Reseña de El estalinismo, de Adolfo E. Alsina (Buenos Aires, 2019, La Colmena).
Tal como se especifica en el texto de la contratapa, este ensayo no sólo analiza el estalinismo, la dictadura totalitaria originada por Joseph Stalin (1878-1953) en lo que fue la Unión Soviética, sino que examina también algunas de sus aberrantes réplicas, incluyendo las aún imperantes en Cuba y Corea del Norte.
El resorte último de esta realización lo constituye una lejana lectura que el autor evoca en la Introducción: el grueso volumen titulado Yo elegí la libertad, de Victor Kravchenko.
La metodología expositiva consiste en brindar una documentada e impresionante información no sólo de los hacedores y de sus atrocidades sino, además, reflexiones sobre ese patrón que incluye el culto de la personalidad, la alienación colectiva, el terrorismo represor…
Ya desde las primeras páginas se destaca el carácter universalista del fenómeno, de modo que “no solamente por una cuestión semántica, es operativo reservar la denominación de “stalinismo” para identificar al régimen de Stalin y “estalinismo”, en su versión al español, para referirse al modelo antes mencionado (p. 25). El ensayista es contundente cuando, comparando el estalinismo con el nazismo y otros totalitarismos en general, señala que “extraen del espíritu humano lo peor y de las sociedades los más despreciables sujetos” (p. 37). Y considera, acertadamente, que la educación es el camino ideal (o quizás único) para cambios espirituales profundos que obtengan del individuo lo mejor de sí.
El culto a la persona, atributo esencial del estalinismo, por citar sólo un ejemplo, encuentra en Fidel Castro –destaca el autor– una muestra a propósito de los innumerables y cuestionables reconocimientos que se le tributaron, algunos de ellos risibles como “primer científico del país”, “mejor navegante, economista, agricultor o atleta”(p. 51); y la enumeración no esquiva que en 2003 recibió la Medalla de la Ciudad de Buenos Aires por considerárselo “un emblema de los ideales de la libertad” (sic). En esta misma dirección resulta especialmente interesante y hasta curioso el apartado destinado a Corea de Norte, y, al final de la obra, a China, donde cita a Richard Nixon, evocado por Henry Kissinger: “Pues parémonos a pensar qué podría suceder si cualquier país con un sistema de gobierno decente tomara el control de este territorio continental. ¡Dios mío!” (p. 164).
Pero más allá del relato, nutrido por una pertinente y declarada bibliografía que da cuenta del stalinismo y de los estalinismos, el texto todo resulta funcional al capítulo último, “El estalinismo en la Argentina”, encarnado en la figura de Juan Domingo Perón, sección que, finalmente, resulta el más significativo del volumen.
Por lo demás, un raro Epílogo suma más información a la materia central del libro, sin resumir ni establecer conclusiones.