El hoy conseguido y el mañana posible

Nunca más necesario el pensamiento “con Criterio”. Como todos la sufrimos, no es novedad que esta pandemia ha puesto al descubierto la enorme desigualdad social del mundo entero. Según lo dicho por el papa Francisco, el mundo vivía de fiesta como si todo estuviera en orden.
Creo que mucho más grave que este virus que nos enferma –y mata, en numerosos casos– es el virus de la indiferencia, o peor aún, el del egoísmo, generalizado en estos tiempos tan individualistas. La solidaridad que rápidamente está surgiendo, como gran gesto fraterno, acusa justamente lo poco que se practicó antes de que esta amenaza nos despertara.
La fraternidad como la practicaban los primeros cristianos, que ponían todo en común, y causaban admiración en los paganos de aquellos tiempos, le daba a la vida una dimensión superadora de mezquindades, opresiones y desvalorización de unos respecto de otros. La fraternidad, como modo de habitar este planeta maravilloso que tenemos de regalo, está en consonancia con el mandato de la gesta Creativa.
Y el fruto mayor de la convivencia en fraternidad es que permite surgir en cada uno de nosotros lo mejor de sí, es decir, la creatividad. Creatividad entendida como la búsqueda de lo mejor en cada circunstancia, y así hacer día a día una vida en el arte de vivir.
Estamos abriendo los ojos hoy para ver cuantas faltas a la fraternidad hemos construido en todo el mundo: los chicos de la calle, los que mueren cotidianamente por falta de alimentos y de oportunidades, la violencia hacia la mujer, las esclavitudes, la gente excluida y, sobre todo, una soberbia muy grande que nos hace creer en nuestra autosuficiencia humana.
Formamos parte de este proyecto de vida, rodeados de grandes misterios, y habitamos un espacio planetario infinito, un universo que sabemos que aún está en expansión.
El hombre pretende alcanzar todo, pero a cualquier costo, y así la ciencia y la tecnología avanzan supuestamente para un bien general, pero lamentablemente no es así pues estos avances son para unos pocos, retrocediendo al mismo tiempo para los excluidos, que son muchos.
Queremos llegar a Marte, se venden pasajes y terrenos para este viaje al precio grande de perder la oportunidad de ser fraternos con los que tenemos al lado, con toda la felicidad que esto implica. En vez de ello, tales adelantos sirven para crear más diferencias y privilegios, la pretendida superioridad de unos sobre otros y miles de formas de esclavitud contemporánea.
El mundo, en gran parte, no ha cambiado desde la Edad Media. Aunque se manipulan algunos adelantos como los celulares, tablets, ipods y otros, la realidad habitacional, las oportunidades laborales, el acceso a la cultura y sobre todo a la dignidad de persona con derechos plenos no es muy diferente a lo que sucedía siglos atrás. Un ejemplo concreto son los barrios cerrados, rodeados de suburbios carenciados, similares al castillo del señor feudal y con las viviendas de los siervos a su pie (1).
Creo que la situación de la pandemia del COVID-19 generalizada mundialmente –y que por primera vez en la historia del planeta es total, abarcando a todas sus sociedades–, exhibe nuestra fragilidad humana y debería instarnos a detenernos y preguntarnos: ¿a dónde vamos? ¿Queremos ir contra el planeta y destruirlo, o podemos pensar un mañana distinto?
Un mañana en el que continúe la ola de solidaridad y fraternidad que ha surgido de nosotros, cuando nunca habíamos imaginado que podríamos tener gestos que demostraran preocupación de los unos por los otros. De suceder, sería la hora de la verdadera revolución, una revolución que comience en el interior de cada uno y nos lleve al encuentro fraterno. Una revolución cuyas armas sean el respeto, la búsqueda de igualdad y del bien común.
Dado que la situación en que nos encontramos es tan desigual, no podemos esperar todo de los gobiernos; las sociedades deben ponerse en la línea de las acciones y reivindicaciones tan postergadas.
Aquí pienso especialmente en los intelectuales, en aquellos que somos profesionales. Comencemos por no privilegiar nuestra tarea por sobre el trabajo manual. Ambas maneras de expresar nuestros tesoros deben valorarse por igual. Yo, como arquitecto, debo sentirme a la misma altura del albañil; esto sería expresión de fraternidad.
En efecto, creo que para construir un mañana distinto y promisorio es necesario que quienes hemos sido bendecidos con una vida de oportunidades y privilegios sepamos acercarnos a quienes no han sufrido más que carencias y olvidos. Todos los profesionales deberíamos brindar nuestro saber, aproximarnos a los pobladores necesitados de justicia y aportar nuestros conocimientos para mejorar sus realidades. Afortunadamente existen muchas organizaciones populares, grupos cooperativos, de base, de cartoneros, de tomas de tierras, de autoconstructores. Todos ellos nos necesitan y jamás pensaron en que podríamos ayudarlos, consecuencia de la diferencia que hemos sabido construir.
Desde mi experiencia, nunca me he sentido tan pleno profesionalmente como cuando he estado trabajando para que el hábitat equitativo al alcance a todos.
Creo que la clave de todo futuro bienestar general es considerar al otro mi igual. Es la esencia evangélica.
Para terminar, deseo contar una experiencia que acabo de vivir en estos días de encierro como una muestra de cambio de actitud y de búsqueda de encuentro. El padre Francisco, párroco en Merlo, está construyendo una capilla sencilla para su barrio y me encomendó que le diseñara los elementos de la liturgia: el altar, el sagrario, la pila bautismal y el viacrucis.
Buscando en mi gesto creativo la fraternidad como eje, propuse recrear esos elementos litúrgicos vinculándolos con las herramientas que usa la gente en sus obras. Es decir, lograr que con las herramientas con que ganan su sustento también se acerquen agradecidos a orar. Una manera de darle dignidad a su trabajo, y de valorizar los componentes de su cultura. De acuerdo con estas premisas, el altar recrea un andamio, la pila bautismal recrea una pila de baldes, el sagrario recrea el horno del pan, y el vía crucis está ambientado en el territorio suburbano.
Pienso entonces que acercarnos, unirnos, hermanarnos, es el único camino posible para ser todos hombres creados para un nuevo paraíso terrenal.

