Trece años misionando en el Llano de La Rioja con adolescentes y jóvenes y compartimos la vida con personas buenas, generosas, tiernas, difíciles y algún violento.
En esos caseríos criollos antiguos, de aridez casi desertificada, donde antes de una elección colocan los postes de luz, a la siguiente elección cablean el pueblo y nunca conectan ese cable con nada; entre casas de tres muros de adobe, luego de un día agotador, sentados al sereno, entorno al fogón, se daban las charlas. Entonces solía preguntar a los chicos: ¿quién de Ustedes tiene un cuerpo? levante la mano…
Luego de un poco de desorientación, todos levantaban la mano. Entonces les proponía con alguna picardía: Yo no tengo un cuerpo, soy mi cuerpo.
¿Quién puede encarnarse?
Amigos de Emilio Komar recopilaron en un libro la conferencia Encarnación de valores, donde el filósofo explica que el tema de los valores aparece sobre todo bajo un doble aspecto que es también una doble exigencia: los valores se viven y los valores “valen”, tienen fuerza; podríamos decir: aspecto de encarnación y aspecto “energético”.
Komar usa la expresión encarnación propia de su tiempo católico, pero nos deja el registro que le incomoda. En una nota al pie[1] advierte que el uso del término Encarnación que está haciendo es inapropiado, ya que se encarna lo que es de por sí ajeno a la “carne”. Precisando como indica Henri Luback, que el término encarnación corresponde sólo para la Encarnación de la Segunda Persona Divina y su uso no debería haberse extendido indiscriminadamente. Lo cual, sin embargo, ocurrió. Después de las obras de Gabriel Marcel, Emmanuel Mounier y otros autores, especialmente de la orientación llamada “existencialismo cristiano”.
La razón de su nota al pie no es tan evidente en nuestro tiempo católico, pero sigue siendo la misma: las personas humanas no podemos encarnarnos porque ya somos constitutivamente carne.
La visión idealista que se fue abriendo en distintas vertientes –a partir de la Ilustración emancipadora– se va quebrando por el daño que ha producido la primacía de la racionalidad del cálculo, pero se prolonga en espiritualidades “desencarnadas” –chispazos gnósticos sobre telones orientales–, en una gradiente desde la visión de mínima de que nuestro cuerpo es una más de nuestras posesiones, hasta la idealización de que nuestro verdadero ser espiritual está encarcelado en el cuerpo.
Estas ideas subyacentes, de nuestro cuerpo objeto –no podemos ser desencarnados ni desalmados– dificultan el acceso a la realidad que comprobamos cada despertar: somos un amasijo hecho de cuerdas y tendones (La Masa, Silvio Rodríguez) y somos más que cuerdas y tendones. En nuestra acción es muy difícil distinguir lo corporal de lo emocional y de lo espiritual; lo individual de lo social[2].
Si no es encarnar ¿solo se trata de vivir valores?
El técnico de fútbol nos cuenta que los muchachos están muy motivados para el partido y lo observable es cómo se mueve el equipo en la cancha, cómo buscan la pelota, la precisión en los pases, sus intentos de llegar al arco y mover el marcador.
Vemos un conjunto de acciones humanas que coordinan las personas fuente de esas acciones –con su totalidad “a cuestas” o “en el tanque” – para conseguir unos objetivos que a todos interesan, aunque ese interés pueda deberse a motivos –de satisfacción de necesidades de naturaleza muy diferentes–.
Observamos que en el partido todos los jugadores, o muchos de ellos, ponen la misma garra y sabemos por ello que están muy motivados. El motivo de esa motivación está allí, pero al ser interior, es –en principio– opaco a nuestra observación.
Sin embargo, en el tiempo, podemos llegar a intuir cómo muchos juegan por la prima durante el campeonato y por la camiseta durante el mundial. Esa puede ser una de las razones por la que los mundiales tienen siempre más público que los campeonatos. No es sólo el interés nacional sino la calidad, la deportividad del juego, el corazón que se ha puesto –cuerpo y sangre– lo que atrae.
La motivación del equipo de fútbol en la cancha tiene motivos (la intencionalidad) que son la fuente energética de la motivación de cada uno. Tanto el jugador en la cancha como el expectador en la tribuna abstraen del motivo el valor que da energía a esa acción. Pero el valor abstraído ya está en su singularidad en la acción intencional, antes de cualquier juicio o apreciación posterior.
