En el año 2020 se cumplió el bicentenario de la muerte de Juan Laureano Osvaldo Magnasco, mejor conocido como Osvaldo Magnasco. Pero la fecha decisiva en su vida pública es la que nos importa traer al presente para rememorarlo en tiempos en donde la educación parece no tener carácter esencial y estar desconectada de las necesidades del progreso actual y futuro de los ciudadanos. Está relacionada con un debate legislativo que catapultó a la historia, pero no a la fama, a uno de los más grandes hombres de Estado para la Argentina. Por eso, ese debate demostrará también por qué forma parte de una larga tradición de incomprensión y fracasos que ha hecho imposible el desarrollo profundo de las distintas regiones.
Primero, situemos al actor en contexto y recordemos su biografía. Magnasco fue un hombre nacido en Gualeguaychú, destacado abogado de la época, eximio latinista y orador, Diputado de la Nación con tan sólo 26 años, Fiscal General y Vocal del Consejo Supremo de Guerra y Marina, y finalmente, Ministro de Justicia e Instrucción Pública en 1898, durante el segundo gobierno del presidente General Roca.
Volviendo al debate legislativo, en él se discutió, en buena medida, el destino del país en tanto se deliberó sobre el modelo educativo. La cuestión era si seguía implantada en nuestra joven geografía la enseñanza media en clave y modelo sarmientino o si se avanzaba, como la historia lo demostraría necesario en poco tiempo, hacia un modelo mixto u orientando hacia un modelo más técnico e industrial.
Así, en el año 1900, se discute en el Congreso el proyecto del ministro Magnasco enviado por Roca para la reforma de la enseñanza media. El proyecto constaba de 10 artículos y su enfoque era orientado a federalizar la educación, responsabilizando a las provincias por el nivel medio educativo sobre la base de un enfoque trabajo técnico, práctico, agrícola e industrial.
Esta perspectiva, hay que reconocer, es tributaria del pensador de la Constitución Juan Bautista Alberdi (Batista, 2001), quien en sus reflexiones relativas a la educación había hecho clara su visión respecto de la necesidad de fortalecer la instrucción pública gratuita para locales y extranjeros, con vistas a fortalecer el mercado y la economía que permitieran el rápido desarrollo del desierto para relacionarnos comercialmente con el mundo.
Este proyecto, puesto en debate entonces no tuvo éxito en el Congreso. Las resistencias de la época, culturales y políticas, de sectores pedagógicos enciclopedistas y mitristas hicieron naufragar esta encomiable tarea rectora y de directrices en materias de políticas educativas universales y destinadas al desarrollo económico.
Una de las paradojas de esta historia será recordada en tanto fue otro diputado nacional nacido también en Gualeguaychú, Alejandro Carbó, del sector mitrista, quien tuvo una de las voces más encumbradas para llevar adelante la oposición a esta propuesta legislativa y su correspondiente correlato negativo en la votación en Diputados.
Caída la propuesta, Magnasco no tuvo mucho más fuerzas para continuar en la esfera pública y entendió que con sólo 37 años estaba concluida su labor política. Hombre de principios pero también de pasiones, se retiró a otras encumbradas tareas como la docencia universitaria y la abogacía.
Murió muy joven, a los 56 años, en 1920, por una salud frágil. La Argentina perdió en su vida institucional a una luminaria pública sustrayéndola al escenario privado, pero perdió además a un excelente analista, si la salud lo hubiese ayudado, para una época contemporánea revuelta en fuertes cambios sociales como los que se darían entre 1920 y 1950.
Debemos al menos bosquejar algunos de sus éxitos públicos para confirmar que no sólo nos legó sus piezas retóricas parlamentarias, sus ideas progresistas liberales y la cultura que lo rodeó por su inusual capacidad intelectual. Nos dejó obras como la creación de escuelas comerciales, la Escuela Industrial que dirigió, nada menos, que el ingeniero Otto Krause y un Instituto de Agronomía y Veterinaria (Domingorena, 1993).
Puede decirse entonces que, conforme lo relatado hasta aquí, el país ha sido injusto en materia de conocimiento con su más brillante ministro de justicia a la hora de encauzar la instrucción pública. Pero además, doblemente injusto, es el no haber hecho efectiva la Ley 16.475 de Creación de una Comisión para Recopilación y publicación del pensamiento de Magnasco. Hasta en este simple pero ejemplificativo acto el Estado y su pueblo se encuentran en falta.
Pareciera entonces, que pensadores como Juan Bautista Alberdi y Juan Laureano Osvaldo Magnasco se encuentran atravesados por brillantes ideas de progresos pero también por el fracaso de anticipar el devenir histórico. Ambos, bajo una misma perspectiva, tuvieron que dejar expresada su rápida huella intelectual para prontamente dejar la función pública.
Como desaciertos de la historia, o bien, desaciertos de los pueblos, Alberdi y Magnasco gobernaron desde sus ideas una escuela o línea de pensamiento y el reconocimiento de muchos de sus pares, pero no pudieron contra los intereses fácticos del poder local de la época.
Fueron, tanto Magnasco como Alberdi, producto del contexto local en el que vivieron, actores que en ausencia o lejanía pudieron ser valorados por su vida pública activa. Para ejemplificar, en el caso de Alberdi, la obra Palabras de un Ausente en que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento es el texto donde deja claro que su ausencia física era libertad de expresión y crítica. Configuraba así una suerte de ausencia activa para estar presente y perdurar en el pensamiento político contrario a los intereses del gobierno de turno (Cubillas, 2019).
Finalmente, ambos nos dejan como lección que nunca se es profeta en su tierra pero también que los profetas más importantes tienen un lugar en la historia y nos corresponde a quienes estudiamos, dentro del campo de las historias de las ideas, las teorías políticas y normativas, ahondar la perspectiva analítica y rescatarlos del olvido para provecho temporal, pero por sobre todas las cosas, para que trasciendan y nos ayuden a construir el futuro venturoso para las generaciones venideras.
Javier Adrián Cubillas es Licenciado en Ciencias Sociales (ESEADE) y Doctorando en Ciencias Políticas (UCA)
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