
Un grupo de prestigiosos historiadores se reunieron en el marco de las jornadas conmemorativas del centenario de la Semana Trágica organizadas por el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA en noviembre del año pasado. El moderador del debate presenta en este artículo alguno de los aspectos más relevantes.
Los sucesos de la Semana Trágica acaecidos entre diciembre de 1918 y enero de 1919 en la ciudad de Buenos Aires quedaron en la memoria histórica como tal vez una de las jornadas más violentas en la historia argentina del siglo XX. Diversas causas transformaron a un conflicto obrero puntual originado por reclamos salariales en los talleres Vasena –aunque desparramado por otros puntos estratégicos de la ciudad– en un mega evento de protesta obrera, en el que la búsqueda de mejoras en las condiciones de los trabajadores se imbricó con acciones violentas de asociaciones vinculadas al empresariado y con mecanismos represivos por parte de las fuerzas de seguridad del Estado. Las causas, consecuencias e implicancias de este evento en el largo siglo XX argentino fueron discutidas por los historiadores Marina Franco (UNSAM-CONICET), Hernán Camarero (UBA-CONICET) y Raanan Rein (Universidad de Tel Aviv), en unas jornadas conmemorativas del centenario de los sucesos organizados por el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA.
Uno de los principales temas discutidos fue la composición del movimiento obrero argentino, su complejidad ideológica y el bagaje de propuestas específicas de acción colectiva, en el marco de un ciclo de conflictividad social –local y regional– abierto por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. En este sentido, el conflicto tuvo dimensiones transnacionales y estos episodios estuvieron vinculados a una ola expansiva de protestas obreras en el país (como el conflicto de La Forestal en el Chaco y los sucesos de la Patagonia) y a otros hechos similares protagonizados por el movimiento obrero en Brasil, Chile y Uruguay.
El componente migratorio convertía a los trabajadores de Buenos Aires en una pléyade de nacionalidades sólo comparable al movimiento obrero que operaba en ciudades como Nueva York y Londres. El “maximalismo” –corriente vinculada a los triunfadores bolcheviques de octubre de 1917 en Rusia– era considerada una alternativa viable en el mundo del trabajo y de las izquierdas, aunque convivía con otras propuestas aún activas entre los trabajadores como el anarquismo, el socialismo o el sindicalismo. Pronto estas corrientes discreparon sobre el sentido de la revolución bolchevique en Rusia y los horizontes de la dictadura del proletariado, proponiendo a partir de allí vías alternativas a escala local y acrecentando distanciamientos programáticos. Aunque también es cierto, como señaló Hernán Camarero, que en esa coyuntura precisa de 1918-1919, la revolución se encontraba en un “abanico” expansivo de expectativas que despertaba adhesiones y admiración de importantes figuras políticas, de las artes y de las letras argentinas, que no dudaron en expresar solidaridad ante tamaño acontecimiento.
La respuesta estatal al conflicto fue otra de las facetas más discutidas. La Semana Trágica se convirtió en un eslabón que explica, en parte, modos y prácticas de las fuerzas represivas del Estado y que potenció transformaciones en el aparato policial y en el Ejército en las décadas siguientes. En este sentido, según la historiadora Marina Franco, el Estado argentino había respondido a la conflictividad política desde inicios de ese siglo con una legislación de excepción (orientada a la suspensión de las garantías constitucionales). El estado de sitio, las leyes de residencia y de defensa social fueron, en este marco, medidas que además de controlar el orden público, construyeron imágenes de “enemigos internos” para la Nación. Dichas imágenes estatales tuvieron un efecto de legitimación que se multiplicó socialmente a lo largo del siglo XX. En este sentido, los discursos sobre los que se construyeron las amenazas del anarquismo a inicios del siglo, del “maximalismo” y el peligro rojo en estos sucesos de 1919, o, incluso sobre la “subversión” en los años setenta, poseyeron matrices similares y recurrentes. Específicamente, la acción del gobierno de Hipólito Yrigoyen articuló tímidamente la mediación y la represión “vergonzosa”, en un péndulo peligroso, a medida que el conflicto iba multiplicándose y la administración radical cedía ante las presiones del empresariado implicado en los sucesos.
Parte de las consecuencias de la Semana Trágica estuvo vinculada a la emergencia y consolidación, en ciertos sectores de la sociedad, de un discurso antisemita. La presencia numéricamente relevante de la colectividad judía en la industria y en el mundo del trabajo porteño, en general, y el protagonismo de muchos judíos en el campo de las izquierdas, en particular, fue clave para construir imágenes y consolidar falsos consensos. Estos sucesos fueron, como señaló Raanan Rein, uno de los elementos centrales para explicar una “historia del antisemitismo” en la Argentina, que lejos de ser lineal fue cíclica y disociada. Los acontecimientos acaecidos en los talleres Vasena originaron el primer “pogromo” del país y de Sudamérica, cuando las fuerzas policiales acusaron a Pedro Wald –joven judío emigrado de Rusia– de ser presidente de un Soviet argentino. Wald fue apresado junto a varios de sus supuestos ministros. Específicamente en el barrio de Once se desarrollaron los principales sucesos de persecución antisemita y, según fuentes policiales, sobre un total de 3.578 detenidos en la ciudad de Buenos Aires, 560 eran judíos. La proporción cercana al 16% de los detenidos significó una notable sobrerrepresentación de los israelitas.
Al cumplirse el centenario de los sucesos, los historiadores siguen analizando los hechos de ese verano atípico y recalculando sus implicancias. Las consecuencias en el mundo del trabajo y de la industria, y en las prácticas y discursos alrededor del Estado, siguen siendo, un siglo después, clave para entender elementos nodales de la conflictividad social en la Argentina contemporánea.
El autor es Profesor de Historia Argentina Contemporánea en la UCA