El economista, ingeniero y sociólogo Alejandro Bunge (1880-1943) fue nuestra mayor autoridad en estadística y un visionario de la economía del conocimiento. Dirigió los primeros organismos estadísticos del país. Consideraba a la estadística una ciencia social donde la economía ve la realidad, sin omitir u oscurecer los datos que personas idóneas deben confeccionar.
Leyendo a Bunge, vemos que nuestra dirigencia política suele mostrar la realidad económica sin tener en cuenta la estadística. Más grave aún es cuando se adultera la estadística, como ocurrió entre nosotros. La estadística y no siempre las opiniones muestran la realidad tal cual es. Las políticas son opinables, los números no.
ALARMANTE ESTADÍSTICA DE AMÉRICA LATINA Y LA ARGENTINA
Un informe del Fondo Monetario Internacional publicado a mediados de 2019 mostraba que, en el marco de la economía mundial que se estimaba crecería en el año un 3,2%, América Latina apuntaba ser la región con más bajo crecimiento: 0,6%. El ranking lo encabezaría nuevamente Asia, con una tasa estimada en 6,2%. Para las economías de la Argentina y Venezuela se proyectaba una caída de 1,3% y 35%, respectivamente. África subsahariana, de las regiones más pobres del mundo, superaría ampliamente a Latinoamérica, con un 3,4% de crecimiento.
Hace 25 años que el Grupo Redes confecciona en la Argentina estadística iberoamericana, con indicadores que conforman la economía del conocimiento. En su Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (Ricyt) mide anualmente el PBI y la población de cada país; el sector (gobierno, empresas, universidades o fundaciones) que invierte en Investigación y Desarrollo (I+D); el número de patentes solicitadas y otorgadas; la cantidad de científicos y publicaciones, y otros datos de interés para una economía del conocimiento. Tan amplia estadística permite conocer la razón del bajo crecimiento de América Latina-Caribe (ALC), en especial cuando se la compara con los Estados Unidos y Canadá, las naciones americanas que más invierten en conocimiento y por eso las más desarrolladas del continente.
El anuario Ricyt 2019 muestra que los países que más invierten en I+D son los más industrializados: en 2017 (último año medido) Israel y Corea del Sur encabezan el ranking con una inversión de algo más del 4,5% de sus PBI; los Estados Unidos y China, con los PBI más altos del mundo, invirtieron 2,79% y 2,12%, respectivamente. En ALC, el promedio de inversión en I+D es de 0,64%. La Argentina está por debajo: 0,55%. En Iberoamérica sobresalen Canadá (1,59%), Portugal (1,33%), Brasil (1,27%) y España (1,20%). Brasil aporta a I+D el 65% del total invertido en ALC; muy atrás lo siguen México con el 13%, la Argentina (8%) y el resto de los países (14%).
En el mundo, del total invertido en I+D en 2017, Asia aportó el 46,7%, impulsado principalmente por China, Japón, Israel y Corea. La siguen Estados Unidos-Canadá (27,4%) y Europa (22,8%). ALC y África, los continentes más pobres, invirtieron el 3,1% y 1,7% del total mundial, respectivamente.
El Premio Nobel de Economía 2018, Paul Romer, sostiene que en muchos países los economistas no ponen atención a la correlación crecimiento económico e inversión en conocimiento. Es decir, que para crecer es necesaria la inversión empresaria en I+D. En los países más desarrollados, la industria aporta del 50 al 75% de la inversión total en I+D. En la Argentina, los datos de la Ricyt alarman: dicha inversión descendió progresivamente del 29,3% en 2007 al 16,5% en 2017, porcentajes muy inferiores a la media de ALC: 39,5% (2017). Por ello el Banco Mundial criticó “la muy baja inversión de empresas argentinas en I+D, su escasa cultura innovadora”.
La economía argentina desatendió la incidencia del conocimiento para crecer y desarrollarse.
INDUSTRIA NO INNOVADORA
Para que la industria invierta en I+D hay que dejar de protegerla con altísimos aranceles y estimularla para que demande conocimientos y genere alto valor agregado exportable.
En 2019 culminaron dos acciones con ese fin: la sanción prácticamente unánime de la Ley de Economía del Conocimiento y el Acuerdo Mercosur-Unión Europea que apunta a la apertura internacional y al libre comercio, por lo que propone en un proceso de 15 años eliminar el alto proteccionismo que nos impide tener una industria competitiva. Mientras el promedio mundial de aranceles a la importación está entre el 3 y el 4%, el del Mercosur es del 13%. En otros bienes manufacturados la protección llegó al 15% y hasta el 20%. Como la protección encarece las importaciones de calidad, la industria nacional tiene un mercado cautivo al que le vende baja calidad a menor precio. Por ello la mayor parte de nuestras empresas no demanda conocimientos pues la alta protección de la que goza le hace innecesario competir para exportar alto valor agregado. De ahí que en el Índice de Competitividad 2018 descendimos al puesto 81 entre 140 países.
La Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) mostró que en 47 años (1970-2017) nuestro PBI industrial creció 69%, mientras que el PBI total aumentó 154%, por lo que concluye que la industria tuvo un pobre desempeño. Exportamos bajo valor agregado e importamos tecnologías de alto valor. De allí nuestro déficit, que financiamos con más impuestos, deuda y emisión monetaria. Nuestras exportaciones, que en 1870 eran el 0,65% del total mundial, subieron al 3,03% en 1913 y al 3,12% en 1919. En 1950 cayeron al 2,26%, en 1990 al 0,41%, en 2007 al 0,40% y hoy al 0,32% (fuentes: Gerchunoff-Fajgelbaum y OMC). Nuestro aislamiento muestra que en 2018, sobre 609.393 empresas, sólo el 1,6% exportaba (9.509), porcentaje casi igual al de 1994. Desde 2006, que exportaban 15.100 empresas, dejaron de hacerlo 6.000, un promedio de 460 por año.
