La escuela como la conocíamos tuvo en estos meses una gran crisis de identidad. De un día para el otro, y en medio del primer mes de clases, que es uno de los períodos que más le gustan, se quedó vacía. En medio del silencio que la atravesaba, con sus aulas y pasillos desiertos, la escuela se fue enterando que la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos continuaba, pero desde sus hogares. En medio de esa crisis y tanto silencio, descubrió algo: la figura del maestro se agigantó. Se enteró también de que, desde los balcones, además de aplaudir a médicos y enfermeras, la sociedad aplaudía a los educadores.
Es que los docentes han mostrado un compromiso maravilloso y creo que es interesante preguntarse: ¿Qué habilidades fundamentales hay detrás de ese compromiso? ¿Qué tiene de especial ese docente comprometido? Se descubren así habilidades que siempre fueron esenciales, pero que esta etapa mostró como urgentes, ya que sin ellas hubiera sido imposible conectar con los alumnos en cuarentena. Me detendré en dos de ellas: la empatía y la irradiación. En general, existen diversos estudios que tienen como tema la importancia fundamental de las competencias didácticas de los educadores, para una mejor enseñanza. Lo toman como punto clave para su posible eficiencia profesional. Analizan el acto pedagógico o, también, el perfil psicopedagógico de los educadores. Pero hay muy pocos estudios que investiguen la importancia de las competencias socioemocionales de los educadores, pese a que son fundamentales para poder enseñar bien.
Edith Stein (1) define a la empatía (Azanza, 2013:7) diciendo que es la capacidad que nos permite no sólo saber lo que se expresa en semblantes y gestos, sino también lo que se oculta detrás de todo eso. Siendo empáticos podemos ver que alguien hace una observación inoportuna y que se pone rojo por ello, explica la autora, mostrando primeros indicios de cómo actúa la empatía en las personas. Podemos entender la observación y la vergüenza, y también reconocer que una observación puede ser inoportuna. Todos estos datos remiten a un tipo fundamental de actos en los que el vivenciar ajeno es aprehendido y que la filósofa designa con esa palabra, “empatía”. Stein trata de describir así la experiencia de la conciencia ajena en general, y que no tiene en cuenta qué tipo de persona hay detrás de tal o cual experiencia. Trata de la experiencia de un yo en general con otro yo en general. Así aprehende el hombre la vida anímica de su prójimo, dice Stein. En la discusión sobre el tema hay una suposición no explícita que la autora plantea: “nos están dados sujetos ajenos y sus vivencias” (Stein, 2004:19).
Luego de Stein, numerosos autores han defendido que la empatía es un aspecto clave de la inteligencia emocional y que tiene múltiples aplicaciones en distintos ámbitos: organizacional, clínico y social (Extremera y Fernández‐Berrocal, 2004). En el ámbito educativo propiamente dicho, Suditu; Stan; Safta (2011) ubican a la empatía como el núcleo del perfil psicopedagógico del educador. Ellos parten de la premisa de que el dominio de la empatía significa tener mayores posibilidades de autodominio y, así, poder producir cambios positivos en los demás. Su investigación se basa en una muestra de 90 estudiantes del curso de Pedagogía impartido en la Universidad de Petroleum-Gas de Ploie ti, en Rumania. En ese estudio se define a la empatía como “la compasión, la escucha y la toma de perspectiva del otro”. En efecto, un docente empático será alguien que tiene la sensibilidad necesaria para ser consciente del estado personal del alumnado, de tal manera que los matices en su expresión no le pasarán desapercibidos (Marchesi, 2007).
En todos los estudios citados se considera la empatía como una importante habilidad que permite saber cómo se sienten las personas y qué están pensando. Pero, sobre todo, comprender las intenciones de los otros, poder predecir sus comportamientos y entender sus reacciones emocionales. Es claro que la empatía tiene profundas relaciones con lo que se necesita para poder ser educadores en el presente contexto, ya que es necesario comprender las necesidades del alumno para que el proceso de enseñanza y aprendizaje logre altos resultados en todos.
Suditu; Stan; Safta (2011:1) citan a Neacsu, quien define la empatía como “uno de los recursos inagotables que generan potencial psicofísico en el ser humano, especialmente en el que está involucrado en un proceso educativo”. Esto también ha sido esencial en la pandemia para que los docentes siguieran vinculándose positivamente con sus alumnos en medio de tanta adversidad. Los mismos autores citan a N. Mitrofan (1988), quien subraya el hecho de que el maestro debe poder ver las estructuras interperceptivas e interafectivas entre los miembros de un grupo. Pero los autores van más allá, insistiendo que el docente debe hacerlo no sólo desde una perspectiva personal, sino también desde la perspectiva del mismo grupo. Expresan que “una de las cualidades más importantes del maestro es duplicar, observar y trabajar con el grupo desde una doble perspectiva: su propia perspectiva, analizando y delineando las características del grupo educativo de la manera más objetiva posible, y desde la perspectiva del grupo y de los estudiantes, mirando a través de sus ojos lo que está pasando” (Suditu; Stan; Safta, 2011:1).
