfico, impuso pautas y sugerencias, y respaldó los gastos de rodaje. Todo empezó, según dicen, cuando en 1930 el Duce, ya en el poder, leyó una biografía de Napoleón escrita por (valga la paradoja) un escritor judío, Emil Ludwig. Entusiasmado, buscó entonces a un dramaturgo simpatizante del fascismo, Giovacchino Forzano, reconocido autor de varias obras teatrales y cinematográficas de tema histórico y operas breves de Giacomo Puccini (“Suor Angelica”, “Gianni Schicchi”), Pietro Mascagni (“Il piccolo Marat”) y otros compositores de peso. Forzano era además un hombre   prestigioso, había sido durante diez años director de escena de la Scala de Milan, y había creado los “carri di Tespi”, teatros ambulantes que giraban por los pueblos de Italia, tal como el grupo La Barraca, de García Lorca y sus amigos, recorría el interior de España en un camioncito prestado por el Departamento de Instrucción Pública.

Juntos, dictador y dramaturgo hicieron la pieza teatral Campo di maggio, firmada sólo por Forzano, estrenada en diciembre de 1930 en el Teatro Argentina, de Roma, llevada luego a Milán y a París, donde se estrenó como Les cent jours, con tal éxito en todas partes que en 1931 reincidieron con Villafranca, elogio del conde de Cavour, impulsor de la unidad italiana con mano férrea, y en 1939 con Giulio Césare, apología del conductor romano en paralelo poco disimulado con el Duce. Acerca de todo esto Emanuela Scarpellini, del Departamento de Estudios Históricos de la Universidad de Milán, encuentra un interesante parangón entre los personajes protagónicos de esas obras y el propio Duce: “Es posible que Mussolini mirase a estas figuras como modelos de referencia. Se observa, sin embargo, cómo sus trabajos representan a estos héroes en el momento dramático del final, y no en la fase de sus brillantes ascensos políticos o en el ápice de la gloria. Napoleón es visto después de Waterloo, cuando todos lo abandonan, César sucumbe por la traición de Bruto. Quizá, más que presagiar su funesto destino, Mussolini pensaba ponerse simbólicamente al lado de los grandes héroes del pasado. Y como ellos, se sentía predestinado a las altas empresas, pese a la impericia y la doble moral de amigos y colaboradores. En todo caso, la voluntad del campeón habría frustrado el destino adverso, eligiendo el camino de un final trágico pero glorioso. Al menos en el teatro”. En 1945, ya sabemos, el final del Duce fue trágico, pero nada glorioso.

Ahora volvamos a los tempranos años ’30. Por entonces, además de hacer teatro, Forzano también filmó Camicia nera, clásico del cine de propaganda política; La canzone del sole, comedia romántica con el joven galán Vittorio De Sica, el drama de traiciones 13 hombres y un cañón y la versión fílmica de Villafranca. Se imponía hacer la versión fílmica de Campo di maggio, y se hizo, dándole más ritmo a los diálogos y agregando unas buenas escenas de acción con la fuga de la isla de Elba y la batalla de Waterloo. Fuerte, la escena en que el derrocado emperador se despide de su madre en el castillo de Malmaison, para nunca más verse (ella, que lo había acompañado en la isla de Elba, y había sido feliz en esa isla, creyendo ya superadas las desmedidas ambiciones del hijo).

El programa de la Cineteca de Bologna dice, en buena síntesis: “La asociación de Napoleón con Mussolini es, naturalmente, la razón misma del film. Visto con los ojos de hoy, resulta curioso, sobre todo, el retrato de un Napoleón-Mussolini, interpretado por Corrado Racca como ‘condotiero’, amado sin vacilaciones por el pueblo, adversario de los potentados corruptos, con el objetivo de unificar Europa mirando hacia un horizonte de paz”. Condotiero (en italiano, con doble t), valga la explicación, era en la Edad Media el caudillo de soldados irregulares, soldados de fortuna, un hombre de armas poco respetuoso de las leyes, solicitado por ciudades y reinos para su eficaz protección, y luego romantizado a través del tiempo y las novelas.                                                                                     La película tuvo buen éxito en Italia, y también en Francia, con el título Les cent jours, el mismo de la adaptación teatral parisina; en Portugal, como Cem días, y hasta en India y Norteamérica, donde se aclaraba 100 days of Napoleon. Para Alemania se hizo una versión paralela, Hundert Tage, cien días, dirigida por Franz Wenzler, con Werner Krauss, sobre libreto de Forzano y Mussolini adaptado por Wenzler y Karl Vollmoeller, que venía de participar en la adaptación de El ángel azul, de von Sternberg, con Emil Jannings y Marlene Dietrich. Nada hacía suponer entonces el destino que tendrían algunas de estas personas.

Por ejemplo, Vollmoeller y Dietrich emigraron a los Estados Unidos antes de la guerra, Jannings, identificado con el nazismo, vio todas las puertas cerradas después del conflicto, vino fugazmente a la Argentina (Ruth María, su hija, estaba casada con un testaferro de Perón) y se retiró a morir en Austria. Mussolini fue destituido y arrestado en 1943, rescatado, y por un breve tiempo ilusionado con un regreso triunfal que no se dio, tal como Napoleón, pero el trato que le dieron a éste sus enemigos, y sus últimos días, en nada se parecen al maltrato y la muerte bochornosa que le infringieron los partisanos. Giovacchino Forzano tuvo más suerte. Siguió trabajando, incluso contribuyó al prestigio inicial de la RAI dirigiendo puestas de teatro y opera en televisión, y en 1957 publicó su libro de memorias, Come li ho conosciuti, exclusivamente centrado en los compositores que había conocido, y con los que había trabajado en sus tiempos de ilusión. De su famoso, fatuo y desgraciado coguionista, parece que no escribió nada.   

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