
Hijo de eslovenos y del conurbano bonaerense, Pedro Opeka (70) es sacerdote vicentino-lazarista y misionero en Madagascar desde hace 50 años. Estuvo en la Argentina y países limítrofes durante julio y agosto de este año dando testimonio de su obra que dignifica en múltiples y básicos sentidos a los más pobres en Akamasoa. Entre otras distinciones, recibió un doctorado honoris causa en la Universidad del CEMA.
¿Cómo vivió este viaje?
Sé que es muy especial. Nunca esperé esta reacción, este interés, un cariño tan grande. Vi sed entre la gente, una sed que no sé cómo explicar porque es humana, espiritual. ¿Qué le puedo decir a todos aquellos que en cada declaración mía espera palabras extraordinarias? Ojalá lo que yo transmito pueda producir una alegría en las personas. Sin embargo, lo que hago es vivir mi responsabilidad como ser humano, como cristiano y luego como sacerdote. En Bolivia vi una Iglesia viva, que busca responder a los jóvenes. Viví fraternidad entre laicos, sacerdotes y obispos. En Uruguay pude encontrarme con mis hermanos lazaristas, con el cardenal Daniel Sturla, que me recibió junto con el intendente de Montevideo.
Ante la crisis de los liderazgos, ¿por qué, quienes como usted encarnan la superación de situaciones adversas, provocan tanto interés?
La gente necesita que se le hable de la vida a partir de experiencias concretas, directamente, con sinceridad y palabras simples y, a la vez, profundas en sentido y en vivencias. Dios me dio una fuerza, un carisma… porque esto no me pasa solamente en la Argentina, sino en cualquier parte, también en países que no hablan español. Y me sorprendo. Intento llevar la frescura del Evangelio.
Usted suele entrevistarse con presidentes, representantes gubernamentales, líderes sociales; de hecho aquí se reunió también con el presidente Mauricio Macri. ¿Qué sucede cuando habla con otros líderes?
Creo que les impacta mi manera de ser: directa, espontánea, sincera y testimonial. Soy lo que soy y lo que vivo con los más pobres. Y con esos líderes también.
¿Cómo fue su encuentro con el papa Francisco?
Mantuvimos dos encuentros, el 25 y el 28 de mayo de este año. Fue muy ameno, espontáneo, fraternal, porque vino hacia mí con un tono familiar, paternal: “Hola, Pedro, ¿cómo estás?”. Y agregó: “Qué lío estás haciendo allá en Madagascar, ¿eh?”. Después me dijo: “Bueno, Pedro, fuiste mi alumno…”. Y se acordaba cosas de mí: en su memoria me veía correr por los campos… También me preguntó si estoy preparando mi sucesión y habló de la muerte: “La muerte nos llega a todos así que tenés que pensar porque esto no tiene que detenerse y la muerte es una presencia en la vida de todo el mundo”.
Entiendo que se trató de una conversación entre dos personas que están acostumbradas a hacer.
Yo eso no lo podría decir, pero sentí una gran intensidad en la fraternidad, intensidad de él en recibirme, de estar completamente presente en esa charla y a mi disposición.
DEL BASURAL A LA CIUDAD SOLIDARIA
¿Cómo es su día de trabajo en Akamasoa?
Comienzo con la oración. Apenas me levanto me hago la señal de la cruz y le digo al Señor: “Este día te lo dedico a vos, bendecilo, bendecime y bendecí a toda persona que encuentre en este día”. Luego rezo la Eucaristía, desayuno y respondo los correos electrónicos. Más tarde me reúno con los responsables que me exponen problemas, dramas, y tratamos de buscar soluciones. Los responsables son cientos y cada día son varios los que vienen.
¿En qué está pensando cuando habla de dramas?
Muchas enfermedades, muertes, robos, problemas de familia, peleas entre la gente… Y todo esto en Akamasoa, como en cualquier ciudad, donde vivimos 25 mil personas.
¿En qué consiste su intervención?
Asistencia legal, sanitaria… todo eso. Tenemos médicos que también quieren informarme y que sepa lo que ocurre. Por ejemplo, me cuentan propuestas particulares. Yo delegué muchas cosas: me ausenté más de dos meses y Akamasoa funciona. Estoy rodeado de personas que asumen su responsabilidad, sobre todo las mujeres, que son más sacrificadas en todo sentido. Perciben más rápido lo que hay que hacer, se dan más y son más comprometidas. Ellas no se van hasta que el trabajo no termina. Dan todo su talento y toda su fuerza por su pueblo. Si ellas no tuvieran esa actitud seríamos todavía más pobres.
¿Tuvo oportunidad de conversar con líderes latinoamericanos sobre la importancia de la educación para superar muchos de los problemas comunes?
Sí. Cuando hablo de educación, la gente se interesa. La educación no es solamente transmitir conocimientos en general, es también transmitir valores, fuerza de la cual nadie es propietario: la fuerza espiritual. En Madagascar se dice: “Lo que hace la persona es el espíritu”. Hay una tendencia a olvidar esta fuerza espiritual. Y al espíritu hay que darle alimento. No se puede olvidar el espíritu porque es a partir de ahí que vamos a reconocernos humanos, miembros de la misma familia, hermanos, interdependientes. Para mí van juntas la educación intelectual y la espiritual.
