Historiador del arte, doctor en Filosofía y Letras, crítico y autor de libros notables, recibió el premio de reconocimiento a la trayectoria en el área de Letras que otorga el Fondo Nacional de las Artes. Su libro Excesos lectores, ascetismos iconográficos (Ampersand), fue considerado en 2018 el libro del año y se alzó con el Premio de la Crítica en la Feria del Libro. De reciente aparición es Historia natural y mítica de los elefantes, que escribió junto a Nicolás Kwiatkowski, en el que estudian la simbología del elefante en diferentes sociedades.
¿Cuál fue el punto de partida de la investigación histórica sobre los elefantes?
Estuve nueve meses en el Instituto de Nantes conviviendo con colegas de todo el mundo, en particular de origen afro-asiático. En las comidas comunes se dan conversaciones fabulosas, con una actitud amistosa y receptiva. En una de esas conversaciones, un director indio de cine, Kumar Shahani, director de La flauta de bambú, preguntó cuáles eran los animales simbólicos del hombre en Occidente. Me puse a leer sobre el tema y descubrí que están los que se aproximan por un rasgo de carácter: el zorro, por el astuto; el buey, el manso; el perro, el fiel; el lobo, el cruel; el oso, el tipo fuerte y un poco tosco. Y Cristo es el cordero, ¿verdad? De pronto descubro en los bestiarios del Medioevo, que el elefante aparece como un alter ego del ser humano, con rasgos como la buena memoria, y también la búsqueda de la virtud, dado que tiene relaciones sexuales cada tres o cuatro años, lo cual se interpretaba como respeto a la castidad. Desde la época de Aristóteles se pensaba que el elefante era religioso: entendían que al elevar la trompa y barritar, todas las mañanas, rendía homenaje al sol y a la luna; y además advirtieron una serie de rituales funerarios, por ejemplo, al morir una hembra de la manada, hay uno o dos días de lamento sobre el cadáver, y luego lo tapan. Cuando vuelven a pasar por el lugar, quizás un año después, se detienen; hay una especie de memoria colectiva de la matriarca muerta.
¿También existían asociaciones espirituales o religiosas?
Una fuente maravillosa fue El Fisiólogo, un tratado de zoología antigua que incluye las características del animal, a veces con bastante detalle, pero quizás lo más interesante es la historia legendaria de cada uno. En el siglo VI, en las versiones antiguas de este prototipo de los bestiarios, la descripción del elefante culmina con un cuento en el que una pareja de elefantes se cae en un pozo. Aparecen otros doce elefantes de la manada y tratan de sacarlos pero no lo logran. Al tiempo aparece un elefante chico que, con su trompa, excava el hueco y les abre camino para salir. La interpretación alegórica es que la pareja eran Adán y Eva, que caen en el pecado, los doce son los profetas de Israel, y el pequeño es Cristo, que finalmente logra salvarlos. A partir del siglo XIII, los Gesta Romanorum eran historias utilizadas por los sacerdotes como temas de sus sermones porque tenían una moraleja cristianizada. La número 115 cuenta la historia de un rey cuyo reino era una enorme selva de poco uso por la presencia de un elefante al que todos temían. Para reducirlo, los sabios de la Corte le aconsejan que envíe a dos muchachas vírgenes desnudas al bosque. Ellas entran y empiezan a cantar. El elefante aparece, las acaricia con la trompa, y se duerme en el regazo de una de ellas. La otra, entonces, lo atravesó con una espada, le cortó la cabeza y juntaron la sangre en un recipiente, con la que luego ungieron al rey. La moraleja es que Eva es la joven que le corta la cabeza y María la que junta la sangre. Cristo es el elefante, entonces la sangre de Cristo convierte al rey en justo. La hipótesis de esta extraña historia es que no puede no tener algún contacto con el mito de Ganesh.
¿Cómo es el pasaje de esos mitos a Occidente?
Muchas historias de la India provenían desde el siglo XI hasta el XIV de los árabes que llegaban al sur de España, sobre lo cual escribió Menéndez Pelayo, pero no hay referencias a Ganesh. Sólo un viajero árabe, Ibn Battuta, que fue a la India en el siglo XI y escribió un tratado maravilloso en el que hace referencia a Ganesh, el dios con cabeza de elefante, pero no al mito. Aparentemente ese texto se conoció en Europa en el siglo XIV. Ganesh es un dios de redención, de salvación, el más popular del panteón hinduista. Su nombre significa el “removedor de obstáculos”: cuando alguien va a hacer un viaje, a emprender algo nuevo, casarse, lo primero es rogar a Ganesh. Hay también una versión japonesa de este dios conformado por una pareja que está siempre unida.
