Soñemos juntos

El periodista inglés y biógrafo del pontífice presenta el libro «Papa Francisco. Soñemos juntos: El camino a un futuro mejor. Conversaciones con Austen Ivereigh», editado en la Argentina por Plaza y Janés.

«No quiero que usted se cargue con un trabajo que después por ahí no sirve», me dijo el Sucesor de San Pedro. «Entonces, siéntase libre para decirme: ‘Mire, usted ya está viejo y está diciendo pavadas, así que esto no sirve’. Con esta libertad le hablo, porque confío en usted».
Fue el comienzo de la primera de más de una docena de grabaciones –además de cartas y llamadas telefónicas– que me sirvieron de materia prima para la construcción de Soñemos juntos: El camino a un futuro mejor. Creo que es un libro papal sin precedentes, único y singular, no sólo por el tema –cómo crear un mundo más humano y justo sobre la base de la crisis del COVID-19– sino por su formato, fruto de la extraordinaria confianza que Francisco depositó en mí como facilitador de su obra.
«Estoy de acuerdo con la idea del libro», me dijo en una carta breve a mediados de mayo. «En principio, estoy dispuesto… pero necesitaré mucha ayuda suya», añadió. «Lo dejo en sus manos».
Entendí. El Papa no tenía tiempo para sentarse a escribir un libro, y no había posibilidad de que nos sentáramos juntos para elaborarlo. En mayo, tanto Italia como Inglaterra estaban en confinamiento. No había forma de ir a visitarlo regularmente a Santa Marta, como había hecho el padre Antonio Spadaro en 2013 para esa extraordinaria primera entrevista que presentó el Papa al mundo a través de las revistas jesuitas, y que también publicó Criterio. No sería posible tener una serie de encuentros como los que tuvieron Andrea Tornielli (El nombre de Dios es Misericordia) y Dominique Wolton (Papa Francisco: política y sociedad) cuando prepararon sus libros-entrevista en 2016 y 2017. Pero tampoco me interesaba una entrevista como tal. Ya había publicado una con él que salió en vísperas de Pascua. «El Papa en confinamiento» fue publicada por The Tablet y Commonweal, y en castellano por ABC en España y Criterio en la Argentina. Y fue precisamente esa entrevista que me dejó ansioso por profundizar más.


«El Papa en confinamiento» estaba llena de destellos de intuición, consejos sabios y directrices espirituales típicas de él. Se trató de una especie de comentario sobre su intensa e inesperada reflexión “Urbi et Orbi” a fines de marzo, en la que fue evidente que el Papa había discernido un movimiento fuerte de los espíritus a través de la crisis. En la entrevista quedó claro que la humanidad se encontraba en un punto de inflexión, un tiempo de prueba del que o podríamos salir mejor o retroceder drásticamente. Francisco se sentía exigido por la encrucijada en la que nos encontrábamos, y la nueva misión que Dios le encomendaba.
Asemejaba, salvadas las distancias, a aquel momento en 2012-13 cuando se preparaba para jubilarse en Buenos Aires y se encontró con un cambio de diócesis (Roma). En la imaginación de Bergoglio, el período 2020-21 estaba destinado a ser el año de la conclusión de los cambios que había iniciado en 2013: la implementación de la reforma curial, la publicación de la que probablemente sería su última encíclica y el momento en que, quizás, tendría que darle sepultura a Benedicto XVI. Por lo menos, él estaba preparado a que así fuera 2020, si el Señor lo dispusiera.
Pero parece que el Señor tenía otros planes. La crisis por la pandemia, tan inesperada, tan devastadora, requería de él una última gran misión. Como director espiritual ignaciano de la humanidad, Francisco veía un kairós, un tiempo de elección: salir mejor significaba abrirnos a la gracia de la conversión que siempre en las crisis nos ofrece el Dios misericordioso; salir peor suponía atrincherarnos, mirar para atrás, sucumbir a las tentaciones y los obstáculos que el mal espíritu nos plantea para distraernos de esa gracia.
