Un grupo de adolescentes y jóvenes de Tandil misionaban en un barrio periférico de Azul; ya había concluido la catequesis, la merienda y los juegos. Los adultos llegaban a la plaza a buscar a los niños, o los hermanitos se volvían solos a sus casas. Una nena muy pequeña se fue quedando hasta que con poca luz comenzó a despedirse. Preocupado por la situación, uno de los jóvenes misioneros le preguntó: “¿Cómo te vas a casa?”. La nena respondió: “¡Feliz!”.

El Reino escondido
Como lo descubre Liz (personaje de la película Comer, Rezar y Amar) la experiencia de Dios luz, en la oscuridad de la ausencia, hace feliz. Dios lanza y llama a la existencia desde su Eternidad y así cualquier hombre (mujer y varón) “lanzado-llamado” puede recorrer un “arco” de la Creación (1), al Reino de la felicidad definitiva.
Cada niño comienza la historia y así todos recorremos el mismo “círculo” cuyo centro, principio y fin es Dios en su Eternidad. El deseo intenso de ser reconocidos y amados es rastro de la Intensidad de haber sido amados primero.
Así, toda nuestra historia personal, como la historia de los hombres, está igualmente lejos e igualmente cerca del Dios del tiempo presente. Aunque un hombre o una generación decidan ocultarse de su rostro, nunca Dios oculta su rostro, a ningún hombre, a ninguna generación, a ninguna cultura, a ninguna civilización, ofreciendo a todas su reinado, y presencia (semillas).

El Reino revelado
La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, pero a quienes la recibieron le fue dado vivir ya en la historia de la Eternidad, participando por el reinado de Dios en sus vidas, del Reino de Dios en la eternidad. En efecto, sus nombres quedan escritos en el libro de la Vida.
Cualquier hombre, de cualquier generación, de cualquier cultura, de cualquier civilización, de un modo siempre precario, de un modo siempre imperfecto (mientras se está en la historia), como un “ya-todavía no”, puede actualizar el ya definitivo de la participación en la Eternidad por la creatura.
En Jesucristo la luz Eterna se hizo historia, para que quienes hacen historia tuvieran un camino para ser felices en la Eternidad.

El Reino mal interpretado
Después de la predicación de Jesús, de su pasión, muerte y resurrección, en el sexto versículo del libro de los Hechos de los Apóstoles leemos que “Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?«”. Todavía esperaban un reinado temporal.
Si ellos, desde su experiencia de proximidad, interpretaron tan erróneamente, imaginemos lo que puede haber sucedido en el correr de la historia: múltiples proyectos verán en tal o cual iluminado (gnosis) la apertura de la era del Espíritu, la edad definitiva de la humanidad, el milenio de prosperidad, la paz perpetua. En definitiva, la Jerusalén celeste, el Reino definitivo realizado aquí en la historia.
En la civilización europea, que se hizo euroamericana, los momentos de cambio epocal son acompañados por el renacer de estas miradas de la historia. Así, desde el siglo II hasta la caída de Roma, en el proceso de los espirituales del siglo XIII. La reforma cristiana del siglo XVI fue acompañada por múltiples grupos de estas características, algunos muy combativos, y otros que buscarían la realización del reino en un nuevo pueblo elegido del Norte de América.
La gnosis no es una tradición, sino una actitud que renace periódicamente en el universo cultural heredero de la Mesopotamia. Pero en la Modernidad europea, la línea milenarista de Joaquín de Fiore y su filosofía de la historia en tres fases, arraigará fuertemente, e influirá en Campanella, Henri de Saint Simone, Auguste Comte (2), Hegel; y entre los hegelianos, en Marx, Engels, y Bakunin. La realización histórica del Estado hegeliano llegará con el fascismo, el Tercer Reich y el Estado soviético del siglo XX.

