Reseña de Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita
de Orlando Figes (Madrid, 2020, Taurus. También versión e-book)
Orlando Figes (Londres, 1959) es un historiador británico, educado en Cambridge. Enseña en la Universidad de Londres y sus investigaciones y trabajos se enfocan en la historia de Rusia del siglo XIX y de la Unión Soviética en el siglo XX. Conocemos de este autor otras obras traducidas al castellano y editadas por Edhasa (Crimea, la primera gran guerra; La revolución rusa, la tragedia de un pueblo; Los que susurran: la represión en la Rusia de Stalin; y El baile de Natacha. Una historia cultural rusa).
En 2017, tras el drama que significó el Brexit para los cosmopolitas británicos, Figes solicitó y obtuvo la nacionalidad alemana para no dejar de ser europeo. Su madre, la escritora Eva Figes (uno de sus libros más encantadores es La Luz y Monet en Giverny) había nacido en Berlín en 1932 y a muy corta edad pudo trasladarse a Londres, habiendo perdido en campos de concentración a una parte de su familia. El artículo 116 de la Constitución Alemana permite a los descendientes de judíos privados de su nacionalidad por los nazis, reclamarla. Así lo hizo Orlando Figes y en pocos meses estuvo en condiciones de obtener su pasaporte comunitario.
Su opción por Europa se ve claramente reflejada en su última obra, editada este año en castellano. De lectura placentera y ágil, la noción de Europa que propone es la de un espacio cultural compartido, un ámbito de unión con una identidad cultural propia, amalgamada a través de la riqueza de los intercambios permanentes. La existencia de un mercado que hace posible estas producciones, las relaciones entre cultura y capitalismo, gestión empresarial, marketing, publicidad, redes…
Esta historia se presenta a través de dos hombres y una mujer, cuyas historias personales, viajes, producciones y cambios de residencias nos atrapan en el curso de la lectura. Son el escritor ruso Iván Turguénev, el crítico, editor y traductor Louis Viardot y la cantante y compositora Pauline Viardot, unidos también los tres por un estrecho vínculo.
Hermana menor de la mítica soprano María Malibrán, muerta prematuramente, Pauline seguirá sus pasos. Se casa en 1840 con Louis Viardot, director del teatro Italien en París y en poco tiempo se convertirá en una diva en los más importantes teatros de Europa. La aparición del ferrocarril, escena que da inicio a esta obra, nos presenta un continente en transformación que en pocas horas permite unir diferentes ciudades europeas. Las diferentes residencias de los Viardot se convertirán en centros de irradiación de la cultura europea, tanto en París como en Baden-Baden, a donde se trasladarán luego del ascenso de Napoleón III, ya que Louis Viardot era profundamente republicano. Viajarán a Londres después de la Guerra Franco-Prusiana, para retornar finalmente a París. Trasladarán en sus mudanzas las colecciones de obras de arte que finalmente Louis se verá obligado a vender, así como también el costoso órgano Cavaillé-Coll de Pauline. Durante la segunda mitad del siglo XIX Aristide Cavaillé-Coll llevará sus instrumentos a muchas iglesias de París, como la basílica de Notre Dame. También llegaron a la Argentina. La catedral de Luján posee un órgano de la afamada firma.
Pauline había recibido además importantes regalos, como la partitura original de Don Giovanni de Mozart, que donaría al Conservatorio de París en su vejez.
Iván Turguenev (1818-1883), considerado el más europeísta de los escritores rusos, enamorado de Pauline, casada con Viardot, organizó su vida siempre en cercanía, recibiendo ayuda económica o ayudándolos también en diferentes etapas. Preocupado por la difusión de la cultura rusa en Europa, apoyó a escritores, músicos y artistas plásticos. Se ocupó personalmente de traducciones y luchó en defensa de los derechos de autor. Su proximidad con los Viardot lo llevará a adquirir una casa en Baden, capital del verano europeo en la segunda mitad del siglo XX. Con un teatro de ópera y un casino, tendrá su propio festival de música dirigido por Berlioz y conciertos con intérpretes como la propia Pauline, Anton Rubinstein y Clara Schumann, entre otros. Florecen los Strauss a partir de 1850, con muchos músicos, copistas, conductores de carruajes y contables. A través de estrategias de marketing y publicidad se despliega una industria de la música popular en todas las ciudades de Europa. En los cafés de los grandes boulevares del París haussmanniano, aparecerán los café-concert, los vaudevil, los muchos teatros de opereta. Tantas otras ciudades tendrían al mismo tiempo transformaciones urbanísticas: la Ringstrasse en Viena, la gran circunvalación en Budapest, la reconstrucción de Berlín, el plan Cerdá en Barcelona…
Después de una intensa carrera internacional como cantante, Pauline se dedicará a la docencia y a la composición. Junto a Turguenev creará una opereta, Le dernier sorcier, y música para canciones con poemas de Pushkin. Sus capacidades como compositora fueron elogiadas por muchos creadores, pero las mujeres no podían acceder al estudio de composición en los Conservatorios y eran orientadas hacia la interpretación. Algo parecido le ocurrió a Clara Schumann, quien a la muerte de su esposo tuvo que volver a presentarse en escenarios como virtuosa pianista para sostener a su numerosa familia. La cercanía al círculo de su amiga George Sand –Pauline cantó en las exequias de Chopin en París– siempre la mantuvo vinculada al mundo de las letras y la música. No sólo los compositores de la grand-opera, sino también estuvo atenta al surgimiento de Richard Wagner, la escuela de los cinco en Rusia o la música de Tchaicovski, quien la visitara en París.
Turguenev forjará una sólida amistad con Flaubert. Deslumbrado por la aparición de Guerra y paz de Tolstoi, se preocupará también por la traducción y difusión de la obra. No tuvo amistad con Dostoievski, quien se alejó de Turguenev y lo representará en Los demonios como el personaje de Karmazinov, escritor vanidoso que desdeña el alma rusa.
La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne (1873) se transformará en el primer best-seller. Las revistas literarias, las publicaciones por entregas, funcionarán como catalizadores de los movimientos culturales que conoceremos como naturalismo, simbolismo, impresionismo… España, a través de la revista de Emilia Pardo Bazán, dará a conocer a sus lectores obras de Turguenev y Dostoievski. Considera Orlando Figes que en un determinado momento toda Europa leía los mismos libros a la vez.
Las exposiciones universales aportarán sus grandes novedades y posibilitarán la gran circulación de público y el surgimiento del turismo para sectores que nunca antes habían accedido a un viaje de placer. La extensa vida de Pauline (muere en 1910) le posibilitará conocer muchos cambios: el teléfono de Graham Bell, el fonógrafo de Edison, la aparición del automóvil… Viardot y Turguenev mueren con diferencia de meses en 1883. El escritor será atendido por Charcot en su última enfermedad. Sus restos serán trasladados a Rusia con grandes ceremonias fúnebres. Será la época también de las grandes exequias, como la de Victor Hugo en París o la de Verdi en Milán al comenzar el siglo XX. Esa unidad cultural europea sería quizá la que añorara Stefan Szweig y la que evoca en El mundo de ayer, que escribe mientras esa Europa se desintegra durante la Segunda Guerra Mundial.