Más que cinéfilos, algunos fanáticos del cine deberían llamarse cinéfagos. Como ese empleado de Entel que, cuando apareció la tevé por cable, pidió el retiro voluntario. Única explicación: “¿Vos sabés las películas que me pierdo por estar acá trabajando?”. Pasó el resto de su vida tirado en el sofá, mirando películas por cable y vhs. Cuando salía, era sólo para ir al cine. No es cuento, se llamaba Raúl Oubiña y también era miembro directivo del Cineclub Núcleo.
¡Cómo hubiera disfrutado el amigo Oubiña tantos festivales online de cine que nos llegaron este año, de casi todas partes! Pensamos en él, porque ni tiempo hemos tenido de ver siquiera el dos por ciento de lo que se ofrecía. Todo empezó en marzo, cuando, frente a la pandemia, varios festivales decidieron postergarse para el 2021. Pero otros, para mantener su continuidad y dar batalla, decidieron realizarse de modo virtual, y aún más, virtual, mundial y gratuitos. Primero fue el 18° Internacional de Ginebra. Principales ganadoras, la ítalo-argentina Maternal, de Maura Delpero, aquí estrenada como Hogar, y la rumana Colectiv, de Alexander Nanau, sobre un incendio como el de Cromagnon. Poco después, el “We Are One: A Global Film Festival”, que reunió títulos de los 20 mayores festivales, y de paso juntó donaciones para la OMS y otros organismos, todo impulsado por el Tribeca Festival de Jane Rosenthal y Robert De Niro. A partir de ahí, el diluvio. Por primera vez, “espectadores remotos” pudieron seguir las ediciones de Tokio, Estambul, Brasilia, Barcelona, Toronto, París, Guanajato, Annecy (donde la Argentina participó con un stand virtual, una clase maestra de Juan Pablo Zaramella y cuatro títulos en competencia), Gramado, Sitges, Zurich, que se define “de películas de autor que atraen al público” y tuvo como invitado especial El robo del siglo; Chicago, donde El cuento de las comadrejas ganó el Premio del Público, y muchos otros festivales del exterior, nunca tan cercano. De los locales, el primero fue el Festival Luz del Desierto, con una edición de emergencia de títulos premiados en años anteriores, como el emotivo documental Los sentidos, de Marcelo Burd, sobre una escuelita en la Puna salteña. Y le siguieron todos los habidos y por haber en Capital, Jujuy, Puerto Madryn, Chivilcoy, La Plata, Saladillo (17 años de Cine con Vecinos, que congrega a los cineastas amateurs de todo el país), Bariloche, Rosario, Escobar, cine regional, ecologista, new age, de terror, deportes, moda fashion, denuncia social, en fin, de todos los rincones y todos los gustos. ¡Decenas de festivales!
¿Qué nos quedó, de lo poco pero bueno que pudimos ver? Ante todo, los documentales Beethoven’s Ninth, de Christian Berger, conmovedor elogio de la 9ª Sinfonía a través de orquestas, coros y públicos de cuatro continentes (sigue en youtube, no importa que con subtítulos en inglés porque igual emociona), Kentannos, ¡que vivas cien años!, de Víctor Cruz, regocijante, con viejos de 93 a 109 años llenos de vida y buen humor, Encantado, o Brasil em desencanto, de Filipe Galvon, primera visión crítica del fracaso del PT frente a Bolsonaro, Los reyes, de Perut y Osnovikoff, melancólico seguimiento de dos perros viejos en una plaza chilena, Cómo corre Elisa, de Arbit y Gersberg, sobre una vitalísima octogenaria ítalo-argentina enfrentando una maratón de 25 kms. en un lindo pueblo de montaña, y también ficciones como Bienvenidos a la aldea, de Park Kwang-Hyun, fábula ambientada en plena Guerra de Corea, donde soldados enemigos coinciden en un rincón apacible, o el dibujo Fritzi, de Bruhn y Kukula, que a través de una niña nos cuenta lo que pasó en Berlín Este desde febrero de 1989 hasta la caída del Muro; y un mediometraje seco, intenso, que conmueve el alma, No one left behind, nadie se quede atrás, de Guillermo Arriaga: una delegación militar norteamericana cruza la frontera, hasta el mísero poblado en que vivía un inmigrante mexicano que luchó en el Ejército de los Estados Unidos y sin embargo igual lo deportaron. Murió sin poder ayudar a su familia. Ahora los pobres viejos van a enterrarlo. Y sus compañeros de armas, tiesos y avergonzados, van a rendirle los últimos honores. No hacen falta demasiadas palabras, no sobra un solo gesto, no tiene un minuto más del necesario, y no podemos olvidarlo. En fin. En este mundo tan raro, tan virtual, el 2020 nos dio a conocer, entre otras cosas, los festivales virtuales. Que muy rápidamente se multiplicaron, perfeccionaron, y captaron muchísimo público nuevo. Los organizadores se frotan las manos, porque los costos son comparativamente reducidos. Pero a esos encuentros les falta glamour, y heroísmo. Por eso Huesca, Málaga (tras verse inicialmente suspendido faltando apenas tres días para inaugurarse), Venecia, San Sebastián, Guanajato, Lyon, y ahora en diciembre La Habana, entre otros, prefirieron el modo tradicional, claro que con todos los recaudos del caso. La Habana, por ejemplo, programó para este mes las secciones informativas y recién para marzo las de competencia, que requieren mayor cantidad de visitantes. “Miren el fútbol. No tenemos público en los estadios. Pero todos saben que la gente volverá. ¿Por qué sería diferente para el cine? Quienes lo aman volverán, eso es seguro”, afirmó Thierry Frémaux, conductor del Institut Lumiere, al inaugurar el 12° Festival de Cinema de Lyon, que se desarrolló de modo enteramente presencial, y con homenajes a Sabine Azema y los hermanos Dardenne (206 años entre los tres). Cuna del cine y de sus creadores, los hermanos Lumière, la ciudad dispuso tarifas especiales en hoteles, restaurantes y museos para los turistas cinéfilos, y los trenes colaboraron con un 40% de descuento. Y hubo más figuras, más de cien películas, también conciertos, exposiciones, charlas y presentaciones de libros. ¿Se impondrán nuevamente estas emociones, estas costumbres, o el público ya se habrá acostumbrado a verlo todo sin levantarse del sofá de su casa? El año que viene lo sabremos.