Percibir que no se vive lo valorado
Cuando lo que mueve a las personas es lo que hacen (lo que hacen es su fin final), y no es que lo hacen por otros fines, ajenos a su acción, eso se nota, y en el partido de fútbol la diversión es grande.
Por esa actualidad del fin, los valores se perciben/aprecian con mayor facilidad donde no hay rutina, lo que no quiere decir que en las rutinas no se pueda percibir/apreciar valores (pero eso es un tema que nos distraería ahora).
En la acción se ha roto la indiferencia de una voluntad –que no se mueve a sí misma, en sí misma, sino que es movida por su objeto– pero el motivo, su sentido subjetivo, puede permanecer todavía opaco. Sin embargo, más a la corta que a la larga, aunque no conozcamos el motivo real, intuimos que el motivo tras la motivación no es lo que se quiere hacer parecer. No vive lo que dice vivir.
Lo mismo en un partido de fútbol, que en el juego de papá, la clase del maestro, el trabajo o la celebración litúrgica. Los partidos, las familias, las escuelas, los trabajos y las iglesias, desabridos (sin sabor), rutinarios, aburridos, adolecen de energía porque el objetivo de lo que se hace no está en lo que se hace, sino en otro lugar. Sin cuerpo y sangre (con energía prestada), no hay sabor.
Afirma Santo Tomás de Aquino que las creaturas, en cuanto de ellas depende, no apartan de Dios, sino que llevan a Él. Pero lo que aparta de Dios sucede por culpa de aquellos que se sirven de ellas insípidamente. Las cosas son buenas y llevan a Él. Lo que aparta de Dios, por el contrario, es no saborear las cosas, vivir insípidamente. Es la idea que Emilio Komar expresa como el poder ateizante de la inspidez.
Apreciar que se vive lo valorado
En la segunda década del siglo XX, una joven filósofa judía del círculo de la fenomenología de Edmund Husserl, activista por el voto femenino y la paz en Europa, visitó la catedral de Frankfurt en el momento en que una mujer, de paso del mercado entró para rezar un instante, y siguió su camino. Para ella resultó sorprendente: En las sinagogas y templos que yo conocía, íbamos allí para la celebración de un oficio. Aquí, en medio de los asuntos diarios, alguien entró en una iglesia como para un intercambio confidencial. Esto no lo podré olvidar jamás.
El valor que percibió en la mujer del mercado, el motivo que le compartió una amiga al enviudar y el contacto con la motivación de Teresa de Jesús, en la lectura de su vida, la decidieron a Edith Stein –la primera mujer en obtener un doctorado en filosofía en Alemania–, a pedir el bautismo cristiano, en la confesión católica. Al tiempo decide entrar de religiosa contemplativa y posteriormente debe ser trasladada a un monasterio de Holanda para protegerla de los nazis.
Luego de la invasión a Holanda, los obispos holandeses condenaron el antisemitismo y se opusieron a la deportación de judíos mediante una carta pastoral leída el día 26 de julio de 1942. El 30 de julio se libró una orden para arrestar a todos los judíos de religión católica. Edith Stein y su hermana fueron arrestadas el 2 de agosto de 1942 y llevadas con otros religiosos y religiosas católicos a un campo de concentración en Holanda, donde una testigo registró en su diario la presencia de una monja carmelita con una estrella amarilla –Edith siempre fue fiel a su identidad judía y registró su entrada como tal a Holanda– y de un grupo de varones y mujeres religiosos que se reunían para rezar. Murió en la cámara de gas de Auschwitz, en Polonia, el 9 de agosto de 1942; llevaba el número 44074.
Para Edith Stein, cada sentido comprendido exige una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que mueve a actuar en conformidad. Nosotros llamamos motivación a ese ponerse en movimiento el alma, en el que algo colmado de sentido y fuerza nos lleva a una conducta a su vez llena de sentido y fuerza. De esta manera se hace de nuevo patente hasta qué punto en la vida espiritual están unidos el sentido y el vigor.
Abstraer lo que se percibe/aprecia
Abraham Maslow propuso en 1943 su Teoría de la motivación humana, a través de la imagen de una pirámide, en cuya base amplia se encuentran las necesidades básicas o fisiológicas (referentes a la supervivencia), angostando en el nivel de necesidades de seguridad (se refieren a sentirse seguro y protegido y surgen cuando las necesidades fisiológicas están satisfechas), afiliación (relacionadas con nuestra naturaleza social), reconocimiento, hasta llegar a su vértice con las necesidades de autorrealización (reconocimiento).
