Reseña de “Los niños perdidos”, de Valeria Luiselli (Madrid, 2020, Sexto Piso).
De la autora (México, 1983) tuvimos ocasión de reseñar en Criterio el año pasado un libro sorprendente: Papeles falsos, donde Luiselli confirmó ser una de las jóvenes escritoras latinoamericanas más viajadas y talentosas. “Buscar una tumba en el pequeño pero confuso cementerio de Venecia –escribíamos– o referir la falta de mapas sobre la urbanización de México y los ríos que alimentan la laguna subterránea que alguna vez asombró a los conquistadores son temas de su interés. Además, las historias de Hernán Cortés y la princesa Malinche no podían faltar en la tierra de Sor Juana Inés, Octavio Paz y Juan Rulfo”.
Otro de los temas en los que más se ha comprometido Valeria, que se ocupó de los chicos latinoamericanos indocumentados en los Estados Unidos, es precisamente la defensa de los derechos de los menores que escapan de la miseria y la violencia para encontrar otra esperanza de vida en ese país.
El título del libro que ahora reseñamos surge de una observación de su pequeña hija cuando le preguntó por los “chicos perdidos”, porque no acertaba con palabras más difíciles para ella como “indocumentados, migrantes, refugiados”. Las preguntas del cuestionario a los chicos, que Valeria debía traducir y redactar después de las entrevistas solicitadas por el gobierno de Nueva York, ciudad donde Luiselli vive, recibían respuestas de niños que no sabían decir por qué llegaban, o cuándo, y a duras penas podían contar si lo habían hecho a pie, en tren o camiones, o relatar el cruce a nado en determinados puntos. Sus familias habían pagado mucho dinero para que pudieran alcanzar la meta soñada.
Es muy interesante cuando la autora deja ver la empatía que sabe establecer con chicos que cargan el sufrimiento y la tremenda tristeza de sus pocos años. Por ejemplo, cuando le aclara a uno de ellos que no es policía sino traductora: “¿Y de dónde eres?”, le pregunta. Y ella: “Soy chilanga (mexicana)”. El chico afirma: “Y yo catracho (hondureño), somos enemigos”. Ella le dice que tal vez, pero que no están en la cancha, y reconoce: “Ya de entrada me metiste un gol”.