Fue esto lo que yo quería que él explicara. Bergoglio siempre fue un gran piloto de tormentas, como lo pintaban los jesuitas argentinos en la década de 1970. Cincuenta años más tarde, en una noche oscura para la humanidad, le correspondía ser una suerte de nuevo Moisés, conduciendo al pueblo de Dios en toda su vulnerabilidad, guiándolo para que siguiera los caminos señalados por el Espíritu y evitar las trampas y los callejones sin salida.
Sabía que era necesario ofrecer al pueblo un horizonte, un destino que daría sentido al viaje. Por eso, Francisco creó la comisión vaticana post-COVID bajo el dinámico sacerdote argentino Augusto Zampini-Davies, pidiéndole «preparar el futuro». Veía a la Iglesia no sólo respondiendo a lo que se venía, sino ayudando –en diálogo con expertos en el mundo– a darle forma.
Estábamos ante una paradoja. Visto desde afuera, el «Papa confinado», parecía aislado del pueblo, en soledad, impotente; pero en realidad él se sentía más cerca que nunca a la humanidad en su hora de necesidad. Le correspondía a Francisco conducir a la Iglesia, y al mundo, al umbral de una nueva era. Porque, como dice en Soñemos juntos, «el COVID-19 aceleró el cambio de época que ya estaba en proceso», el cambio que ya en la Conferencia de Aparecida en 2007 los obispos latinoamericanos habían identificado.
Todo esto merecía un libro que fuera mucho más que una entrevista larga. Debería permitirle al Papa extenderse, ir a lo ancho y a lo profundo. Era importante escuchar su diagnóstico de por qué y dónde la humanidad había entrado en esa crisis, y su visión de los cambios que hacían falta; tenía mucho que decir, y su visión era única. Pero lo que motivaba el plan del libro que le propuse fue el tema de la conversión, porque en esto es el gran experto: ¿Cómo cambian las sociedades en respuesta a las crisis, y por qué se resisten? ¿Por qué ciertas coyunturas históricas se convierten en oportunidades perdidas, mientras que otras engendran transformaciones de gran alcance? ¿Cómo podemos discernir en la crisis los nuevos senderos que el Espíritu nos señala?
Lo que le propuse fue un libro en tres «tiempos», utilizando la estructura ver-juzgar-actuar que tanto le gustaba y que había reformulado en términos ignacianos: contemplar-discernir-proponer. En Soñemos juntos, «Un tiempo para ver» es, pues, la mirada del Papa al mundo desvelado por el COVID-19, viendo con los ojos del buen pastor dónde nos habíamos desviado, dejando que nos golpee el sufrimiento que vemos alrededor. «Un tiempo para elegir» enseña cómo leer los signos de los tiempos y abrirnos al Espíritu que nos convoca a través de la crisis, y los criterios y métodos que necesitamos para escuchar al Espíritu. «Un tiempo para actuar» es la consecuencia del discernimiento: la decisión de optar en serio para una política del bien común, una economía que incluye a todos y cuida al planeta, y una cultura que valora la fraternidad.
Convenida la estructura, nos pusimos manos a la obra a finales de junio y terminamos a principios de septiembre. Trabajar con Francisco es una delicia. Es rápido, divertido, eficiente. Va al grano, y no teme la polémica. Es imposible encasillarlo, porque siempre hay algo más allá.
Es un escritor nato: entiende la importancia de la narrativa, de la metáfora detonante, de ir a lo profundo pero sin extenderse demasiado.
Pero tiene una desventaja grande. Se resiste a hablar mucho de sí mismo. Cuando le pedí detalles de sus «COVID personales» –las crisis en su vida, fuente de sufrimiento y de crecimiento– fue parco, y tuve que insistir. Era importante, le dije con cierta parresía, que cuando habla de cómo Dios actúa en las crisis personales, lo ilustrara, no sólo refiriéndose a la Biblia sino también al evangelio de su propia vida. Al final, compartió conmigo pasajes bellísimos sobre tres momentos en su vida: la enfermedad pulmonar en el seminario; el destierro a Alemania, a donde fue en 1986 para mejorar el alemán e investigar a Romano Guardini; y su famoso exilio de Córdoba en 1990-92, que se convirtió en una purificación profunda de la que este pontificado es el fruto rico.