En estos días tan difíciles, los docentes que han logrado mantener a sus alumnos motivados y conectados coinciden en destacar que fue gracias a distintos factores. Resaltan siempre un componente cognitivo vinculado con la toma de perspectiva (la habilidad para comprender el punto de vista de la otra persona), así como un componente afectivo vinculado con la experiencia emocional de sentir lo que el otro siente (Eisenberg, 2000). Esto, que muchas veces los docentes consultados no definen, se llama empatía. La preocupación empática alude a un conjunto de sentimientos de preocupación y tristeza ante la necesidad de otras personas; mientras que el malestar personal se refiere a la experiencia de sentimientos de incomodidad y ansiedad cuando uno es testigo de experiencias negativas de otro u otros. En definitiva, la empatía es, también, una respuesta afectiva y cognitiva de preocupación o compasión ante el comportamiento ajeno.
Sánchez-Queija, Oliva & Parra (2006) muestran que la empatía es, además, un buen predictor de la conducta prosocial traducida en comportamientos para ayudar voluntariamente a otros. De hecho, en estos meses de cuarentena se ha puesto de relieve la importancia de la empatía en la disposición pro social y el desarrollo moral de las personas, así como su función inhibidora de la agresividad.
Edith Stein también hizo uso del término “irradiación”, aplicándolo fuertemente a la espiritualidad y a la pedagogía. Ella sostenía que el maestro, el que sabe enseñar, es quien es capaz de irradiar lo que enseña. En su tesis doctoral se ocupó tanto de la empatía como de la irradiación, y de cómo las personas o seres espirituales tienen esa capacidad de trasmitir energía. Aunque no existe una manera de medir esa capacidad, hay quienes pueden transmitir fuerza y contagiar entusiasmo de un modo diferente. Esta irradiación se pudo ver en este tiempo en los maestros rurales, atravesando barriales para llegar a una tranquera a dejar la bolsita con los trabajos para sus alumnos. Y se pudo ver también a través de cientos de miles de pantallas en el mundo entero. Zooms y Meets y videollamadas de todo tipo que permitieron a los buenos docentes mantener el espíritu elevado y hacer impacto en las vidas de sus alumnos a pesar de la distancia. Este tipo de energía espiritual, que los seres humanos trasmiten, es lo que la autora denomina irradiación.
Si tomamos el diccionario de la Real Academia, esa palabra significa emisión y propagación de una radiación como la luz, el calor u otro tipo de energía. Es un término que se usa en las ciencias naturales y la biología, pero también en las ciencias sociales cuando se habla de transmisión o difusión de un algo, especialmente de sentimientos o cualidades. Todos los elementos de la naturaleza tienen la capacidad de irradiar energía en mayor o menor grado. Al buscar algunos de los antónimos del verbo irradiar, nos encontramos con absorber y ensombrecer. Absorber es embeber, o sea, consumir del todo. El profesor que absorbe al alumno y no lo deja ser él mismo ni brillar con luz propia, es una buena imagen para comprender uno de los malos hábitos posibles de la enseñanza.
Stein decía que cada ser humano influye de acuerdo a lo que es, irradiando su energía de manera espontánea. Del mismo modo que lo hace el sol, “en cuya naturaleza está iluminar y brindarnos su luz, las personas influyentes viven de su interioridad”. Esta vida profunda, tiene la capacidad de expandirse y generar efectos positivos en quienes los rodean como se ha visto en tantos increíbles educadores.
Si estos meses han interpelado a la escuela y agigantado el rol docente, creo que es hora de contribuir para que los educadores refuercen estas habilidades y logren así enseñar más y mejor a todos los alumnos y en todos los contextos.
Victoria Zorraquin es Licenciada, profesora y especialista en Educación. Fundadora de Educere: Docentes por un Mañana
NOTA:
1. Edith Stein, de nombre religioso Teresa Benedicta de la Cruz (en latín, Teresia Benedicta a Cruce, en alemán, Teresia Benedicta vom Kreuz, Breslavia, Imperio alemán, 12 de octubre de 1891-Auschwitz, 9 de agosto de 1942), fue una filósofa, mística, religiosa carmelita, mártir y santa alemana de origen judío.
Referencias:
Azanza Elío, Ana (2013); “Fenomenología en Edith Stein”, El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía (www.elbuho.aafi.es)
Eisenberg, N ( 2000); “Emotion, Regulation, and Moral Development”, en Annual Review of Psychology, 2000, 51:1, 665-697
Extremera, Natalio; Fernández- Berrocal, Pablo; Durán, (2003) Auxiliadora. Inteligencia emocional burnout en profesores. Encuentros en psicología social, Málaga, v. 1, p. 260-265, 2003
Marchesi, (2000) Álvaro; Sobre el bienestar de los docentes: competencias, emociones y valores. Madrid: Alianza, 2007
Robinson, K (2012); El elemento. Ediciones Granados.
Sánchez-Queija, Oliva y Parra, (2006); Empatía y conducta prosocial durante Universidad Nacional de Educación a Distancia; Universidad de Sevilla
Suditu M, Stan, Stafta (2011). “Improvement of the emotional empathy coefficient through a training program during the initial formation of the students, future teachers”. Procedia Social and Behavioral Sciences, Elsevier Online, v. 15, p. 1168-1172, 2011.
Stein, E. (2004); Sobre el problema de la empatía, Caballero Bono, J. L. (trad.). Madrid: Trotta.