De la bomba ecológica al cisne verde

La conciencia ambiental contemporánea surgió después de la Segunda Guerra Mundial a partir del análisis de los efectos globales de la tecnología atómica de guerra, especialmente desde los países del Norte; dicha preocupación pronto se amplió del aspecto nuclear a la problemática ambiental en general. La imagen del peligro bélico continuó proyectándose, en este caso sobre la nueva problemática ambiental que se vislumbraba, en los años ‘70.
El Informe Brundtland 1987 Nuestro Futuro Común, coordinado por la ex primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland, refleja esta tendencia. Se destaca cómo en el siglo XX, el impresionante crecimiento demográfico ha dado lugar a la consiguiente intensificación de la explotación de los recursos naturales. El grado de contaminación provocado a la atmósfera terrestre está sufriendo daños que representan una amenaza para el futuro común de la humanidad. Para Brundtland, nos enfrentamos a dos riesgos concretos, la carrera de armamentos nucleares y la contaminación, es decir, a dos bombas: la nuclear y la ecológica.
En la perspectiva radical del naturalista estadounidense Bill McKibben, The End of Nature (El fin de la naturaleza, 1990), asistimos al advenimiento de la era post-natural; el fin de la naturaleza ha sido anunciado. Hoy en día son escasos los lugares donde la naturaleza se mantiene aún inaccesible: altas cumbres en algunas cordilleras, el interior de los desiertos o de las selvas vírgenes, ciertas regiones polares. Pero aún los espacios no intervenidos por el hombre padecen indirectamente los efectos de la actividad antrópica, como resultado del cambio climático global, la lluvia ácida o el adelgazamiento de la capa de ozono.
Según McKibben, al reconocido peligro nuclear de posguerra se agregó desde la década de 1970 el de la bomba ecológica, cuya expresión principal sería el cambio climático global.
Más allá de la dificultad que entraña asumir responsablemente estas cuestiones, paso a paso se va instalando desde distintos abordajes la crítica al estilo de vida ambientalmente insustentable. Los patrones dominantes de producción y consumo están causando devastación socioambiental, agotamiento de recursos y una extinción masiva de especies. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente, la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos causan grandes sufrimientos. Estas tendencias son peligrosas, aunque no inevitables.
Entre las múltiples consecuencias indeseadas de la problemática socioambiental, cada vez más recurrente en la biosfera, se encuentra la afectación a la “salud financiera” de empresas e instituciones dedicadas a los servicios, actividades productivas y de seguros. Se evalúa, por ejemplo, hasta qué punto los efectos del cambio climático están poniendo en riesgo la economía mundial y podría desencadenar una gran crisis económica y de productividad.

Entre cisnes negros y verdes
Junto a metáforas como la de “bomba ecológica”, surgen otras, tal vez menos intuitivas, como “cisne negro” y “cisne verde”.
El suceso de “cisne negro” hace referencia a un acontecimiento de gran impacto y que nos resulta sorpresivo, aunque, una vez pasado el hecho, puede ser racionalizado retrospectivamente haciendo que parezca explicable y hasta predecible. Esta idea, desarrollada por el filósofo e investigador libanés Nassim Taleb en el libro The Black Swan (El cisne negro) en 2007, quedó asociada inmediatamente a la grave crisis económica de 2008, cuando la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos provocó tremendas situaciones de recesión en el resto del mundo.
Desde entonces, la metáfora de “cisne negro” ha quedado asociada a diversas eventualidades con fuerte impacto negativo y/o catastrófico que, según Taleb, nos enfrentan a sucesos extraños, más allá de las expectativas normales de la historia, la ciencia, las finanzas y la tecnología. Recientemente, ese término referido al sector financiero apareció asociado al de “cisne verde”, con referencia a una eventual crisis económica consecuencia del cambio climático.
El término “cisne verde” surge del informe de investigación The green swan. Central banking and financial stability in the age of climate change (El cisne verde. Banca central y estabilidad financiera en la era del cambio climático), realizado por Patrick Bolton, Morgan Despres, Luiz Awazu Pereira da Silva, Frédéric Samama y Romain Svartzman y publicado por el Bank for International Settlements (BIS) en enero de 2020.
En el informe se utiliza la metáfora del “cisne verde” para aludir a fenómenos climáticos tan devastadores como los incendios en Australia o los huracanes en el Mar Caribe, que provocan grandes costos financieros. El trabajo advierte que la integración del análisis de riesgos relacionados con el clima en el monitoreo de la estabilidad financiera es particularmente difícil, debido a la incertidumbre radical asociada con un fenómeno físico, social y económico que cambia constantemente e involucra dinámicas complejas y reacciones en cadena.
A su vez, el concepto de “cisne verde” utilizado se inspira en el ahora famoso concepto de “cisne negro” desarrollado por Taleb, retomando sus tres características distintivas:

(i) sucesos inesperados y raros, que quedan fuera del ámbito de las expectativas regulares;
(ii) con impactos amplios o extremos;
(iii) sólo pueden explicarse después del hecho. Suelen tomar muchas formas, desde un ataque terrorista hasta una tecnología disruptiva o una catástrofe natural. (Ni qué decir que estamos atravesando un impactante episodio de cisne negro emergido bajo la forma de pandemia COVID-19. La epidemia de coronavirus tendrá serias consecuencias sobre la economía mundial, que debería conocer este año su crecimiento más débil desde la crisis financiera de 2008, advirtió recientemente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, intimando a gobiernos y bancos centrales a actuar lo antes posible para evitar un mayor impacto).

El cisne negro planteó que los fundamentos de la economía cuantitativa son defectuosos y altamente autorreferenciales. Afirma que las estadísticas son fundamentalmente incompletas como campo, ya que no pueden predecir el riesgo de eventos raros, un problema agudo en proporción a la rareza de estos eventos.
La existencia de cisnes negros requiere epistemologías de riesgo alternativas, basadas en el reconocimiento de la incertidumbre, como por ejemplo la perspectiva matemática de fractales, el uso de razonamiento contrafáctico, entre otras.
También en el caso de los cisnes verdes, los enfoques tradicionales de gestión de riesgos que consisten en extrapolar datos históricos y en supuestos de distribuciones normales son en gran medida irrelevantes para evaluar los riesgos futuros relacionados con el clima. Es decir, evaluar los riesgos relacionados con el clima requiere una “ruptura epistemológica” (según la expresión clásica de Gastón Bachelard) con respecto a la gestión de riesgos.
Sin embargo, a pesar de la incertidumbre prevaleciente con respecto al momento y la naturaleza de los impactos del cambio climático, hay certeza sobre la necesidad de acciones ambiciosas, pues la percepción es que las catástrofes climáticas son aún más graves que la mayoría de las crisis financieras sistémicas, poniendo en peligro a la humanidad y otras formas de vida biosféricas.