¿Cómo imagen de divinidad, el primer dato surge de la India?
Sí, es un animal relacionado con los dioses, tanto celestes como tónicos, incluso desde la idea de que los cuatro puntos cardinales están sostenidos por elefantes. En el Mahabharata hay un elefante primordial, sagrado, con tres cabezas. Y toda la tradición siempre le va otorgar grandes virtudes. Puede ser feroz pero siempre justo, nunca utiliza violencia sin razón.
¿Cuáles fueron los primeros hallazgos en Occidente?
Descubrí los elefantitos en los capiteles románicos, que tienen que ver con El Fisiólogo, en el siglo XI. En el gótico, en el ábside de la catedral de Reims, hay animales vinculados con la doctrina cristiana, entre ellos un elefante pequeño, y hay otro en la torre norte de Notre Dame de París. A partir del Renacimiento, se hace más conocido aún, dado que los reyes de Portugal llevan elefantes de la India y se convierte en un regalo principesco. El rey Manuel el Afortunado de Portugal le envía un elefante de regalo al papa León X en el año 1514, y éste queda encantado con Hanno. Parece que lo habían entrenado: al ver a León X se puso de rodillas, y el gesto se interpretó como una prueba de que la naturaleza reconocía el Papado. Dos años después el animal murió de neumonía y fue enterrado en el patio del Belvedere. El Papa le compuso un poema fúnebre y le pidió a Rafael un fresco que desaparece porque estaba al aire libre, pero el dibujo se conserva en Berlín. Ese dibujo de Rafael se multiplicó y Hanno se hizo famoso.
¿Y el elefante frente a Santa María Minerva en Roma?
Es del siglo XVII, de Bernini, y tiene que ver con un dibujo de Julio Romano, ayudante de Rafael, que lo había hecho a partir de la experiencia de Hanno. Y hay algo extraño en ese elefante obeliscófolo, como lo llaman, ya que había aparecido en un libro de emblemas ilustrado de 1498, El sueño de Polifilo. En El tesoro de la lengua castellana, de Covarrubias, el artículo del elefante es uno de los más extensos, y reúne toda la tradición de Occidente, desde Aristóteles y Plinio.
¿Cuándo cambia esta visión del elefante?
El período de investigación de este libro termina en el siglo XVIII, dado que con Nicolás Kwiatkowski somos profesores de historia moderna tradicional. En el caso de los elefantes, ese siglo implica un giro porque es el momento en que la historia natural científica iluminista se apropia del tema: se disecan elefantes, se los observa, hay una pareja que es llevada desde Indonesia a La Haya y durante la anexión en la Revolución Francesa, a París. Allí hacen una observación minuciosa de sus costumbres y escriben un libro, que además está muy bien ilustrado. Incluso tiene una parte dedicada a los elefantes y la música, porque hicieron un experimento en París: los llevaron a un concierto. En el siglo XIX la situación cambia, sobre todo en Europa. Por ejemplo, los ingleses van a usar a los elefantes en la India para la caza, sobre todo del tigre.
¿Qué pasaba en África?
En el folclore africano el elefante puede ser torpe, un poco tonto; los pequeños animales, con su astucia, se aprovechan de él. Estamos elaborando un mapa de esas tradiciones folclóricas para un futuro libro. Por ejemplo, en todo el litoral del Índico, la visión es más cercana a la de India, pero creemos que se debe a que desde el siglo XVI hay una población india importante que ha influido. Por otro lado, estamos investigando la historia del elefante africano que fue objeto de captura, de caza y de masacre sistemática para la extracción del marfil desde 1830 hasta 1900. Los europeos organizaban las batidas que luego tenían que hacer los locales. Del lado del Índico el control estaba en dominio árabe, y el tráfico de marfil iba de la mano del tráfico de esclavos. La esclavitud perduró hasta finales del siglo XIX; el sultán de Zanzíbar era uno de los que la manejaba. La depredación de África empieza con el marfil y va asociada siempre a masacres de seres humanos. El nuevo colonialismo cambia todo, es más despiadado: se parte de la idea de que los recursos están para ser extraídos y no se plantean ningún cuestionamiento con respecto a la reproducción del recurso. Al marfil le sucedieron el caucho, el cobre y los diamantes. Después llegó el uranio: la bomba que lanzaron contra Hiroshima se armó con uranio de El Congo. Ahora el interés está en el coltán, que es la mezcla de dos minerales, colombita y tantalita, que se utiliza para la tecnología. En toda la región de los grandes lagos y desde Camerún y la República Centroafricana hacia el este, y por el sur hasta Zambia, desde el genocidio de Ruanda murieron violentamente unas seis millones de personas, por el estado de guerra perpetua. Al genocidio de los tutsis siguió el de los hutus, que se refugiaron en El Congo, y todavía hay guerra.
