Reseña de Los Elementales, de Michael McDowell (Buenos Aires, 2019, La Bestia Equilátera).
Tres casas conviven en Beldame, un lugar recóndito de Alabama. El movimiento de las mareas las aísla todas las noches y quedaban rodeadas por la costa marítima, una laguna y una depresión pantanosa. Las tres construcciones victorianas, de tres pisos, son idénticas en su arquitectura y apariencia; cada una mira a una dirección diferente. Dos son parte de la historia de las familias McCray y Savage, que pasan allí los abrasadores veranos del sur estadounidense desde hace décadas. Pero poco se sabe de la tercera, ahogada por el avance de los médanos y la violencia de los elementos. Aunque conserva más que un manojo de tristes secretos.
“Miraba fijamente la tercera casa, pero sabía que los cambios que veía en las ventanas sólo podían atribuirse al movimiento del sol en el cielo. Hoy no ocurriría nada, se dijo. ¿Cómo podía ocurrir algo importante cuando las mentes de todos estaban embotadas por aquel calor infernal?”, se pregunta Odessa Red, la mucama negra y portadora de una sensibilidad especial, según la describe el autor, Michael McDowell, guionista de las películas Beetlejuice y El extraño mundo de Jack de Tim Burton.
A medida que el suspenso crece, los personajes –algunos irónicos, otros despiadados, todos muy sólidos– reaccionan de diversas maneras ante las extrañas manifestaciones del paisaje y la casa hambrienta, bajo un sol agobiante. Una buena cuota de humor colabora en distender la lectura hasta la siguiente marea de escalofriantes misterios.
En el prólogo de esta edición, la escritora Mariana Enríquez, especialista en el género de terror, advierte que Los Elementales plantea “una mirada impiadosa sobre los prejuicios raciales del Sur a fines del siglo XX, más fuertes que los huracanes y los lazos familiares, fantasmas tan persistentes y crueles como los que se esconden en la tercera casa”.