Mujeres con grandes historias

Alguna vez G.K. Chesterton, que además de escritor era periodista, dijo “El periodismo consiste esencialmente en decir que Lord Jones ha muerto, a toda la gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”. Por alguna razón atribuible a la edad y el oficio, acostumbramos comenzar el día leyendo las necrológicas. Y nos enteramos, y queremos contarle a todo el mundo, cuando ya no hay remedio, que ha muerto gente que apenas conocíamos, ni sabíamos que seguía viva, y que tendríamos, realmente, que haberla conocido de veras. Aquí hablaremos de tres de esas personas. Por empezar, la muchacha que aparece en La jetée, de Chris Marker, 1962, famoso mediometraje donde el protagonista, en un momento imborrable de su vida, advierte su presencia en la terraza de un aeropuerto. Es un puñado de segundos, y un misterio. El protagonista nunca sabrá quién era ella. Nosotros nunca nos preocupamos en saber quién era la intérprete. Cuando murió, el pasado 11 de abril, recién supimos que se llamaba Hélene Chatelain, actriz circunstancial de cine pero sobre todo escritora, traductora, libretista y directora de documentales importantes, y también respetada actriz de teatro. Integró el famoso Théatre National Populaire de Jean Vilar, fue discípula de Michel Foucault en sus investigaciones sobre los manicomios, y mano derecha del dramaturgo Armand Gatti, muerto hace dos años. Fiel a sus padres, rusos exiliados, fue también una consecuente luchadora contra la propaganda soviética, lo que no le impedía tener el corazón a la izquierda. Escribió y filmó sobre los obreros de Peugeot, los institutos psiquiátricos, la pena de muerte, los anarquistas ucranianos que intentaron rebelarse contra el soviet, también sobre pueblos, músicos y escritores ignorados, y difundió la obra de Ekaterina Olitskaia, socialista que, paradójicamente, pasó casi toda su vida en las cárceles comunistas. Dos días después, murió Sarah Maldoror, nacida Sarah Durados, mulata parisina hija de un inmigrante de las islas Guadalupe. Jovencita, se apodó Maldoror, como el personaje que se rebela contra todo, inventado por el (otro seudónimo) “conde de Lautréamont”. Así también se hizo socialista, cofundó una compañía de teatro de gente de color, trabajó con Chris Marker y Alain Resnais en el corto anticolonialista Las estatuas también mueren, estudió en la escuela más antigua de cine del mundo, la moscovita Vgik, participó como ayudante ad honorem del maestro Gillo Pontecorvo en La batalla de Argelia, y en 1969 se convirtió en la primera mujer negra que ha dirigido una película en el cine africano. Apenas un corto, pero hizo época. A partir de ese momento hizo más de 40 producciones de cine y televisión, didácticas, culturales, políticas, entre las que sobresale Sambizanga, un drama épico franco-congo-angoleño, sobre las luchas de liberación contra el dominio portugués. Panafricanista, desarrolló su labor en diversos países del continente negro, particularmente Guinea-Bisáu. En los comienzos de este país, 1973, ella acompañó mucho a su primer ministro de Cultura, el poeta angoleño Mario Pinto de Andrade, y él a ella. Novios desde los años de estudiantes, se dice que fueron también un matrimonio ejemplar.
Hélene Chatelain y Sarah Maldoror, de 84 y 90 años respectivamente, murieron a causa del coronavirus. La tercera persona de este relato murió de causas naturales, cuando apenas le faltaban dos semanas para cumplir cien años. Se llamaba Else (con e final) Blangsted. Su nombre figura en decenas de créditos finales de películas harto conocidas, como editora de música de películas harto populares como Los goonies, Tootsie, El color púrpura, Enamorándose y muchas otras. ¿Quién se fija en los créditos finales? Pero la gente del negocio la conocía y la amaba. Digamos, Steven Spielberg, Sidney Pollack, Stanley Kramer, Carl Reiner, Brian De Palma, Quincy Jones, que la llamaba “my prusian princess”, o Robert Redford, que la definía como “la editora con mente de artista y alma de santa”. Y sus colegas, que la ovacionaron cuando recibió el premio de la Motion Pictures Sound Editors a la Trayectoria a los 88 años. Y ella bailaba y canturreaba valses austríacos en la isla de edición, era una mujer de buen humor, que nunca se quejaba de nada. Desde 1955, cuando entró de ayudante en la edición de Picnic, era feliz con su trabajo. ¿Y antes de 1955?
Antes, mucho antes, nació en Wurzburg, Alemania, 1920, en el seno de una familia judía. Era una buena chica, pero a los 16 quedó embarazada. Judía, madre soltera y con los nazis cada vez más fuertes en todo el país, quiso matarse. Los padres decidieron su destino. La criatura nació muerta, le dijeron. Le compraron un pasaje en barco a Los Ángeles, le dieron un osito de peluche con plata y joyas en la pancita, y la despidieron en el puerto. Para llegar a Los Ángeles había que pasar por el Canal de Panamá. Allí, en la Aduana, el osito adelgazó rápidamente. Así, Else llegó a los EEUU prácticamente con lo puesto, y sin conocer a nadie. De puerta en puerta, consiguió un trabajo de doméstica. Más tarde se afirmó como niñera en casa de un director y productor de cine, Mervyn LeRoy, el de ¿Quo Vadis?, que le consiguió un trabajito como extra en el Sansón y Dalila de Cecil B. De Mille. Pero eso no era lo suyo. Buscó, siguió buscando, encontró su lugar, y lo convirtió en su pequeño reino.
Después se casó, la familia de su marido la rodeó de amor, tuvo su propia familia, su casa, hijos, nietos, biznietos. Y un día, cuando ya pasaba los 64 años, alguien llegó de Alemania, llamó a su puerta y la abrazó muy fuerte. Era su hija, que nunca se había muerto, y siempre la había estado buscando.
Sobre Chatelain y Maldoror pueden hacerse buenos documentales. Sobre Else Blangsted, un hermoso melodrama de sueño americano. Qué bueno es leer a veces las notas necrológicas.

2 Readers Commented

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  1. juan albornoz on 1 octubre, 2020

    Buen comentario… un agrado leer algo asi, tan humano y tan bien retratado. Saludos.

  2. Linnet on 3 octubre, 2020

    Qué buenas historias, importante haberlas recogido, gracias

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