¿El conflicto permanente tiene que ver con la división de los Estados por el colonialismo?
Los intelectuales lo explican como el producto de esas fronteras absurdas que han dividido un pueblo, o que han juntado pueblos que se odiaban desde generaciones. Los únicos lugares libres de esta violencia son los mantienen más o menos las fronteras previas como Gana, Senegal, Togo, Costa de Marfil… El Congo para mí es inviable, no puede ser un Estado, no tiene ningún fundamento étnico-linguístico, es un rejunte de Leopoldo II. La independencia se concretó el 1 de junio de 1960 y pocos meses después ya estaba todo dado vuelta. Hemos dado con un periodista que en 2007 viajó a la zona del lago Alberto y entrevistó a uno de los señores de la guerra que había participado de las campañas contra los hutus. Esta persona le cuenta que sigue comandando una especie de horda militar, con armamento de última generación, y que en un momento determinado volvieron a la caza del marfil pero sólo encontraron crías pequeñas, perdidas, así que retomaron el saqueo del oro. Y se sigue vendiendo carne de elefante en los puestos de los mercados. Fue una depredación sistemática: en el año 1900 había 13 millones de elefantes en la región; en 2016 se hizo un censo y se contabilizaron menos de 400 mil. Otro dato a tener en cuenta es que China prohibió el comercio de marfil recién en el año 2016, de manera que hasta ese momento compraba legalmente a cazadores furtivos.
Paralelamente a estas investigaciones sos el responsable de la muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes “Ninfas, serpientes, constelaciones: la teoría artística de Aby Warburg”. ¿Cómo surgió la idea de presentar a este erudito al gran público?
En conversaciones con Andrés Duprat, director del Museo, surgió esta figura tan inmensa de la historia del arte. El me animó a pensar algunas ideas y se sumó con gran interés Alberto Manguel, quien escribió sobre la biblioteca Warburg como algo único en el mundo. Él murió el día del crack de la Bolsa, en 1929, y su familia mantuvo la biblioteca hasta enero de 1933. La secretaria del Instituto Warburg, Gertrud Bing, una mujer de gran inteligencia y carácter, interesó a la ciudad de Londres para que pidiera prestada la biblioteca a la ciudad de Hamburgo, y alguien esclarecido aceptó. De esta manera dos barcos repletos de libros la trasladaron, y hoy depende de la Universidad de Londres, que la protegió.
¿Por qué se considera que Warburg cambia la historia del arte?
Él demuestra que los combates y los conflictos de formas y símbolos, lo propio de lo estético, son temas fundamentales de la civilización, sobre todo después de haber estudiado profundamente el Renacimiento. Warburg era un discípulo indirecto de Burckhardt, admiraba su obra y coincidía con él en que el Renacimiento era un umbral del que partía la historia de la Modernidad, un momento en el que el mundo mediterráneo antiguo y medieval renace en parte pero como una forma de desprenderse de él, para empezar a navegar en busca de lo nuevo, de lo desconocido. Warburg demuestra, en un famoso texto que se llama “Arte del retrato y burguesía florentina”, que todo ese movimiento de ideas, de discusiones, de debates tiene que ver con la afirmación de la burguesía, la necesidad de auto-representarse y fundar su papel en las sociedades europeas. Hay un Warburg que es muy consciente de la historia como el estudio de lo particular, de lo individual en el pasado, y algo que define un horizonte cultural y lo distingue del resto. El papel del héroe que lucha contra los monstruos es un fenómeno que nace en Grecia y se expande en el Mediterráneo, queda en un estado de latencia en el Medioevo cristiano, pero luego son estas sociedades cristianas las que, ante la aparición de la burguesía como una nueva clase, recupera aquello y se produce la gran unidad de los dos legados: el pagano antiguo y el cristiano, y son la base para algo completamente nuevo que es la Modernidad europea. Pero Warburg se encuentra también frente a otras cuestiones, por ejemplo, la astrología, que siempre había estado allí, formando parte del “vademécum” del hombre culto, como Santo Tomás, San Alberto, San Agustín… Dante le da un sentido a la astrología: si no hubiera una influencia de los astros, los hijos serían iguales a sus padres y el cambio sería imposible. También aparece la magia y la serpiente como problemas a resolver, y hace su viaje a los Estados Unidos.
