Imaginemos un cine cualquiera de barrio, con luces de neón, aroma a pochoclos y gente haciendo fila en la entrada. El cine está en una Argentina que trata de reinventarse una vez más, después de años de golpes, por fin en una democracia optimista, la del doctor Alfonsín. Sus asientos incómodos están repletos, todavía no hay australes ni CONADEP, pero nadie se pierde esta película.
Es mayo de 1984 y el film que se estrena rompe un récord: 2.660.000 espectadores. Es el tercero más visto en la historia del cine nacional. Además del éxito popular, es nominada a un Oscar como mejor película extranjera.
El arte es la facultad que tienen algunas personas de conectarse con otros, de contar historias que impactan en sus vidas. ¿Podemos medir ese impacto? En general, prescindimos de herramientas, pero a veces hay datos. En 1982, nació una Camila de cada diez mil argentinas. En 1994, 3 de cada mil se llamaron así. Esta variación demográfica, casi como un enunciado performativo, se debe a una mujer que gritó muchas veces acción. Hay palabras que una vez dichas cambian la realidad. Si un juez nos declara culpables, un cura preside nuestro casamiento, la propia vida ya no es la misma. Esto es lo que John Austin llamó enunciados performativos: son expresiones que no describen el mundo sino que lo intervienen.
María Luisa Bemberg tenía el don de construir mujeres reales con dimensiones míticas, y eso que es la perfección de su oficio era natural en ella. Entre 1981 y 1993 dirigió seis películas; trajo al Río de la Plata a actores de la talla de Dominique Sanda y Marcello Mastroaiani. Nos hizo empatizar con esposas desengañadas, madres negadoras, monjas mexicanas, chicas de la buena sociedad rosista y mujeres enamoradas.
Nació en una familia industrial rica cuando el PBI per cápita argentino correspondía al 60% del norteamericano. Fue educada por institutrices (más de 20), pero nunca tuvo instrucción formal y de eso se lamentaba: “Lo que hacía mi padre con nosotras era deserción escolar. (…) Mis hermanos iban al colegio, uno es doctor en Filosofía y el otro licenciado en Economía, los dos graduados en Harvard”. Se casó a los 22, se separó 15 años y cuatro hijos después. Administró el teatro Smart, fundó el teatro El Globo, estudió actuación con Lee Strasburg en Nueva York y en 1970, con otras mujeres, fundó la Unión Feminista Argentina. Esas decisiones son las que la hicieron diferente. El individuo por encima del qué dirán, la libertad por encima de todo.
Durante casi un siglo su apellido fue sinónimo de la Cervecería y Malteria Quilmes. Pero eso fue sólo una parte de su vida, y me animo a pensar que no era la más significativa. En 1972 filmó su primer corto, El mundo de la mujer, y Juguetes en 1978. Son films políticos, feministas, que cuestionan fuertemente el status quo. Más tarde, a los 58 años, decidiría dirigir cine al notar que los personajes femeninos solían ser planos, con poca profundidad. Fiel a su estilo, decidió solucionarlo haciendo.
Se animó a pensar algo distinto y, lo que es más difícil, a fundamentarlo. Se expresó y esa expresión resultó, contra muchas e injustas predicciones, popular. Se animó a los prejuicios ajenos, y a los propios, para vivir sus ideas.
La primera y la última escena de Camila son inolvidables. Es como una buena canción, abre y cierra con precisión. Al principio se muestra la vuelta de Anita Perichón a Buenos Aires. La Perichona fue la amante de Liniers y se exilió en Río de Janeiro acusada de espía. El film comienza cuando se refugia en la casa de su hijo, Adolfo O’ Gorman. Apenas se baja del carruaje, Anita le pregunta a una chiquita:
- Yo a vos no te conozco, naciste cuando yo estaba en el Janeiro. ¿Cómo te llamas?
- Camila, abuela.
- Camila O’ Gorman… es bonito ¿Te gustan las historias de amor?
- No sé…
María Luisa, abuela y directora, hace de esta relación un indicio. Ambas, Anita y Camila, se animaron a todo por amor y lo pagaron carísimo, con el destierro y la muerte. Su cine está lleno de Antígonas, mujeres arriesgadas que por la libertad experimentan la muerte o la muerte civil. Pinta tu aldea y será universal, cuentan que decía Tolstoi. María Luisa rompió de manera sutil, inteligente y vehemente las cañerías del mundo en el que vivía. Se preguntó por el rol de las mujeres casadas en matrimonios tristes, por el silencio que ocupa muchas vidas, por el rol de las costumbres y su peso en muchos destinos. Hay que ser valiente para pensar ciertas cosas.