Salud financiera, en perspectiva integradora

Como matiz primordial en este caleidoscopio multicolor del riesgo ambiental global, cabe destacar al monstruo grande que pisa muy fuerte de la “economía marrón”, la economía de los recursos energéticos fósiles y su rol nefasto en esta etapa del desarrollo civilizatorio. De ahí, las nuevas exigencias de la llamada Economía Verde. Al respecto, podemos considerar, entre tantas fuentes, el documento del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Hacia una Economía Verde. Guía para el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza. Síntesis para los encargados de la formulación de políticas. 2011, que fue presentado a consideración previamente a la Cumbre de Río+20 de 2012.
En su forma más básica, una economía verde sería aquella que tiene bajas emisiones de carbono, utiliza los recursos de forma eficiente y es socialmente incluyente. En una economía verde, el aumento de los ingresos y la creación de empleos deben derivarse de inversiones públicas y privadas destinadas a reducir las emisiones de carbono y la contaminación, a promover la eficiencia energética así como el uso de los recursos, y a evitar la pérdida de diversidad biológica y de servicios de los ecosistemas. La economía verde es un intento de mitigar los efectos ambientales, entre ellos, el cambio climático, devenidos de una industrialización basada en fósiles.
Como sostienen los autores del informe Green Swan, la complejidad relacionada con el cambio climático, que puede generar dinámicas ambientales, geopolíticas, sociales y económicas fundamentalmente impredecibles, resulta de un orden superior al de los cisnes negros.
Frente a esto, los bancos centrales tienen un papel que desempeñar para evitar una debacle financiera (como la implementación reciente de tasas 0% ante el evento del COVID-19), incluso mediante la búsqueda de mejorar su comprensión de los riesgos relacionados con el clima a través del desarrollo de un análisis prospectivo basado en escenarios. Pero los bancos centrales por sí solos no pueden mitigar el cambio climático.
Este complejo problema de acción colectiva requiere acciones de coordinación entre muchos actores, incluidos los gobiernos, el sector privado, la sociedad civil y la comunidad internacional. Por ejemplo, políticas de mitigación del clima, como la fijación de precios del carbono, la integración de la sostenibilidad en las prácticas financieras y los marcos contables, la búsqueda de combinaciones de políticas adecuadas y el desarrollo de nuevos mecanismos financieros a nivel internacional.
Ya para Gro Harlem Brundtland, la idea de desarrollo sustentable, y de cara a una temida “bomba ecológica”, sólo sería posible si los pilares ambiental y social del desarrollo sostenible reciben el mismo trato que el económico; si los motores de la sostenibilidad, a menudo invisibles, desde los bosques hasta las fuentes de agua dulce, tienen el mismo peso, si no mayor, en la planificación económica y del desarrollo.
Pereira da Silva, desde Green Swan, recuerda que si hay un efecto cascada en la economía, otros sectores también sufrirán pérdidas. Todo suele derivar en una crisis financiera a la que se asocian riesgos sociales que resultan altamente peligrosos. No sólo se trata de distorsiones en la producción y los mercados; también se erosiona la confianza de la gente en los funcionarios e instituciones que los gobiernan.
Uno de tantos fenómenos suele ser el “efecto Greta Thunberg” (la joven activista sueca), al que se asocian voces de asociaciones de la sociedad civil como jóvenes por el clima, insistiendo en que el sistema económico actual constituye una traición a las generaciones futuras por el daño ambiental que provoca.
El desencanto popular que deja una crisis también suele ser el caldo de cultivo para rebrotes populistas y extremistas, por eso se urge a los expertos a que desarrollen nuevas fórmulas que permitan enfrentar los riesgos asociados a eventos climáticos extremos.