El Reino no predicado
En el último encuentro de un curso superior de pensamiento social cristiano, transitábamos del “Jesús predicado” al “Jesús predicando”. A lo largo del curso, los alumnos procedentes de diversas ciudades habían realizado un trabajo sobre el Reino de Dios en La Palabra (a partir de la recopilación de todos los textos donde estaba mencionado en el Nuevo Testamento), en ellos mismos y en sus Ciudades de origen. Ya sobre el final, comentábamos los trabajos personales cuando un alumno, adulto mayor, rompió a llorar: “Fui monaguillo, tomé la primera comunión, recibí la confirmación y nos casamos en nuestra Parroquia –la esposa a su lado asentía–. Participábamos de la Acción Católica y junto con otros ingresamos a Montoneros como parte de nuestro compromiso social cristiano. Con mi esposa nunca dejamos la política. A la vuelta de la democracia ella fue diputado, ahora somos grandes y es la primera vez que nos explican sobre el Reino de Dios”.
Fue natural que los discípulos en lo inmediato (Epístolas) predicaran y escribieran sobre “ese Jesús” de Nazareth, que por testigos directos o por experiencia, habían visto crecer, amar, predicar, pero sobre todo tenían presente el dato “de los diarios y la radio” de que habiendo muerto había resucitado por nosotros.
Sin embargo, la experiencia de Dios en las primeras comunidades, hace que (conforme a Lucas) se procure “relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra”.
Aparecen nuevos escritos; los evangelistas se informan “cuidadosamente de todo desde los orígenes” tratando de escribir “un relato ordenado”, donde resalta el Reino de Dios como centro de la predicación de Jesús de Nazareth, cercano y próximo, presencia en medio de nosotros y lo que esperamos: “Venga a nosotros” (Mateo 6, 10) como destino último de la humanidad.
La Iglesia no es el Reino, sino su servidora, y debe intentar ser su “germen y principio del reino de Dios sobre la tierra y el fermento” para toda la sociedad; sin embargo, la tentación clericalista convierte a la Iglesia en un refugio en sí misma, donde proteger la buena doctrina y la rectitud moral, de los embates de quienes quieren destruirla.
La Carta pastoral conjunta de los obispos vascos, bajo el título “Renovar nuestras comunidades cristianas” (2005), agrega una segunda tentación, que es el descuido de la experiencia de Dios, por focalizarse en la acción social. Sin duda de la experiencia de Dios se sigue una moral (“vete y no peques más”) y una acción social muy concreta (“todo lo que hiciste a uno de estos pequeños a mí me lo hiciste”), pero esas acciones manan de la fuente del reinado de Dios en la persona concreta.
Los Obispos observan sus propias comunidades locales: “Como a las Iglesias del Apocalipsis, el Espíritu nos llama enérgicamente a la conversión. También nuestras comunidades y sus responsables somos invitados a preguntarnos si “hemos dejado enfriar el amor primero” (2,4) o nos merecemos la interpelación de Jesucristo, el Testigo fiel y veraz: “Eres sólo tibio: ni caliente ni frío” (3,16). ¿Nos sentimos retratados en estas enérgicas expresiones? Pasar de la mediocridad al fervor y hasta a un cierto entusiasmo es para muchos de nosotros una asignatura pendiente. Ante todo y sobre todo, hemos de convertirnos no a la sociedad, a los tiempos modernos, a la verdad, a la justicia, al bien. Ni siquiera a los pobres. Hemos de convertirnos a Dios. No hay verdadera conversión cristiana sin un Encuentro personal y comunitario con Dios, cuyo rostro resplandece en su plenitud en Jesucristo. La conversión no es una simple reforma de costumbres y actitudes. Es un volverse a Dios. Esta es la relación fundamental que ha de restañarse en nosotros. Si ella se regenera y se refuerza, todas las demás se consolidarán” (41).