¿Qué sucede en ese viaje?
Advierte que la antropología le podía dar algunas herramientas para explicar estos problemas. En Washington se pone en contacto con el alemán Franz Boas, cuya obra ya conocía y admiraba, y quien le muestra sus estudios de los pueblos del oeste norteamericano. Warburg viaja a Nuevo México a estudiar la cultura de los indios pueblo y luego a San Francisco. En esas culturas prehispánicas él descubre el papel de la serpiente como un ser que comunica tres mundos: el de los muertos, el de los vivos y por último, transformada en rayo, es escalera hacia el cielo. Observa también una serie de dibujos sobre la arena que hacen los navajos y los hopis. Va a una escuela en el distrito Pueblo y cuando el maestro pide a los niños que dibujen una tormenta, uno de los chicos ilustra los rayos como una serpiente. Tenía previsto seguir viaje hacia Japón, pero desistió. En definitiva, entiende que ha participado de algunas de las primeras experiencias culturales, las más poderosas.
¿Es justo decir que con Warburg la historia del arte deja de ser cronológica y pasa a ser transversal?
Respecto de la serpiente, se encontró con un problema conceptual: como mediadora de mundos y en cierto punto salvadora, la relaciona con la serpiente de Esculapio, que era sanadora. Esculapio tenía un edificio donde se criaban las serpientes para suministrar veneno a los enfermos. Y la serpiente está también en el caduceo de Mercurio. Y se interesa por la serpiente de bronce… Empieza a preguntarse si acaso la serpiente no está ligada a una experiencia común de la humanidad, es decir que su significado debería buscarse desde la antropología y no tanto desde la historia.
¿Sería una Pathosformel?
No, porque la Pathosformel tiene un carácter histórico, es propia de un horizonte de civilización. Como la ninfa, el héroe, son creaciones de fórmulas intensas en las que se concentra una experiencia existencial y colectiva muy poderosa. Las fórmulas de pathos han sido creadas en determinado momento y región de la humanidad, con contenidos propios y emociones que van asociadas. La ninfa es una condensación de la experiencia de la vida joven que los griegos viven e instalan.
Que aparece en Santa Maria Novella, con la obra de Ghirlandaio.
Y que sigue hasta el art nouveau. Cuando vemos una niña o una joven que se mueve y baila con la cabellera suelta es el epítome de la juventud. Pero a un chino, le resultaría absolutamente indiferente. No nos damos cuenta de la capilaridad cultural que determina este tipo de asociaciones. Las ciudades occidentales están llenas de ninfas: en la ornamentación arquitectónica, en las estampillas. Cuando los montoneros tienen que elegir una Evita no optan por la figura de princesa con el rodete sino que privilegian la foto famosa de Eva con el pelo suelto. Es una ninfa perfecta, una mujer sonriente, vital, joven; el pecho está marcado porque el viento le pega la vestimenta al cuerpo. La convierten en ícono porque son la juventud peronista, eso era lo que querían transmitir. Y eso que a ella no le gustaba esa foto.
En el marco de los debates actuales en torno a los recortes en ciencia, ¿Cómo ve la situación de las ciencias humanas y la investigación en la Argentina?