Maslow planteó dos tipos de necesidades del quinto nivel: la estima alta consistente en el respeto a uno mismo (confianza, competencia, maestría, libertad e independencia), y la estima baja consistente en el respeto de las demás personas (aprecio, estatus, fama, y dominio).
En 1970, Juan Antonio Pérez López obtuvo su doctorado en negocios en la Universidad de Harvard con una tesis titulada Organizational theory: A cybernetical approach a partir del concepto de aprendizaje, considerado tal el cambio que ocurren en el interior de los agentes como consecuencia de la propia interacción, siempre que esos cambios influyan en cómo será la siguiente interacción.
Comparar a ambos autores respecto de sus teorías de la motivación es para una tesis doctoral y no para un artículo, pero sí podemos observar que en Pérez López la teoría de la acción no es aislada, o de un único sujeto, sino una teoría de la acción recíproca, es decir, que las acciones no sólo modifican el medio, sino que, modifiquen o no el medio, producen repercusiones en sí y en las acciones de otro sujeto.
Siendo los resultados interiores a la acción (que llamará el aprendizaje motivacional) más significativos que sus consecuencias externas, puesto que modifican las capacidades de los sujetos en orden a la realización de acciones ulteriores –análisis del feedback ausente en las descripciones anteriores–.
Clasifica también los motivos de la acción, pero de un modo más simple, no según la acción sino el motivo real de la acción realizada: extrínseco (el motivo, lo verdaderamente querido, no es el objetivo de la acción, sino el premio a obtener o castigo a evitar), interno intrínseco (el motivo, lo verdaderamente querido no es el objetivo de la acción, sino el aprendizaje que obtendrá el sujeto agente), interno trascendente (lo verdaderamente querido es la acción que se realiza, el motivo es lo que se hace porque se ha hecho propio de la acción el bien de un sujeto que la trasciende). Es trascendente porque el otro rompe la burbuja (monada) de mi auto condescendencia, me incomoda, perturba y me saca del en-si-mismamiento al ser-para-el-otro.
De ordinario, los tres tipos de motivos están presentes y se combinan en distintas proporciones en dos sujetos que realizan la misma acción con la misma fuerza motivacional: si fuera a operarme, es razonable pensar que el cirujano quiere ganar su honorario, también es posible pensar que quiera mejorar su destreza técnica, pero desearía que también quiera curarme.
No hay tampoco una secuencia obligada de satisfacción de las necesidades. No necesariamente ascendemos en las motivaciones por la satisfacción de las necesidades en uno u otro nivel, e incluso –como sabemos quienes hemos participado de equipos que salvaron instituciones en las recurrentes crisis argentinas– muchas veces las personas resignan sus necesidades básicas para hacer propias las necesidades de un otro, que no aparece en la pirámide antes esbozada. Fue el caso de una automotriz que luego de aprobar una reducción de plantilla del 10% recibió la contrapropuesta obrera de reducir los salarios en un 10%.
El problema del feedback
La acción siempre depende de una intencionalidad que permanece hasta en nuestros sueños y pesadillas, motivos en los que descubrimos nuestras valoraciones aun cuando dormimos.
La decisión aislada apenas nos modifica, pero a medida que la reiteramos nos va haciendo quienes somos y por lo tanto más proclives a tocar bien el violín –con lo que la gente dirá que somos unos músicos virtuosos–, o a saltear las inhibiciones de una conducta destructiva, de modo que ya no seremos quien bebió de más, sino un bebedor, aunque seamos violinistas.
De ese modo, al elegir un motivo u otro, fuente de motivación para una conducta u otra, nos hemos elegido a nosotros mismos, quien en verdad queremos ser. Como propone Jorge Drexler: Cada uno da lo que recibe / Y luego recibe lo que da / Nada es más simple / No hay otra norma / Nada se pierde / Todo se transforma.
[1] Orden y misterio, p. 158, n. 31. El segundo al referir: Lo que hoy se llama “encarnación”, los escolásticos lo han estudiado en el capítulo de los hábitos.
[2] Ver De colectivos y peatones: la naturaleza de la luz, en la revista Criterio, en su número 2467, marzo de 2020, Buenos Aires, pp. 8 a 11.
Roberto Estévez es Profesor titular ordinario de Filosofía política FCS de la UCA. Presidente de la Asociación Civil Santo Domingo de Guzmán, Tandil