Su abuelo, Gino Cervi, protagonizó Cuatro pasos en las nubes, Ettore Fieramosca, La corona de hierro y otros sucesos, trabajó mano a mano con Vittorio De Sica, Curzio Malaparte (El Cristo prohibido) y Michelangelo Antonioni, fue el comisario Maigret y también el camarada Don Peppone en las comedias del cura Don Camilo que hacía Fernandel. Su padre, Tonino Cervi, produjo Bocaccio ‘70 (Fellini, De Sica, Visconti, Monicelli, los cuatro juntos), La larga noche del 43, El desierto rojo y otros títulos fuertes, respaldó el debut de Bernardo Bertolucci, y dirigió tanto películas comerciales de cierto riesgo como adaptaciones de Moliere de mayor riesgo todavía. Y él, Antonio Cervi, productor, también lleva adelante sus propios riesgos. Uno de ellos, vivir en la Argentina.
Desde estas tierras, Cervi está coproduciendo interesantes trabajos, como la emotiva serie internacional Camino a la escuela (niños que hacen sus buenos kilómetros para llegar al aula), difundida en medio mundo, salvo precisamente acá. En este momento prepara dos proyectos algo contrapuestos: la infancia del “Che” contada por Martín Guevara, su hermano menor, y el esfuerzo de superación de jóvenes apoyados por la fundación católica Scholas Ocurrentes.
“Será un formato similar al de Camino a la escuela”, se entusiasma, “donde queremos contar historias superadoras de chicos de varios países, obligados a enfrentar miles de dificultades para un digno crecimiento. Las historias serán contadas por deportistas, artistas, activistas del medio ambiente, economistas, religiosos y emprendedores comprometidos con la sociedad de hoy, con el encuentro social y con la paz. Ellos serán la voz de los sin voz, los anónimos que ‘el otro’ no mira y no integra. Una serie para exponer la cosmovisión del papa Francisco sobre educación, cultura, deportes y economía integradora, para fomentar la Cultura del Encuentro. En este último proyecto estamos trabajando con Marina Méndez, emprendedora social, embajadora por la paz y amiga”. Aquí, el resumen de un diálogo, forzosamente vía email, que tuvimos días atrás con Antonio Cervi.
¿Cómo recuerda a su abuelo?
Recuerdo, entre otros momentos, haber actuado como extra en una publicidad con él, y que al final de la jornada me regaló una bolsa llena de monedas, un tesoro para mí. La última vez que lo vi almorzamos en el Gran Hotel Royal, de San Remo, pasamos juntos todo el día, yo era niño, todavía. Recién con el tiempo (quizá cuando en Venecia una señora me pidió un autógrafo sólo por ser nieto de Gino Cervi) fui comprendiendo la importancia y popularidad de mi abuelo. Él participó en más de 120 películas, y en las primeras series de la televisión italiana, y pasaba todo el año de gira con su esposa, Nini Gordini, porque el teatro era su pasión. Su padre, Antonio Cervi, había sido el crítico teatral más importante de Italia, amigo de Gabriele D’Annunzio y Pirandello. Con este último, nada menos, empezó mi abuelo su carrera. Años después le dedicamos con mi padre una serie documental de cinco horas para la RAI, Gino Cervi, un attore con la C maiuscula.
Y a su padre, ¿cómo lo recuerda?
Papá fue uno de los grandes productores de Italia, descubrió actores y directores que luego fueron importantes, como Bernardo Bertolucci, Ornella Muti, Bud Spencer y Darío Argento (dos jóvenes promesas que estuvieron a sus órdenes en un western atípico, Oggi a me…domani a te!, con el gran Tatsuya Nakadai, luego actor preferido de Akira Kurosawa). Siempre fue muy riguroso, muy exigente, y pensaba que si yo quería hacer cine debía pagar un precio alto. Aprendí el oficio trabajando con él desde abajo, como el último de los asistentes honorarios. Pero acompañarlo en su trabajo también era el modo de estar cerca de él. Así, después de estudiar y vivir con mi madre en Francia, empecé mi carrera, primero con mi padre y luego como productor independiente.
¿Cómo fue trabajar además con tantas figuras relumbrantes? Pienso, por ejemplo, en el elenco de El avaro: Alberto Sordi, Laura Antonelli, Lucía Bosé y su hijo Miguel, Franco Interlenghi, Christopher Lee…
Los artistas que convocaba mi padre eran todos muy buena gente y profesionalmente comprometidos. Lucía Bosé (que también trabajó con mi abuelo) y Miguel eran íntimos amigos de la familia. Sordi era como mi tío, tenía con mi padre una amistad entrañable y cotidiana, juntos habían iniciado sus carreras. Él, mi papá, mi madre, Suzanne Lévesy, actriz, mi padrino, Mario Monicelli, Sergio Corbucci (dos grandes directores), Franco Interlenghi y Antonella Lualdi, formaban un grupo muy unidos por el cine, la amistad y las ganas de vivir. Eran como el equivalente del “rat pack” de Frank Sinatra en Italia.
Ahora, ¿qué lo trajo a usted a la Argentina?
Vine en 1995 a visitar a mi hermano, que tenía un restaurante en un barrio que (decía él) prometía mucho, ¡Palermo! Antes de volver me regalan un libro sobre un extraordinario sacerdote italiano, que hizo un trabajo colosal en la provincia y además curó a miles de personas de todo tipo de enfermedades, el padre Mario Pantaleo. Lo leí, y al llegar a Roma ya tenía decidido hacer un documental sobre él. A la semana estaba de vuelta con una cámara Betacam. Haciendo entrevistas conocí a quien fue como una hija espiritual del padre Mario, y la primera asistente social de su obra en González Catán, la música Silvia Iriondo. Desde ese momento quedamos juntos para compartir la vida, y de esta relación nació nuestra hija Francesca María, ¡justo el día de San Mario! La Argentina es un país maravilloso, una tierra que amo profundamente, si bien, como todo país, tiene sus contradicciones. Pero nunca tuve dudas, ¡es mi lugar en el mundo! Y el nombre de mi empresa surge a raíz de este encuentro con la vida del padre Mario: Tupasimi. Su casa llevaba este nombre, cuidadosamente elegido por Perla Garavelli, que era su mano derecha. En guaraní, Tupasimi significa “Madrecita de Dios”. Aquí, si bien produzco cada tanto alguna película de ficción, me dediqué con fervor a dirigir documentales: Argentina, tierra de guitarras, con Juan Falú; Las islas, Día Nacional del Gaucho, Silencio roto, 16 Nikkeis, biografías de Ernesto Sábato y Félix Luna; El chamamé, con Raúl Barboza, y también contenidos relacionados con la cultura italiana, junto a la Embajada. El Embajador Giuseppe Manzo y todo su equipo están haciendo un gran trabajo de integración y difusión de la cultura italiana en la Argentina. Últimamente también produje Il nostro Papa, historia de la inmigración de la familia Bergoglio; y Fellinopolis, con material rescatado de las filmaciones de tres películas de Federico Fellini, y tengo en preparación aquellos dos proyectos. Así que, más allá de la pandemia, ¡no me faltan el deseo, la necesidad y las ganas de contar historias emocionantes, universales, necesarias y enriquecedoras!
Daniel Sendrós es cronista de cine, periodista y profesor universitario