El sistema científico nacional fue creado por Hussay durante la Revolución del 55-58, con rigor, seriedad y un espíritu de amplitud y rigor intelectual y científico del que todavía puede decirse que esta institución vive. También le dio un lugar muy importante a las humanidades, aunque era un científico de la ciencia básica. En los ’60 siguió desarrollándose con Frondizi, con Illia. Quizás con un sesgo más conservador también el Gobierno militar del ‘66 mantuvo esa estructura y podemos decir que la hizo progresar. Siguió la noche oscura y las cosas se pusieron turbias, mucha gente fue expulsada o abandonó el país, pero con la democracia vuelve a pensarse en política científica, con el Dr. Abeledo a cargo del Conicet y Manuel Sadosky como secretario de Ciencia y Técnica. Había una tradición que se asienta y se consolida, con sus altos y bajos. El principio del gobierno de Menem fue bastante catastrófico, pero la segunda etapa fue muy fértil, sobre todo con la figura de Del Bello, que retoma una idea de articular el Conicet con las universidades. Durante la crisis de 2001-2002, la Fundación Antorchas, una institución privada, salvó la ciencia argentina: durante más de un año y medio cubrió el gasto íntegro en ciencia y tecnología del país. A partir del gobierno de Néstor Kirchner se normalizó y hubo un despliegue importante de toda la cuestión científica. Hubo cierto derroche y sobreactuación, sobre todo al final, cuando entraron cantidades de investigadores y era previsible un cuello de botella en el sistema. En 2014 y 2015 ya directamente puede hablarse de irresponsabilidad. Con el actual Gobierno, no muy lúcido, se decidió sanear las finanzas del sistema, y se sumó una cierta torpeza que nos llevó a la situación actual. Desfinanciar el sistema pude ser letal.
¿Hay prejuicios contra la investigación en ciencias sociales?
Es una aberración. ¿Puede concebirse una ciencia médica sin una fuerte base de humanidades? Así estamos en el reino de las máquinas en el diagnóstico médico, en los tratamientos, con la queja constante de los dolientes y de los sufrientes. Eso tiene que ver con una pérdida de la vieja raíz de la medicina en las humanidades. Einstein, además de un gran físico y científico, fue un humanista extraordinario.
¿Qué panorama tenés de las artes plásticas actuales de nuestro país?
Creo que el campo se ha ensanchado hacia horizontes nuevos donde la categoría de artes plásticas ya no es útil. Por ejemplo, todas las artes electrónicas de las que Fermín Fevre fue tan entusiasta han abierto el horizonte. Ya no hay más viejos soportes, el cincel, la piedra, la madera, lo que se plantean son obras totales, sobre todo las performativas, donde hay una combinación de elementos tomados de las viejas artes plásticas, sumados a lo electrónico. Se ha abierto enormemente el campo de la experimentación en técnicas, dispositivos, la aparición de lo efímero. En ese espectro, creo que la Argentina está muy en la vanguardia. Yo lo veo con mucho interés y esperanza, aunque sinceramente no es lo que más me gusta; prefiero un fresco de 1480.
¿Qué recordás de tus años en el vicedecanato en la Facultad de Letras?
Fueron los años de 1994 a 1998, con Luis Yanes como decano. Me dio como tarea mudar la biblioteca que estaba en la sede de la calle Independencia. Eran 350 mil libros, más las revistas. Y estaba todavía fresca la desastrosa mudanza de la Biblioteca Nacional, que recién ahora se está reponiendo. Duró tres meses y no se perdió ni un libro, además de organizar el catálogo electrónico en la base de datos. Además pudimos armar la reserva, donde se conserva todo lo anterior a 1800, primeras ediciones argentinas y ediciones importantes. Tengo dos anécdotas interesantes. Un día estaba en la oficina de la calle Puán y me dicen que un alumno quería verme porque le habían dado “un libro raro”. Era una primera edición de Finnegans Wake, Nueva York, 1939, y me muestra una dedicatoria, “A Georgie”, y después esa letrita tan única marcando página tal, y una palabra, y así sucesivamente. Una lista de palabras que le habían llamado la atención, y que después transformó en personajes de sus cuentos. Le dije que se lo llevara a su casa y cuando lo devolviera, lo guardaríamos en la reserva. ¿Quién era el estudiante? Pablo Gianera. La otra anécdota tiene que ver con un informe que yo estaba hojeando en el que Roca, entonces Ministro de Guerra, presentaba el esbozo de lo que sería la campaña del desierto. Cae un papelito; lo miro y era un boceto de Delacroix, pintado al óleo. Decía: “Eugene Delacroix, firmado E.S.”. Pensé que debió pertenecer a Eduardo Schiaffino, e increíblemente me encuentro en la biblioteca con Ana María Telesca, la mayor especialista en Schiaffino. Miró el papel e identificó la firma. Se lo dimos a Bustillo, que lo restauró, y desde entonces está en el Decanato.