Al no tener una industria mayormente innovadora, nuestro promedio de solicitud de patentes en la última década medida por la Ricyt (2008-17) fue de 635 por año, mientras Brasil llegó casi a 8.000 y los Estados Unidos, con su economía innovadora, a más de 265.000.
A pesar de estos indicadores, cuando se anunció el Acuerdo Mercosur-Unión Europea, cierta dirigencia se expresó así: “No hay nada para festejar, sino muchos motivos para preocuparnos” (Alberto Fernández). “Es una tragedia” (Axel Kicillof). “Rechazo el acuerdo” (Pablo Moyano, gremialista). “Es un paso más hacia el fin de la industria” (Guillermo Carmona, diputado kirchnerista). “No podemos competir con industrias europeas pues somos desiguales” (Ignacio de Mendiguren, diputado peronista, expresidente de la Unión Industrial Argentina).
UNA ESTADÍSTICA ANTE DOS PROPUESTAS
Cuando Alberto Fernández anunció en la CGT que los sindicatos serán parte de su gobierno, varios gremios lo presionaron para ocupar lugares estratégicos en distintos ministerios. El secretario general de la Unión Tranviarios Automotor, Roberto Fernández, aconsejó al Presidente “darle a la maquinita y después vemos, pues a la gente le falta plata y trabajo”. Se refería a la emisión monetaria, generadora de inflación. Al mismo tiempo, la economista y ex presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, indicaba que había que desdolarizar la economía.
El economista Roberto Cachanosky confeccionó una estadística para responder a ambas propuestas. Utilizó datos históricos publicados por la Fundación Norte y Sur, que dirige Orlando Ferreres, en el libro Dos siglos de economía argentina (que conviene leer). Los completó con los del INDEC normalizado y con los elaborados por el Congreso cuando la estadística oficial se distorsionó. Los datos midieron el período 1935-2018, tomando como punto de partida el año en que fue creado el Banco Central. Así, durante 84 años, la inflación promedio anual fue del 53,3% y la acumulada de 257.000 billones por ciento. Presentar este porcentaje en términos de inflación es muy complicado e inusual, y según Cachanosky fue suficiente para concluir que con semejante tasa de inflación de 18 dígitos, la Argentina no tiene moneda.
El estudio muestra que, desde la creación del Banco Central, se destruyeron: 1) el peso moneda nacional, 2) el peso ley 18.888, 3) el peso argentino, 4) el austral y 5) el peso actual está agonizando. Un peso, hoy, es igual a 10 billones de pesos moneda nacional ($ m/n 10.000.000.000.000).
Cachanosky comparó estos datos, en el mismo período, con: 1) Estados Unidos: inflación promedio anual del 3,5% y acumulada 1.732%, 2) Canadá: misma inflación anual y acumulada 1.740% (fuente: Bank for International Settlements).
El economista se preguntó: ¿a qué se debe esta destrucción monetaria en la Argentina? La siguiente estadística le dio la respuesta: sólo en 22 de los 84 años hubo superávit fiscal financiero (26,2% del período medido); 62 años tuvieron déficit fiscal financiero (73,8% del período). Para financiar el déficit se apeló a la emisión monetaria, al incremento de impuestos, al endeudamiento y a la confiscación de depósitos.
A las sugerencias del sindicalista Fernández y de la economista Marcó del Pont, Cachanosky respondió: “Cuando el dirigente sindical propone la emisión monetaria, no comprende que billete que se envía al mercado, va a comprar dólares en el mercado marginal cuando hay control de cambios, o a bienes que cubran la inflación. Al peso no lo quiere nadie. Y cuando se pretende desdolarizar la economía, se propone obligar a consumir una mercadería que no se quiere. El Banco Central produce una mercadería llamada moneda que nadie quiere. Pretender imponerla es como pretender que quien produce una hamburguesa de mala calidad, que nadie compra, obligue a consumirla. El peso es como esa hamburguesa. La gente se intoxica si tiene pesos, perdiendo parte de su salario por la inflación”.
Cachanosky concluye: “Tenemos un gasto público tan alto y de tan mala calidad, que no hay mecanismo para financiarlo. Por ello uno de los medios que más se utilizó para financiarlo fue la emisión monetaria, que originó la inflación de 257.000 billones por ciento. Como los políticos se niegan a enfrentar el gasto público, surgen propuestas insólitas como las mencionadas. Hay que aceptarlo, el peso está muerto. A pesar de eso hay quienes dicen dale a la maquinita que recién vamos por el 257.000 billones por ciento de inflación”.
El gráfico muestra el índice de inflación acumulada en la Argentina, en 84 años (1935-2018), que llega a 257.000 billones porcentuales en 2018. Se indican momentos relevantes de la inflación, con sus correspondientes porcentajes acumulados desde 1935.
El autor es Director Ejecutivo de la Fundación Sales
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Join discussionMerecida evocación de un pionero y visionario de los problemas argentinos: ALEJANDRO BUNGE. Las palabras están devaluadas (como la moral) y los números cuentan. Pero para corregir los males necesitamos coherencia entre palabras y numerosos. Si atendiéramos mas a sociólogos y filósofos, que a abogados y economistas, estaríamos en un mundo feliz