En todo discurso inaugural de un nuevo presidente interesa ver a quiénes se dirige y qué se propone hacer con su mandato y el poder que inviste. El discurso también nos muestra cómo quiere presentarse la persona elegida por la mayoría y aceptada por la minoría de ciudadanos.
Por lo pronto, importa señalar el acertado énfasis con que el presidente Alberto Fernández se dirige a todos los ciudadanos, pertenezcan o no a su bandería. Ello, sin perjuicio de que según las cuestiones que se abordan envíe claros mensajes a destinatarios específicos. “A los argentinos que por su esfuerzo o por el motivo que fuera tienen una situación más placentera… le pediremos mayor esfuerzo solidario a quien tenga más capacidad de darlo”. Una suerte de estribillo lo expresa con claridad: “Comenzando por los últimos, para llegar a todos”.
Particularmente atinando son sus llamados a la concordia: “Tenemos que superar el muro del rencor y del odio entre argentinos”; “Si logramos detener el odio, podremos detener la caída de la Argentina. La primera y principal liberación como país es lograr que el odio no tenga poder sobre nuestros espíritus. Que el odio no nos colonice. Que el odio no signifique un derroche de nuestras personas viviendo en comunidad”.
El cuerpo del discurso describe en detalle los datos de la grave y penosa situación que recibe en herencia en todas las dimensiones de la vida del país: “Recibimos un país frágil, postrado y lastimado”. A diferencia de la hostilidad que puso de manifiesto en la campaña electoral, los datos y las estadísticas son objetivos y evitan un ensañamiento adjetivo para con los anteriores responsables del manejo del Estado.
Los anuncios sobre las políticas que se seguirán son en su mayoría genéricos. Se esbozan criterios acordes a la vez con el cambio en la orientación política elegida por la mayoría de los ciudadanos y con un espíritu de apertura: “Es la hora de la vocación compartida”; “Una Argentina unida no necesita unanimidad. Ni mucho menos uniformidad”; “Sabemos que nuestro país no se destaca por haber tenido políticas de Estado. Desde 1983 ha habido sólo dos constantes. La decisión irrevocable de vivir en una sociedad democrática y la voluntad de integrarnos regionalmente”.
Cabe mencionar algunas frases de efecto, no detalladas, que podrían reflejar una orientación de corte institucional como las de los “Acuerdos Básicos de Solidaridad en la Emergencia”, la creación de un “Consejo de Desarrollo” que trascienda el mandato de cada gobierno, la creación de una “Gran Escuela de Gobierno”, y un “Pacto Educativo Nacional”.
En política exterior, se propone la creación de un Consejo sobre Malvinas de composición política plural, criterio razonable que bien podría hacerse extensivo a toda la política exterior del país.
En una materia altamente sensible como la Justicia, el discurso presidencial supone un compromiso inequívoco con la separación de poderes que, es de esperar, implique un corte drástico, un “Nunca más” con prácticas que han proliferado en nuestra historia, contrarias a los valores democráticos.
En cuanto a la política que se seguirá con la prensa, se anuncia una reformulación en el manejo de la pauta de publicidad del Estado. Se postula “una prensa independiente del poder e independiente de los recursos que la atan al poder”; “No queremos avisos pagos con dinero de todos para que elogien las bondades del gobierno de turno”; “No habrá pauta del Estado para financiar programas individuales de periodistas. Sólo se destinará a instituciones periodísticas”.
Entre las personas que son citadas por su nombre, el primero y el último es Raúl Alfonsín. Otros nombres mencionados son, en su orden, los de Domingo Perón, “nuestro querido papa Francisco”, Arturo Frondizi, Alberdi y Sarmiento, Cristina Fernández de Kirchner, la señora madre del Presidente, Esteban Righi y Néstor Kirchner.
Finalmente, nuestro folklore político no podría estar ausente en un discurso largo como el que aquí comentamos. Algunas frases de efecto y contenido vago, incierto o polivalente, lo ilustran: “Nuevo Contrato de Ciudadanía Social”; “Los muros reemplazan a las grietas”; “Nunca más al Estado secreto”; “Es tiempo de ciudadanizar la democracia”.
Una cita en particular, sin embargo, denota una grieta conceptual seria y riesgosa. Dice el Presidente: “Para lograr el sueño de una convivencia positiva entre los argentinos, partimos de que toda verdad es relativa. ‘Tal vez de la suma o la confrontación de esas verdades podamos alcanzar una verdad superadora’, supo decir con acierto Néstor Kirchner”. Si de verdad existen distintas verdades sobre las mismas cosas, verdades superadoras y verdades que son inferiores, quiere decir que la verdad no existe unívoca, sino que existe la verdad de la voluntad del que manda y se impone al que obedece, del poder que carece de autoridad. Si toda verdad es relativa, todo el discurso presidencial puede serlo, y nuestros derechos también. Que el discurso presidencial concluya afirmando que todo es relativo nos deja también con una tranquilidad relativa. Y la incertidumbre subsiste cuando el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en una entrevista publicada por Página/12, habla de una “estrategia que diseña Cristina y una táctica que ejecuta Alberto”.
La incertidumbre se acrecienta cuando las primeras medidas que el nuevo gobierno se propone llevar a cabo, conlleva poderes extraordinarios que son contradictorios con los valores profesados en el discurso inaugural que aquí se comenta.
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Join discussion¿Alguna vez un Presidente argentino realizó lo que dijo en su discurso inagural?