¿Es el hombre guerrero por naturaleza?

Debido a que en 6.000 años de historia conocida, todos los Estados tuvieron ejércitos y todos los ejércitos combatieron, destacados europeos se reunieron en París (1967) para reflexionar sobre la violencia. Invitados por el Centro Católico de Intelectuales Franceses, bajo la idea de que hay violencia en las relaciones personales, familiares, laborales, políticas y principalmente en las relaciones entre Estados y pueblos, se preguntaban si había que entender la violencia como un hecho irreversible, inseparable de la condición humana. Ello en razón de que, en pleno siglo XX, con los progresos y adelantos obtenidos, la violencia se había extendido como nunca, con dos guerras mundiales y otros conflictos que costaron la vida de millones de personas.
En una de las sesiones, bajo el tema Vencer la guerra, el sociólogo alemán Alfred Grosser indicó que la UNESCO sostiene en su carta constitutiva que la guerra surge del espíritu del hombre, de su mente, en la creencia de que su guerra es justa y que el enemigo es malo. Los soldados, en su mayoría, están convencidos de la moralidad de sus causas, dondequiera que combatan. Valoran como auténticas virtudes, las virtudes militares, que están en alza, aun en sociedades que se consideran antimilitaristas. En muchos países los militares suelen ser grandes próceres, por las batallas que ganaron, por los enemigos que mataron. Así, según Grosser, la guerra suele presentarse como noble y bella. El hecho de que la UNESCO tenga como objetivo modificar en la mente humana, con educación, ciencia y cultura, su inclinación guerrera, es una forma –concluye Grosser– de revertir la violencia.
El arzobispo de París, cardenal Pierre Veuillot, añadía que, efectivamente, siglos antes se oraba por la victoria y se predicaba la cruzada, pero hoy se reza por la paz, se pide el diálogo, el consenso, la negociación. Ya no se consiente aceptar las armas como única solución para resolver los conflictos internacionales o los antagonismos ideológicos. “No es admisible –concluía Veuillot– que el poder dependa del gatillo del fusil y que para acabar con la guerra, sea imprescindible hacerla”.
Henri Ey, psiquiatra francés estudioso del psicoanálisis de la violencia, explicaba que en la milenaria historia siempre hubo ejércitos y guerras, al punto de considerarlas como parte de la naturaleza humana. Sin embargo en el siglo XX la visión es distinta. “La violencia –afirma– no se da sino a condición de que pueda no darse”. El hombre no es violento en y por razón de su animalidad, de una condición salvaje, feroz. Cuando el ave de rapiña ataca a su presa, o el ciervo mata a la hembra que le rehúsa, o la escorpión devora a su macho, según Ey son violencias por naturaleza, reflejos innatos, instintos animales.
El sacerdote suizo Georges Cottier, luego cardenal, ratificaba que la violencia no es natural al hombre: la paz, la mansedumbre, la paciencia, el perdón de las ofensas, son valores absolutamente esenciales del cristianismo. Si la violencia es inevitable en el mundo físico y biológico, en el hombre no procede de su naturaleza sino del pecado, por lo que deja de ser una necesidad inevitable. La radical supresión de la violencia supone la radical supresión del pecado. Citó a dos papas: León IV, cuando expresó a los búlgaros que la guerra es siempre “de origen satánico”, y Pio XII, cuando en la Navidad de 1944 dijo que la guerra como medio para resolver conflictos será superada. Por lo que Cottier concluía que hasta la teología de la guerra justa desaparecerá de la teología moral.

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