El Reino presente
No ha habido una cultura cristiana, sino culturas cristianizadas. El cristianismo ha dado lugar a muy diversas ciudades y por tanto a muy diversas síntesis civilizatorias. Por ser más cercana geográficamente a Roma, el experimento de La Cristiandad no puede ser considerado ni el único, ni el más adecuado al Evangelio (3). Sólo fue uno de los posibles en esa geografía y tiempo histórico.
No son usinas, normas, reglamentos y leyes lo que harán presentes los valores del Evangelio, sino las conductas individuales que compone, y los espacios comunitarios que ensanchan y hacen plena, una personalidad cristiana en medio del mundo actual.
Frente a una cultura que propone su escala de valores como “post cristianos”, no estamos viendo que se trata de una cultura no evangelizada. Es la efectiva conversión de las personas a Dios, en “una fe que asuma nuestras capas afectivas, valorativas y decisorias. En otras palabras, una fe enamorada” el cambio que vivió Roma, vieron los Guaraníes y los Chamulas en México, pero no nosotros.
Hace catorce años, Raffy Braun recordaba en estas páginas lo que leemos en el libro de la Sabiduría: “dice el impío … [el justo] es un vivo reproche contra nuestra manera de pensar y su sola presencia nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los demás y va por caminos muy diferentes”(2,14-15); y continuaba en sus palabras: “El que tiene una brasa encendida lo acoge y crece la llama, pero si no la alimenta se apaga y la ceniza vuelve a cubrir la brasa. ¿Cómo está nuestra Iglesia, en llamas o cubierta de ceniza?”.
Cada día estoy más convencido que la santidad de vida es el camino más eficaz y corto de cambiar la cultura, porque suscita, en efecto, un nivel y calidad de vida más humano en la sociedad terrena. Para ser santo no hay que retirarse del mundo, sino habitarlo con la llama encendida del Espíritu Santo en el corazón, la inteligencia y la voluntad” (4) .
En la última visita de Raffy a Santo Domingo Tandil, en mayo del año 2013, recordamos ese artículo y sus luminosas respuestas al ¿Cómo?:
1. Vivir desde el corazón el llamado seductor de Jesús a seguirlo. Un cristiano tibio de corazón corre el riesgo de caer en el moralismo porque teme activar la dimensión afectiva del amor.
2. Encarnar este amor pasando por las mediaciones racionales necesarias para construir el Reino de Dios respetando la autonomía de las realidades temporales.
3. Activar la capa decisoria. Hay que obrar. Hay que emprender. Hay que pasar a la acción eficaz.
Como se ve, no se trata de conservar edificios, siquiera razones de influencia que difícilmente pasen de una generación a otra, sino de recuperar la naturaleza humana, y volver a arraigar y fundar la vida desde el Evangelio, en dirección al Reino, renovando para mantener la tradición y conservando para que la renovación de las nuevas fundaciones sea genuina.
No es imposible imaginar en la Ciudad Actual, como lo hacía Jean Guitton, que una simplificación, interiorización y participación del cristianismo, esté dando lugar a formas más adecuadas a la Actualidad.
Un mundo urbano en gestación busca nuevos paradigmas, nuevas reglas, pero sobre todo nuevas inspiraciones. En el campo, y más aún en las Ciudades, parejas, matrimonios y familias, animadas por la participación en el Reino, que renunciaran al encierro sobre sí mismas y sus problemas, y que a pesar de sus problemas, se entregaran a ayudar en las grandes tareas comunes. Se transformarían sin quererlo, por la propia dinámica del Evangelio –y de un modo nuevo, inédito–, en centros de creación e irradiación de nuevas síntesis culturales cristianas, como en el pasado fueron los monasterios.

El Reino realizado
En Dios lo que ha sucedido y lo que sucederá, sucede.
Sucede la presencia de Dios y un hombre (mujer-varón) ama, con la intensidad que, por ser creatura puede amar, y en la historia el amor se hace Eternidad. Lo humano atraviesa la historia humana y ve, oye, huele, toca y gusta La Historia de la salvación.
El amor intenso, y quien ha amado con intensidad, deja la caducidad para incorporarse a la eternidad, porque todo amor humano intenso es creación, redención y Reino.
Un rostro, suceso, presencia de Dios que te dice “que maravilloso que seas”.

Roberto Estévez es Profesor titular ordinario de Filosofía política en la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA

NOTAS

1. Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Rm 1,20
2. Explica Erik Voegelin («Los movimientos de masas gnósticos como sucedáneos de la religión», Rialp, Madrid, 2966, p. 7-8) que «como movimiento de masas gnósticos se deben entender los movimientos del tipo del progresismo, el positivismo, el marxismo, el psicoanálisis, el comunismo, el fascismo y el nacional-socialismo. No se trata, por lo tanto, en todos los casos de movimientos políticos y en algunos de ellos, tales como el positivismo, el neo-positivismo y las variantes del psicoanálisis sería mejor denominarlas corrientes intelectuales. Hemos de tener presente que los movimientos de masas no son un fenómeno constante, y que si existe alguna diferencia entre «masa» y «minorías intelectuales» ésta no es tan grande como convencionalmente se cree».
3. “Das heilige experiment”, “El Santo Experimento”, o “La santa experiencia”, de Fritz Hochwälder
4. Exposición realizada en el Foro almuerzo de ACDE el 30 de noviembre de 2005, publicado en la revista Criterio Nº 2314, de abril de 2006.

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