Puede suponerse que si la mayor parte de la población de un país valora los atributos de una economía de mercado votará por opciones políticas conducentes a marcos institucionales proclives a generar competencia, desarrollar la iniciativa privada y limitar la acción gubernamental. La elaboración de un índice mundial de pensamiento pro mercado (FMMI) por parte de quien escribe estas líneas, junto con Pal Czegledi, ha permitido ranquear a las naciones según el grado de apoyo popular al capitalismo. Gracias a esta métrica se ha podido constatar que una alta valoración del sistema de mercado ha generado usualmente instituciones económicas eficientes (según, por ejemplo, el Índice Fraser de Libertad Económica), como es el caso de la Anglósfera (Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Canadá), las naciones de Europa del Norte, y aquellas de la Sinósfera (como Japón, Vietnam o Taiwán).
Por otra parte, los países donde domina una mentalidad más afín al socialismo o a la intervención gubernamental han generado instituciones adversas a la eficiencia económica, y con ello han afectado su desarrollo, como es el caso de la Argentina, Ucrania o Egipto. Puede entonces postularse que existe una relación directa entre mentalidad, instituciones y desarrollo económico. Pero este no siempre es el caso: pueden existir situaciones en que la mentalidad popular no ha podido expresarse libremente: en esos escenarios una minoría ha podido imponer sus instituciones de preferencia por la fuerza y sin consentimiento popular. Tal parece ser el caso de los países que denominamos “Chichi”, China y Chile. En ambas naciones parece existir un contraste entre la mentalidad popular y las instituciones o marco dentro de la cual sus agentes económicos operan.
China sería el ejemplo de una población que presenta un positivo y moderado apoyo al sistema de mercado medido por el FMMI, o un muy alto apoyo según encuestas del Pew Research Center. Pero esta nación ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX la imposición de un muy duro y rígido sistema comunista. Los miembros del partido y su líder Mao lograron forzar una economía planificada y centralizada, con resultados negativos de desempeño productivo. Esta situación comenzó a variar hacia 1978, cuando los integrantes de la jerarquía comunista fueron abandonando muchos postulados de su ideario, cambiando paulatinamente sus instituciones. Así, liberaron más y más su economía, permitiendo el funcionamiento de incentivos a la producción y a la eficiencia. Gracias a ello su crecimiento ha sido espectacular, transformándose hoy en día en una potencia mundial similar a los Estados Unidos.
Se ha mencionado que un detonante del cambio en China fue la iniciativa de altísimo riesgo que tomaron algunos agricultores en 1979, al subdividir a los efectos prácticos la tierra comunal. Tan fue el éxito del experimento ilegal que las autoridades lo terminaron aceptando y promoviendo. En última instancia los gobernantes han ido consintiendo la mentalidad de la población. Es altamente probable que, si China se transformara de una dictadura a una democracia, los partidos políticos proclives a la economía de mercado serían los dominantes y no lo contrario.
Chile parece ser el caso opuesto a China. Allí el apoyo al sistema de mercado es bajísimo, según la medición del FMMI, y presenta valores similares a los de Argentina. No debería sorprendernos mucho ya que en 1970 la población eligió como presidente al marxista Salvador Allende, quien intentó aplicar un modelo socialista, que incluía nacionalizaciones, control público de la banca y la reforma agraria.
El marco institucional en Chile no cambiaría por un cambio en la ideología de los votantes sino por imposición de un gobierno militar. En 1973 el gobierno golpista del General Augusto Pinochet encomendó a un grupo de economistas pro mercado, denominados allí “Chicago Boys”, el diseño e implementación de una política económica que incluyó desregulación, privatizaciones y el logro de la estabilidad monetaria. Inclusive Milton Friedman visitó el país en 1975, expresando su apoyo a las reformas que se estaban implementando.
Con el tiempo esta política resultó muy exitosa y Chile ingresó a un notable sendero de crecimiento y reducción del nivel de pobreza, superando recientemente al ingreso per cápita (y la esperanza de vida, junto con una menor mortalidad infantil) de su tradicionalmente más próspero vecino Argentina. Pero el nuevo estadio de desarrollo obtenido no parece haber afectado estructuralmente la ideología económica de sus habitantes. La mentalidad popular que fue el sustrato de la elección como presidente de Allende sigue en gran medida vigente: el FMMI del país es bajo, muy similar al presentado por la población argentina.
Es de destacar que los diversos gobiernos de centro izquierda que ganaron las elecciones a partir de la vuelta a la democracia en 1990 (hasta 2010, y de nuevo en 2014) no se atrevieron a desmantelar (aunque sí atemperaron) el marco institucional recibido. Sin embargo, el país claramente estaba en una situación de un equilibrio político inestable. Si hubiera aparecido en ese país –uno de los pocos donde todavía se encuentra muy activo el Partido Comunista– un personaje carismático populista de izquierda, Chile podría haber seguido el camino de la Argentina o Venezuela. El reciente estallido social no es más que una manifestación popular de una ideología reprimida que ha encontrado en las calles un modo de expresarse.
El autor es Profesor del Instituto Universitario ESEADE