Por un pensamiento ambiental crítico y responsable

Se considera que el cambio climático se ha convertido en un factor determinante en las perspectivas a largo plazo de las empresas. Se subraya hasta qué punto la especie humana ha devenido una variable geofísico-químico-biológica de relevancia en el contexto geofísico-químico-biológico de la Biósfera. Se constata que, en perspectiva global, vivimos en situación de translimitación ecológica. Ello ocurre cuando la biocapacidad del planeta es superada por la Huella Ecológica (Footprint) humana. Esta es una medida del consumo de recursos naturales renovables de una población humana; implica la tierra o mar productivos requeridos para producir todas las cosechas, carnes, mariscos, madera y fibra que consuma para sostener su requerimiento de energía y dejar espacio para su infraestructura.
En el contexto de la llamada “economía del cambio climático», la Red Global de Huella Ecológica (Global Footprint Network) viene calculando el “día de sobregiro ambiental” o de default ambiental: el momento del año en el cual hipotéticamente la humanidad gastó todos los recursos que generará en el período de 365 días y comienza a vivir a cuenta de las futuras generaciones.
En 2019 la fecha fue el 29 de julio, antes que en los años previos, lo cual implica que harían falta 1,75% planetas para producir lo suficiente para las necesidades de la humanidad de forma sustentable. Esto nos ubica en el horizonte de un cambio histórico sin precedentes: el reconocimiento de la vulnerabilidad del soporte vital biosférico ante la actividad antrópica en conjunto.
El hombre actual debe ser custodio responsable de un bien integral como es el sistema biosférico. El pensamiento ambiental crítico nos provee de nuevas conceptualizaciones, como la distinción pertinente entre antropocentrismo fuerte y antropocentrismo débil, tal como la planteara el filósofo ambiental Bryan Norton en Ética Ambiental y Antropocentrismo débil (Environmental Ethics and Weak Anthropocentrism, 1984).
El “antropocentrismo fuerte” se inclina por las preferencias, deseos o necesidades meramente sentidas (felt preferences), frecuentemente a corto plazo (por ejemplo, una aproximación excluyentemente económica que evita asumir otros juicios de valor). Esa tendencia –todavía predominante– desconoce o niega que constituya una amenaza para la continuidad de la vida en la Tierra. Se refleja en la postura crematísticas vigentes que alientan prácticas no sostenibles de agricultura, industria o turismo, urbanizaciones no planificadas, con el consiguiente deterioro ambiental, así como una falta de políticas atentas al desarrollo humano y al crecimiento demográfico.
El reconocimiento de la vulnerabilidad de los procesos biosféricos a causa del accionar antrópico, torna al “antropocentrismo fuerte” en conflictivo e insostenible para la vida humana y no humana en la biósfera. Ante esto, un preferible “antropocentrismo débil” se perfila como más responsable; se supone que asume preferencias consideradas, ponderadas.
Esto implicaría reconocer los límites de toda acción humana consistente con un principio racional, universalizable: el mantenimiento indefinido de la conciencia humana. En sentido coincidente, Hans Jonas estructura en El principio de Responsabilidad el imperativo: “obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra”, o en su versión negativa, “obra de tal manera que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de una vida humana auténtica en la Tierra”.
El economista Sebastián Campanario (La Nación, 16/02/20) reflexionaba que la economía tiene una tendencia a llegar tarde a muchas de las megatendencias que se desplegaron en los últimos años. Esto habría pasado con la disrupción tecnológica, la inteligencia artificial y el debate de género.
Sin embargo, hay indicios de que la crisis climática, después de desastres como el del Amazonas o de Australia, podría haberse impuesto como “la gran narrativa” de 2020; acelerando tal vez motores en la economía y en otros ámbitos imprescindibles. En el reciente Foro Económico Mundial de Davos fue un tema central de agenda, produciendo un oportuno y necesario Manifiesto de Davos 2020 (The Davos Manifesto). Algunas de las ideas centrales son:

*El propósito de las empresas es colaborar con todos los grupos de interés implicados en su funcionamiento (stakeholders, en inglés). Las empresas no funcionan únicamente para sus accionistas, sino para todas las partes involucradas: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general. El propósito de las empresas es colaborar con todos sus stakeholders en la creación de valor compartido y sostenido. El mejor camino hacia la comprensión y la armonización de los intereses divergentes de todos los stakeholders es la adquisición de un compromiso común con respecto a las políticas y las decisiones que refuercen la prosperidad a largo plazo de las empresas.

*Una empresa es más que una unidad económica generadora de riqueza. Atiende a las aspiraciones humanas y sociales en el marco del sistema social en su conjunto. Y los salarios del personal ejecutivo deben reflejar la responsabilidad ante todas las partes involucradas. El rendimiento no debe medirse sólo como beneficios de los accionistas, sino también en relación con el cumplimiento de los objetivos ambientales y sociales.

*Una empresa multinacional es en sí misma un grupo de interés al servicio del futuro global. Una empresa que opera en el ámbito multinacional no está únicamente al servicio de todos los stakeholders directamente implicados, sino que es por sí misma un stakeholder –junto con los gobiernos y la sociedad civil– de nuestro futuro global. La responsabilidad cívica empresarial global exige que las empresas aprovechen sus competencias básicas, su espíritu empresarial, sus habilidades y los recursos pertinentes en iniciativas colaborativas con otras empresas y stakeholders con el fin de mejorar el estado del mundo.

Resulta alentador, aún en medio de la presente circunstancia inédita para la humanidad, en que luchamos por superar la desolación pasmosa que nos va dejando el cisne negro Covid-19.

Alicia Irene Bugallo es Doctora en Filosofía, especialista en Gestión Medioambiental

1 Readers Commented

Join discussion
  1. Silvia Alonso on 19 julio, 2020

    La empresa multinacional es, indudablemente, un grupo de interés pero no necesariamente favorable a los intereses nacíonales que, por el momento, son los únicos que pueden hacerse cargo de los «débiles» locales (pensar global, actuar local). La COVID-19 no es un cisne negro, era esperable,

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?