Usted presenta a dos de sus colaboradores malgaches como la señorita Tutzu y la señorita Odette. ¿Por qué la delicadeza en el trato y los vínculos?
El respeto es la base de toda convivencia humana. En la familia, en la sociedad, en la nación. Cuando se respeta a la persona, ésta se pone en actitud de recepción y ya no teme. Aquí, en la Argentina de hoy, percibo mucha violencia verbal y también física, en las canchas de fútbol, por ejemplo. Me sorprendí de que las hinchadas visitantes no puedan ir más a los estadios. También percibo desconfianza. ¿Por qué hay violencia? Porque la gente se siente agredida, no respetada. Faltan líderes que expliquen el momento que se está atravesando con fuerza, autenticidad, verdad, que digan “estamos en esta situación”. Esto yo no lo vivía cuando me fui del país el 20 de agosto de 1968. Ahora encuentro otra Argentina, dividida, con violencia, con indiferencia, que es un poco insensible.
¿A quién le reza?
A Jesús. Tengo una amistad directa con él, la más normal posible. Jesús fue un hombre y también fue Dios. Me impresiona especialmente su humildad, el coraje al decir la verdad, al denunciar las injusticias ante las autoridades de su tiempo, fueran los reyes de Judea, los romanos, los sacerdotes del templo, que eran intocables. Él lo decía con valentía y sin pelos en la lengua. Delante del obispo de Mar del Plata, cité una frase que me gusta mucho del teólogo suizo Maurice Zundel: “Yo vivo Dios”. Yo hablo muy poco de religión: hablo de fe. La religión comporta un conjunto de ritos, de culto, de prescripciones que hay que cumplir, y si no se las cumple, se está en las puertas del juicio. Nadie, salvo Cristo, puede atraer a todas las generaciones.
¿Tuvo miedo alguna vez?
Sí, cuando sufrimos la epidemia de peste bubónica y cólera. La muerte llega en 24 horas. Pero nos quedamos ahí, con todo el equipo. El miedo existe en todas partes. Quien dice que no lo tiene, está fanfarroneando. Vencer el miedo, esa perfección que nos falta, es sentirse dependiente del amor de Dios. Lo que no tengo yo me lo va a dar él con su palabra, el Evangelio, los sacramentos.
LA EXPERIENCIA DE LOS CURAS VILLEROS
En un segmento preparado por el canal Todo Noticias, lo presentaron como el “santo de Madagascar”. El cardenal Mario Poli lo sorprendió al pedirle una bendición particular ante miles de personas al finalizar la misa de apertura de la Jornada de Oración y Alabanza que la Renovación Carismática de Buenos Aires organizó en el Luna Park el 9 de julio. Es candidato al Premio Nobel de la Paz hace varios años por su obra Akamasoa. Al entrevistarlo para Criterio en casa de su hermana, me bendijo, rezamos juntos y al despedirnos pidió un favor especial: “Quisiera que reflejara en su nota que para mí los curas villeros son la honra de la Iglesia argentina”. Todo un mensaje no sólo por el contenido sino por el autor. Sólido como la obra de sus manos al borde del océano Índico, hablando malagasy, procurando dignidad para la vida de sus hermanos en esta porción de su tiempo y espacio.
OPEKA DIXIT
“El Papa Francisco contagia su humildad a los obispos”.
“Ser cardenal no da prestigio y no es el final de una carrera: es el principio de un nuevo servicio”.
“Si la prensa se ocupa de uno, hay que responder. Siempre tenemos algo que decir, una buena noticia que dar”.
“El arzobispo de Atananarivo me dio una parroquia personal: ‘Los pobres, los sin techo son tus parroquianos’”.
“Es una vergüenza que haya tantos pobres en la Argentina. Esto se puede y debe mejorar. Hay que despertar para hacer el bien”.
“Nuestra misión: perdonar, olvidar y continuar”.
“La experiencia del terreno es la mejor de las teologías”.
“Europa se ha vuelto estéril en vocaciones religiosas”.
“Hay que proclamar el Evangelio. Va a salvar nuestra Iglesia, y no las leyes, no las prescripciones, no el derecho canónico”.
“Estamos clavando en la cruz a nuestros hermanos los pobres, a los jóvenes, a los chicos, a los que tienen problemas”.
Más información sobre la obra del padre Opeka: www.perepedro.com
Virginia Bonard es periodista, editora, autora de La Virgen de San Nicolás y Nuestra fe es revolucionaria. Jorge Mario Bergoglio. Francisco.
Fotos: Gentileza Hernando Pollicelli
1 Readers Commented
Join discussionQué bueno! Me encantó y tiene la sencillez , la profundidad y ternura del Padre Pedro. Y la de La periodista! Muy cálida. Gracias!