La nueva derecha y la República

Casi en forma atropellada se suceden en el mundo noticias que generan desconcierto y, en no pocos casos, también temor. Cambios profundos hacen emerger líderes políticos desconcertantes en países de relieve por su influencia regional y global. Sangrientos conflictos se prolongan, con la participación directa o embozada de grandes potencias. Históricos procesos regionales de integración muestran señales de haber llegado a un punto de regresión. Iniciativas secesionistas convulsionan tradicionales Estados europeos. Movimientos extremistas subsisten agazapados en espera de una oportunidad.
Quizás el signo más claro del advenimiento de un nuevo tiempo político fue la controvertida llegada a la presidencia de los Estados Unidos de Donald Trump en 2017. Pero también en varios países se manifestó el debilitamiento de los partidos que podrían considerarse de centro o moderados y el correlativo fortalecimiento o triunfo de partidos radicales más bien reaccionarios, en algunos casos también populistas, permitiendo el acceso al poder de políticos como Matteo Salvini en Italia, Victor Orban en Hungría, y recientemente, Jair Bolsonaro en Brasil.
Se ha dicho que hubo un fuerte voto castigo a los demócratas en general y en particular a Hillary Clinton en las elecciones de los Estados Unidos, y a la corrupción del Partido de los Trabajadores en el caso de Brasil. Ciertamente queda en evidencia un alejamiento de la política tradicional y se intuye una cierta regresión a la ilusión del “hombre fuerte” que elude los mecanismos institucionales, probablemente porque no los considera lo suficientemente valiosos. En efecto, es posible postular, sin negar sensibles diferencias, la presencia de rasgos comunes en estos casos. Por ejemplo, se trata de liderazgos personalistas, a veces en fuerte tensión con sectores de sus propios partidos (como sucede con Trump y los republicanos), que aspiran a un contacto directo con los ciudadanos. Tienen mala relación con los límites institucionales, el pluralismo y la libertad de prensa. Además, muestran una orientación nacionalista, antiglobalizadora, proteccionista, fuertemente restrictiva respecto de la inmigración, explotando políticamente los miedos de la ciudadanía, por ejemplo, el tema de la seguridad en Brasil. Por otro lado, a través de discursos y gestos transgresores, estos líderes y sus manifestaciones reflejan pensamientos y sentimientos reprimidos de amplios sectores de la ciudadanía. Y por supuesto también hacen visible la desilusión con el sistema político tradicional. Líderes que, como observa Enrique Krauze, pretenden afirmar: «El pueblo soy yo».
Uno de los mayores peligros de estos excesos histriónicos y hasta la verborragia chabacana e imprudente es exacerbar pasiones antisociales. Por lo pronto, este estilo político fuertemente confrontativo ya tiene efectos que debilitan los vínculos de solidaridad, tanto en el ámbito internacional (sucede en la Unión Europea y el Brexit) como en el plano interno.
Algunos analistas interpretan estos nuevos liderazgos como fenómenos especulares de los populismos de izquierda que se extendieron desde los primeros años del nuevo milenio en Latinoamérica, aún cuando se trate de regímenes que suelen ser considerados de derecha. Pero sorprende la fuerza que adquieren incluso en países caracterizados tradicionalmente por instituciones y economías más sólidas.
En esta instancia cabe preguntarse si estamos ante un punto de inflexión político y cultural: ¿debemos entenderlo como uno de los tantos vaivenes del juego democrático o como un proceso que pone en peligro la subsistencia de la democracia republicana?
Cabe señalar en este punto que el contexto también ha cambiado aceleradamente. Las sociedades de las democracias asentadas como las que trabajosamente emergieron primero del proceso de descolonización y luego del colapso de la Unión Soviética, se encuentran ante nuevos desafíos en la cultura y la gestión de la polis, la economía, la ciencia, la tecnología y la seguridad. La cultura contemporánea ya no está anclada solamente en cada sociedad y sus tradiciones propias, sino que se difunde rápidamente por oleadas con componentes comerciales, intelectuales, valorativos e ideológicos que ejercen su influencia en juventudes naturalmente proclives a lo nuevo, a lo que representa una posibilidad de cambio de todo lo que se percibe como insuficiente, negativo, nocivo o amenazante. De esta manera, un fenómeno como el de las migraciones internacionales representa un drama tanto como un síntoma de un mundo que no tiene gobierno. El mismo contexto que impulsa a unos a emigrar, a otros los lleva a retraerse en el ámbito de lo propio en un afán de seguridad y certeza que ya no existe.
Cuando el clima contemporáneo genera incertidumbre y con ella inquietud, miedo y reacciones de cerrazón y desconfianza, se minan las relaciones entre las personas, las sociedades y los países. La corrupción es un elemento insoslayable a la hora de explicar el descreimiento de la política y el predominio de la relación directa de los líderes con la multitud, sobre todo gracias a la creciente incidencia de las nuevas tecnologías de la comunicación.
En este contexto, cabe preguntarse por la forma en que funciona la República y las posibilidades de la agenda política de interpretar los reclamos y las necesidades de la sociedad de hoy. Como en tantos otros momentos de la historia, es oportuno apelar a los moderados para que puedan hacer oír su voz, logren dar con las respuestas adecuadas y recuperen la entidad política de la que adolecen.
La Argentina cierra su año preelectoral con una economía empobrecida e incierta, y al mismo tiempo una visibilidad internacional inusitada. ¿Qué conciencia existe en nuestros dirigentes sobre la manera más adecuada de responder a estos desafíos en función del bien común de los argentinos? ¿Qué respuestas, qué medidas, que acuerdos y propuestas se ofrecen a los ciudadanos?
Mientras el Gobierno ata su suerte al mástil del FMI, el peronismo ensaya nuevas configuraciones entre sus múltiples corrientes internas. En el conjunto de la dirigencia argentina, «los que mandan», falta tal vez la convicción de que es necesario imaginar un futuro posible en este mundo dinámico, riesgoso e impredecible, donde las cargas estén mejor repartidas y los beneficios sean distribuidos más equitativamente, donde la justicia sea verdaderamente independiente, donde el Estado sea gestionado por personas más idóneas que amigas, donde el federalismo no sirva de pantalla para disimular sultanatos.
Hacer política en estos tiempos no es un desafío fácil de asumir, pero es tanto más necesario. Timothy Snyder, en sus «lecciones sobre la tiranía», dirigiéndose al ciudadano común, sostiene que «las mínimas decisiones que tomamos son en sí una especie de voto, y hacen más o menos probable que se celebren elecciones libres y justas en el futuro. En la política de lo cotidiano, nuestras palabras y nuestros gestos, o su ausencia, son muy importantes».

2 Readers Commented

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  1. RUBEN PERETTI on 31 enero, 2019

    Creo que con la nueva tecnología informática, los votantes están aprendiendo a reflexionar y saben lo que no quieren. Ruben Peretti

  2. Lucas Varela on 31 enero, 2019

    Es difícil despejar un mensaje. Quizás, sea esta la intención.

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