Roberto Frangella es arquitecto y artista plástico

NOTA

1. Esta similitud es sólo aparente. En el feudalismo se establecía una relación entre el vasallo, que recibía la concesión de un bien (el feudo) por parte del señor, en una ceremonia codificada, el homenaje, que representaba el establecimiento de un contrato de obligaciones recíprocas. En el feudo, como unidad socioeconómica o de producción, se establecían relaciones entre el señor y los siervos. El señor obtenía de éstos el excedente productivo y ellos realizaban prestaciones de trabajo. El espacio físico del feudo se dividía entre la reserva señorial donde se guardaba la producción excedente y los mansos, donde se guardaba la producción imprescindible para los campesinos.
Es decir, entre el señor feudal y el siervo había un acuerdo de prestaciones recíprocas: el señor otorgaba tierra, vivienda, refugio en el castillo y defensa armada ante invasiones o guerras a cambio de entrega de la producción, salvo la parte reservada para la subsistencia del siervo y su familia, y el compromiso del siervo en acompañar militarmente al señor cuando era él el que iniciaba una guerra. Como en toda institución humana, hubo abusos de poder.
En el barrio cerrado, en cambio, si bien formalmente se parece al castillo, yendo por la ruta desde Bancalari a Benavídez que pasa por las espaldas de Nordelta, se ven las murallas que encierran el barrio privado con sus garitas de vigilancia (similares a las de una cárcel o un campo de concentración, más que a un castillo) y del lado opuesto las casillas de villas miserias. Es decir, aquí no hay ningún pacto ni ningún género de prestaciones mutuas elegidas y aceptadas, hay simplemente egoísmo y soberbia por un lado y humillación y rencores por el otro.
Al llegar a Benavídez, en contraposición a los dos casos precedentes, se ve a los vecinos tomando mate en la vereda, podando sus cercos, regando sus huertas.

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