La intención del proyecto fue armar, en muy poco tiempo, dos textos paralelos: uno en inglés, otro en castellano. Era importante que en ésta se lo percibiera porteño, y no convertirlo en un español como hacen los documentos oficiales del Vaticano; así que el voseo está, junto con varios porteñismos además de bergoglismos, no sólo en la edición hispana de Simon & Schuster para el mercado norteamericano sino en la edición de español mundial de Plaza y Janés. Es decir, por primera vez en un libro del Papa él habla como sí mismo, como lo hace en los videos y en los momentos espontáneos.
Mi ambición para la edición inglesa fue que, por primera vez, el Papa se expresara como un nativo. Traducidos desde el italiano o el alemán, el lenguaje de las ediciones inglesas de los libros Juan Pablo II y Benedicto XVI siempre me parecía raro, como si el Papa tuviera un lenguaje propio, ajeno a lo cotidiano. Siendo, en este caso, el “autor” del libro, yo podría asegurar que Francisco sonara bien en inglés.
Sin mencionar este aspecto, me dijo en una de las grabaciones que le parecía mejor que, en vez de armar un texto en castellano que él revisara y que yo después tradujera, lo escribiera directamente en inglés, mi lengua materna, y después lo tradujera; y de esa forma surgiría un texto más creativo y natural. Fue un avance real. Las complejidades de manejar dos textos paralelos se mantenían, pero el proceso de escribir se facilitó y se agilizó. Me sigue asombrando la humildad de Francisco en su disposición a confiar en las destrezas del otro, la ausencia total de ansiedad controladora.
A medida que avanzaba el proyecto, se convirtió en un trabajo conjunto intensivo, sobre todo en la segunda parte, cuando me dirigía a varios de sus escritos de jesuita y de cardenal, material que podría servir para explorar temas relevantes a la crisis. Él había señalado, en la primera parte, la actitud beligerante de algunos que se resistían a adoptar las medidas de salud pública apelando a la libertad individual, y había criticado a los católicos que interpretaban el cierre de las Iglesias como una agresión contra su libertad religiosa, por lo tanto me parecía oportuno explicar la idea –muy presente en sus escritos jesuitas– de la conciencia aislada. En otra ocasión lo invité a aplicar su tesis inacabada sobre Guardini sobre cómo manejar las contraposiciones (es decir, no dejar caer en contradicciones y polarizaciones, y abriéndonos a la posibilidad de un ‘desborde’ que resuelve la tensión en un plano superior). Explicadas estas ideas, podrían aplicarse a la parálisis de la polarización que tanto aflige nuestra política y nuestra Iglesia. Esta sección de la segunda parte, seguida por su aplicación del método en la sinodalidad, está entre las partes más ricas del libro.
De este modo, en el camino, encontramos un modus laborandi que funcionaba muy bien: yo armaba, a base de sus escritos y sus dichos, las respuestas a mis preguntas, una narrativa que él después modificaba y pulía.
Ya que no fue una entrevista, en la primera versión del libro el Papa se dirigía directamente a mí, usando el vos, como si escribiera una especie de carta larga. Pero luego nos pareció mejor que Francisco hablara directamente con el lector. Así que me esfumé del texto por completo, salvo una ‘Posdata’ que explica el origen del libro, para dejar al Francisco ‘cercano y concreto’, a solas con el lector, ofreciendo una guía espiritual a escala mundial.
Por eso pienso que Soñemos juntos es un libro único, singular, sin antecedentes. No sólo porque, por primera vez en la historia, el Papa se dirige a la humanidad para abordar una crisis global, sino porque lo hace de una forma tan original. Es un libro, al final, que refleja al Papa mismo.

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