Todo es gratitud*

Hace algunos años decidí acercarme a cantar a residencias geriátricas; para ello armé un repertorio con pistas de canciones que suelen ser del gusto de los adultos mayores y que a mí también me encantan: boleros, tangos y clásicos y de todos los tiempos.

Las visitas, que comencé con una frecuencia esporádica, se fueron convirtiendo poco a poco en una de las más enriquecedoras experiencias de mi vida. Si tuviera que definirla en pocas palabras, diría: “Todo es gratitud”.

El encuentro con los adultos mayores, la posibilidad de compartir con ellos, tiene características particulares que a veces, en lo cotidiano, me cuesta encontrar. Cada gesto, palabra, saludo, mirada, es valioso e importante. Se interesan sobre todo en lo esencial y a esa realidad me llevan. En ellos  ya no hay nada que aparentar, ni cosas que adquirir, ni tecnología alienante. Por el contrario, lo que tienen es el presente para compartir, los sentimientos y las experiencias para comunicar, el dar las gracias sin escatimar.

Lamentablemente la situación de la pandemia de COVID-19 me obligó a suspender las visitas, pero siempre los tengo en mi corazón. Pienso mucho en ellos y en las oportunidades en que han podido poner en palabras situaciones muy profundas de dolor, tanto físico como emocional, ese que no se ve pero que cala muy hondo. Las canciones ayudan a abrir el corazón. Algunas fueron parte de sus historias de amor, de juventud, de éxito, de fracaso, a veces se convierten en un bálsamo que pasa, los acaricia, los reconforta y los devuelve, al menos por un rato, a una realidad que ya pasó pero que les dejó reflejos inolvidables.

Estamos hechos de recuerdos. Lo sensorial, que al principio de la vida es la manera de descubrir el mundo, en los últimos años se convierte en un medio para volver a sentir y a experimentar que estamos vivos, que nos conmovemos con la misma potencia que en la juventud, que los recuerdos merecen ser nombrados así porque no se olvidaron. Después de cada una de mis presentaciones en las residencias y geriátricos, escuchaba comentarios como “Me hiciste acordar al momento en que conocí a mi marido”, Yo bailaba este tema”, Me diste una hora de felicidad”.  También me ha sucedido que quizás las cuidadoras o enfermeras me pedían un determinado tema que no había cantado para alguna persona presente, para que pudiera escucharlo, porque sabían que le encantaba, y yo cumplía ese deseo a capela; de repente los veía sonreir o lagrimear. Otros, si podían, tarareaban conmigo. En una oportunidad, una persona que había sufrido un ACV hacía poco tiempo y que por lo tanto no podía hablar, al escuchar unos tanguitos, empezó a decir algunas palabras sueltas. A la psicóloga que la acompañaba le resultó un episodio increíble.

En definitiva, quizás lo más maravilloso de la tarea es tener la posibilidad de ser un milagro los unos para los otros. Las puertas del encuentro están habilitadas, en cualquier momento de la vida, para que, como dice la canción de los Beatles, descubramos que lo único que necesitamos es amor.

Natalia Scordamaglia

*Este testimonio fue publicado originalmente en la revista Ciudad Nueva, edición de junio de 2019.

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