Para decir que “William Blake habría sido el primero en entender que toda biografía debería empezar con las palabras En el principio creo Dios el cielo y la tierra”, a quien dedica el más extenso de estos ingeniosos ensayos, era necesario un Chesterton. Como también para afirmar que “todo juega en nuestra contra a la hora de valorar el espíritu y la época de Byron”. O para señalar que “un episodio reciente nos ha convencido por fin de que Stevenson era, tal como sospechábamos, un gran hombre”. O, cuando al referirse a Tolstoi, nos observe que “sólo cuando lo hemos visto por enésima vez (el universo) lo vemos por vez primera”. Al escribir sobre Charlotte Brontë, Chesterton afirma que «su obra representa la primera gran confirmación de que la monotonía de la civilización moderna es tan vulgar y engañosa como los atuendos de una fiesta de disfraces».
De su santo tan querido, Francisco de Asís, a quien le dedicara antes una muy hermosa biografía, en este libro anota que “el detalle que hacía a aquellos monjes volverse locos de alegría era el universo en sí: la única cosa auténticamente digna de disfrutarse”. Y para no dejar nunca de asombrarnos, Chesterton inicia sus páginas sobre el severo reformador enfrentado con los Medici de Florencia advirtiéndonos que “Savonarola es un hombre quien probablemente no llegaremos a entender nunca hasta que sepamos el horror que puede yacer en el corazón mismo de la civilización”. Pero, agrega, “eso no lo sabremos nunca hasta que seamos civilizados”.