La experiencia de asistir como médico a los adultos mayores me ha permitido tener cabal consciencia de que constituyen un colectivo –como se usa decir ahora– o un campo, de enorme heterogeneidad y complejidad. Muchos de los que opinamos al respecto ya nos encontramos dentro de los límites que definen esta franja etaria en nuestras comunidades, eso nos permite apreciar con mayor claridad algunos aspectos que parece necesario destacar.
Lo primero es que la citada heterogeneidad explica cómo es que hay personas mayores de sesenta y cinco años que se desempeñan en la vida con total autonomía, en la plenitud de sus facultades, y permanecen, a veces por muchos años, socialmente activas y productivas. Son cada vez más numerosos los adultos mayores de cualquier edad que, conservando sus capacidades cognitivas y físicas en grado suficiente, están capacitados para desarrollar una vida plena. No está de más decir que hay adultos mayores con sus capacidades muy disminuidas, en algunos casos hasta el extremo de requerir cuidados especiales, de permanecer postrados y totalmente dependientes de aquellos que los cuidan. Aún en estas circunstancias, los seres humanos cuentan con reservas de valor. Nada resulta más desacertado que negar de plano, por cierta manía taxonómica, las capacidades y las habilidades de una persona concreta.
En nuestras sociedades hedonistas y marcadas por el culto a la eterna juventud, todo adulto mayor es colocado en una misma bolsa, se los tiende a apartar como individuos de descarte llegando incluso a la exclusión y estigmatización. Para poner en blanco sobre negro la mencionada heterogeneidad, en un texto reciente propuse la siguiente clasificación a modo de orientación: 1) Adulto Mayor totalmente autónomo; 2) Adulto Mayor con autonomía levemente menguada; 3) Adulto Mayor con autonomía moderadamente menguada y 4) Adulto Mayor con autonomía gravemente menguada o dependiente de terceros.
Esto permite estar totalmente convencidos de que es prácticamente imposible hablar de Adulto Mayor como una categoría única; debemos hablar de LOS Adultos Mayores y especificar a quienes incluimos o a quienes dejamos fuera en cada caso. Hago explícita la aclaración de que en adelante me voy a referir a los adultos mayores de los dos y eventualmente de los tres primeros grupos. Alguien podría hablar de discriminación; todo lo contrario, hago una distinción para permitir que de cada caso surja lo mejor.
Del entretenimiento a la ocupación
Como dije, he tratado adultos mayores con reducida autonomía en sus domicilios, personas totalmente capacitadas en el consultorio y ancianos “depositados” (palabra muy polémica y totalmente desagradable) en asilos y geriátricos. El sector del campo heterogéneo al que hago referencia aquí, incluye de manera radicalmente importante la autonomía cognitiva. Reconociendo la heterogeneidad y la complejidad y sabiendo que los modos de abordaje son prácticamente infinitos, elijo poner el foco y desarrollar un solo aspecto, al que he denominado “Del entretenimiento a la ocupación”. La siguiente anécdota podría ilustrar el aspecto que quiero destacar:
“Branca me contó ayer que llevó a su mamá de 101 años al dentista. Me dice que éste la trató afectuosamente, le explicó todo al detalle, quizás en demasía. Le dijo ‘viejita’ y usó diminutivos para explicar cada procedimiento. Su mamá indignada le dijo al salir del consultorio. ‘¡Acá yo no vengo más! Me irrita que me traten como una niñita, hace rato que dejé de serlo. Usando una de esas palabras que te gustan a vos me sentí infantilizada… No quiero que me vuelvan a tratar como una imbécil’”.
Nos resulta clásica la escena de una persona mayor haciendo crucigramas o sopas de letras, eso no está para nada mal. Sin embargo, es la presencia de los PROBLEMAS lo que estimula al cerebro que está preparado para lidiar con ellos. El cerebro es el órgano de los problemas, los detecta, los produce, los soluciona o los padece. Por lo tanto, lo que el cerebro del adulto mayor celebrará no es el crucigrama (entretenimiento), sino el problema (ocupación).
Los adultos mayores, en la mayoría de los casos, son injustamente privados de las problemáticas. Se considera adecuado que de eso se ocupen las personas en edad laboral. Hay quienes sostienen que el adulto mayor debe descansar, que ya le pasó la edad de hacerse problemas por todo. ¡Falacias, mitos y leyendas! El cerebro sin problemas se atrofia. Por eso mi propuesta es: teniendo en cuenta la biología y también la biografía de cada quien, se deben generar y proponer problemáticas reales a los adultos mayores.
Por ejemplo: un biólogo puede tener mucho para aportar en la conservación de la flora y la fauna de la Yunga. Un ingeniero mucho para decir acerca de ese puente que se cae a menudo por las inundaciones; cómo reencauzar los ríos peligrosos o cómo mejorar la provisión de agua potable a una ciudad urbanísticamente catastrófica. Un docente puede dar consejos válidos para la educación en épocas de pandemia. Una maestra puede recomendar cómo iniciar la alfabetización vía zoom.
Imaginemos lo que pueden aportar los adultos mayores: carpinteros, albañiles, operarios de fábricas, peones de campo, capataces, amas de casa, enfermeras, modistas, abogadas, etc., si se les presenta los problemas adecuados y se valoran sus contribuciones. Con total consciencia repito: si se los escucha con atención y se valoran sus aportes. Es una tarea interdisciplinaria generar los problemas que pueden ser, a la vez, estimulantes para ellos por estar a su altura, y valiosos para la comunidad que espera genuinamente sus aportes. En una sociedad cualquiera, los viejos son un capital de altísimo valor que es suicida desperdiciar. Por ese motivo me manifiesto a su favor, dejando para algunos casos, sólo algunos, los crucigramas y las sopas de letras.
Rita Levi-Montalcini (Turín, 1909 – Roma, 2012) falleció a los 103 años de edad. Fue neuróloga y recibió el Premio Nobel en 1986, teniendo 77 años. En su libro El as en la manga” Los dones reservados para la vejez. (Barcelona, 1999, editorial Crítica) escribió lo siguiente:
“Como ya se ha dicho en el capítulo sobre plasticidad neuronal, las células que permanecen pueden aumentar sus ramificaciones dendríticas y fortalecer los circuitos cerebrales a nivel sináptico. En la edad senil se mantiene esa capacidad del cerebro del Homo Sapiens, que no difiere de la que tenía en etapas anteriores, a ello se refiere el matemático E. De Giorgi ‘[…] la capacidad de pensar el infinito, aun reconociendo las limitaciones de la propia finitud’.
Merced a esta propiedad, el individuo, al final de su recorrido, en plena posesión de sus facultades intelectuales, puede disfrutar de los que le brinda la vida y de un futuro que no le pertenece”.
Ricardo Teodoro Ricci es médico, profesor titular jubilado de Antropología Médica en la Universidad Nacional de Tucumán
*El texto es un extracto especialmente preparado para Criterio del artículo principal a publicarse en la revista española Folia Humanística ISSN 2462-2753 (https://revista.proeditio.com/foliahumanistica/index)
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Join discussionMuy esclarecedor. Gracias