Camila O’ Gorman muere con 23 años, fusilada por el ejército de Rosas en la cárcel de Santos Lugares, condenada a muerte por el Restaurador con anuencia de su padre, de la Iglesia, de la sociedad, de los unitarios y de quienes usaban la divisa punzó. Camila es tan sólo una pieza de intercambio en una guerra dialógica entre dos bandos. Con Camila muere Ladislao, con Camila, creemos, muere su hijo nonato. Camila murió más de dos millones de veces en el año 1984.
En el cierre, Bemberg hace alarde de su cine, que es profundo, y como su voz, calmo. Camila con miedo, ojos vendados y ante el pelotón de fusilamiento, formula su última pregunta:
- Ladislao, ¿estás ahí?
- A tu lado, Camila.
Tres años después del éxito de taquilla y a pesar de las nominaciones y los premios, Bemberg tiene que explicarse. En Youtube hay una entrevista de 1987 en el programa “Función Privada”, emitido por ATC. La filmación es tenue, como si en un momento fuera a despedazarse. Todo en ella remite a los ochenta: conductores de trajes claros, María Luisa con un saco celeste con hombreras. Carlos Morelli, a su derecha, pregunta:
- ¿Sos una feminista cabal, rotunda e intransigente, o no?
- Yo creo que soy una mujer moderna, creo que soy una mujer lucida y honesta y al final del siglo XX es imposible no ser feminista. Es una mirada diferente sobre el mundo.
Rómulo Berruti contraataca:
- ¿Por qué ser feminista es una virtud y ser machista es un defecto? Cuando se habla de un machista hay un tono despectivo, en cambio lo otro es casi glorificante.
- Lo uno no tiene que ver con lo otro. Ser machista es ser fascista, ser feminista es antifascista. El día que desaparezca el machismo, el día que desaparezca esa mirada tan determinada y que se mire a las mujeres de igual a igual, el feminismo no va más. (….) Sucederá el siglo que viene, yo no lo voy a llegar a ver.
- Sucederá el siglo matriarcal y serán fascistas ustedes.
- No… no…
Hay algo admirable en no morder el anzuelo ante las provocaciones. María Luisa lo mira serena, con sus ojos claros y, desde su altura, responde. Construye las respuestas con la paciencia de las personas educadas, como si hablara con un chico que no quiere razonar. Con el correr de los años, el offside de sus entrevistadores la vuelve moderna a pesar de las hombreras.
María Luisa Bemberg nació rica y hermosa, era inteligente y tenía el don de interesarse por las cosas. Así creo la Unión Feminista Argentina en 1970 con Gabriela Christeller, Leonor Calvera y Nelly Bugallo. Se juntaban a leer literatura feminista, como El segundo sexo, de Simone de Beuavoir, y La mística femenina, de Betty Friedan. También tenían un espacio de concienciación, para compartir experiencias y encontrar puntos en común donde el machismo impactaba en sus vidas. En 1974, bajo el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón, la Triple A allanó la sede de la UFA. Después del golpe del ‘76, la UFA se desintegró, sospechadas de ser un grupo de ultra izquierda.
María Luisa Bemberg no es una persona siempre viva en el imaginario popular, en alguna medida porque, presumo, es un personaje incómodo. Una mujer de clase alta, feminista, iconoclasta y diferente. Quizás le habría ido mejor si odiaba a su clase, pero ella no tenía odio. Su cine y su persona invitaban a pensar, no traían nociones prefabricadas.
Cuando murió donó una colección entera de arte rioplatense al Museo Nacional de Bellas Artes. Diez años tardaron en exponerlos; son 26 cuadros y una escultura. Hay de todo: Torres García, Pettoruti, Figari, Xul Solar. Años antes había donado un Sisley, que está en la sala de impresionistas. ¿Que dice de nosotros olvidar personajes de esta talla?
Cuando comienza “Función Privada”, Carlos Morelli la presenta como la señora que hizo Camila. La señora que hizo Camila había sido nominada al Oscar y había dirigido también otras cinco películas: Momentos (1981), Señora de nadie (1982), Miss Mary (1986), y luego haría Yo la peor de todas (1990) y De eso no se habla (1993).
La señora que hizo Camila, era una cineasta.
Celina Arreseygor es Licenciada en Comunicación Social