Inglaterra. Bristol. Suena el despertador. El reloj marca las 9 a.m. Es hora de ir a buscar el desayuno. Recorro los pasillos de la residencia universitaria en la que estoy alojado y, a pesar de llevar varios días acostumbrado al silencio, su mutismo no deja de sorprenderme. Todo pasó tan repentinamente… Nosotros también fuimos víctimas de la perspectiva optimista del “A mí no me va a pasar”. Pero en un mundo interconectado como el que vivimos, estar en una isla no es garantía de nada y un día el virus también tocó nuestra puerta. En un principio, sin embargo, el estar en un país del primer mundo nos dio a mi grupo de amigos y a mí cierta sensación de seguridad.
A medida que la situación fue cobrando gravedad, los primeros miembros del grupo comenzaron a pensar en volverse. Algunos mayormente obligados, como los norteamericanos y australianos. Otros, como los latinoamericanos, por la necesidad de sentir la calidez del hogar, de la familia. En poco más de una semana, de 26 miembros de mi grupo de amigos (italianos, brasileros, australianos, suizos, alemanes, chilenos, entre otros) quedamos sólo cuatro y, de una residencia para 200 personas, unos veinte.
A pesar de las noticias, a los ingleses les costó tomar conciencia de la situación. En primer lugar, porque el Primer Ministro tardó más de lo normal en tomar medidas restrictivas como la cuarentena, basándose en una teoría que apuntaba a que los más jóvenes que habían contraído el virus se recuperaban sin necesitad de atención médica, y podían volver a la actividad mientras los hospitales se encargaban de atender a la población de riesgo. Lamentablemente, sin bases científicas que avalaran esta teoría y frente a una situación en franco deterioro, el Gobierno tuvo que cambiar de rumbo y alinearse con las medidas que se están tomando en gran parte del mundo. El uso de la calle se restringió y sólo está permitido salir para hacer compras en el supermercado, la farmacia o practicar actividad física al aire libre. De todos modos, dado que “actividad física” es un concepto con múltiples interpretaciones, ya anunciadas las medidas, siguió viéndose un número considerable de personas caminando por los extensos parques de Bristol, inclusive adultos mayores.
Al principio me irritaba ver a personas de riesgo saliendo a las calles, pero luego de pensarlo y meditarlo pude comprender un poco más. He escuchado y leído en varios medios argentinos que Boris Johnson, por priorizar la economía, iba a dejar que miles murieran. Si bien esta afirmación puede esconder cierta verdad, creo que es un análisis limitado de la realidad. En efecto, después de haber luchado contra una de las tiranías más grandes de los últimos siglos como fue el nazismo, el ciudadano inglés no está dispuesto a ceder su libertad tan ligeramente. Millones de vidas se perdieron para que el mundo entendiera la importancia de este valor como para entregarlo tan fácilmente. Inclusive cuando una pandemia nos azota como lo está haciendo el COVID 19, no debemos dejar este aspecto de lado. Por eso, durante las últimas semanas, autores, filósofos y escritores como Byul Chul Han, Yuval N, Harari, Zizek y Giorgio Agamben debatieron sobre las implicancias y los futuros desafíos de las medidas que se están tomando y las preguntas que de ellas se desprenden.
Debatir no es incumplir, y hoy más que nunca debemos cumplir con las consignas de quienes nos lideran. De ahí que, inclusive a regañadientes, en ciudades como Londres o Birmingham las calles se encuentran vacías, los negocios cerrados y la gente en sus casas. El liberalismo impera pero la importancia del Estado no se cuestiona, sobre todo en estas ocasiones.
Despedí a mis amigos, la universidad cerró sus instalaciones para proponer una modalidad virtual y Bristol, ciudad universitaria por excelencia, se fue quedando sin sus estudiantes, pero yo decidí quedarme. Por suerte, tenía clara la determinación desde el inicio, lo que me evitó el estrés y la ansiedad de la indecisión. No es que no me lo haya preguntado, pero no estoy listo para emprender la vuelta, no todavía.
Integro el 1% de la población mundial que tiene la oportunidad de viajar, vivir y estudiar en otro país y otra cultura. No lo vivo como un deber hacia mis padres; sé que todo lo que me han dado proviene de su amor desinteresado, pero sí lo siento como un deber hacia mi sociedad y, por qué no, hacia la humanidad. Tengo el placer de estar nutriéndome de una de las culturas que marcaron los últimos siglos, leyendo sus diarios, buceando en sus discusiones. Viviendo aquí me sorprendo de la cantidad de información que no llega o que llega deformada a nuestro país. Como estudiante de Ciencias Políticas, me encuentro viviendo en una de las potencias mundiales que, al mismo tiempo, afronta uno de sus mayores desafíos. Sin duda soy un afortunado en tiempos de infortunio.
Por otra parte, me apasiona la cultura latinoamericana y creo que tenemos mucho para enseñarle al mundo. Pero, así como me enorgullezco de ser argentino, también tenemos mucho para aprender de Europa. Mientras desde nuestro país visiones ideologizadas acusan a Europa de individualista, aviones alemanes cruzan las fronteras en busca de enfermos italianos para descomprimir sus hospitales. Mientras la gente sale a los balcones a cacerolear por los políticos corruptos, los “capitalistas salvajes” de la Unión Europea se reúnen para desembolsar un paquete económico descomunal para aliviar las economías de los Estados.
No se trata de idealizar a los europeos sino de tener como sociedad una mirada más humilde, de dejar de lado como primera actitud la del juez que juzga y optar por la del estudiante que aprende, cuestiona, pregunta y crece para ser mañana ejemplo de otros. ¿Podremos algún día ser ejemplo? Yo creo que eso dependerá de la forma en que decidamos afrontar este tipo de crisis, en qué vereda queremos pararnos y si estamos dispuestos, cada uno desde su lugar, a jugar el partido en el mismo equipo.
Por mi parte, a la distancia, seguiré estudiando, nutriéndome, disfrutando de la pausa a que la ocasión obliga. Sabiéndome privilegiado de poder estar en calma cuando la tempestad azota las barcas, me tomaré el atrevimiento de seguir dándole rienda suelta a mi ocio. Así quizá, como los grandes maestros de nuestra literatura, como Jorge L. Borges, Julio Cortázar o Alfonsina Storni, pueda abrevar de las fuentes del viejo continente.
Antonio López Llovet es estudiante de Ciencias Políticas en la UCA
1 Readers Commented
Join discussionTengo un sobrino estudiando en Taiwan, muy lejos de su ciudad matal : Asunción. Compartí con él los penamientos de este estudiante de Bristol, sabiendo que será una compañía útil y placentera.
Gracias por la oportunidad!