Reseña del libro «Memorias de un director de museos», de Alberto Bellucci (Buenos Aires, 2018)
El autor estuvo veintisiete años, entre 1990 y 2017, al frente de tres museos nacionales (Arte Decorativo, Arte Oriental, Bellas Artes), en un lapso que va desde la primera presidencia de Carlos Menem hasta la actual de Mauricio Macri. Si a eso agregamos una nutrida y por lo general efímera y poco lucida serie de secretarios y ministros de Cultura como superiores inmediatos, estas memorias podrían haber sido las de una “misión imposible”. Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes al tiempo de su jubilación, Bellucci queda asociado a grandes momentos y valiosos proyectos llevados adelante en dos museos orgullo del país y uno que pasan los años y sigue sin rumbo ni destino, “la historia de un fracaso”. Sin solemnidad, permitiéndose compartir con el lector destellos de humor hasta en los momentos más álgidos, conmovedor cuando narra la restauración del clave y el dolor hecho generosidad que lo permitió, el recuerdo agradecido en afectuosas semblanzas de tres mujeres que hicieron posible muchas realizaciones con inteligencia y sensibilidad además de medios económicos –Chiquita García Arias, Inesita Zavalía y Amalita Fortabat, para identificarlas de la manera como se las conocía–.
Exposiciones como la del catalán Antoni Tapiés, la de Macedonia en 1996, las de Rodin y Houdon, en el Errázuriz, a lo que debe agregarse la recuperación del hoy restaurante de la entrada, la salita y el dormitorio de Sert para el hijo de los Errázuriz Alvear, la restauración de la casa misma. Y en Bellas Artes, la antológica de Antonio Seguí, la de pintura española del propio Museo y el reordenamiento de las salas permanentes, dando lugar a muchas obras guardadas en depósito. Hubo ilustres figuras de visita en ambos museos: los actuales reyes de España y Bélgica, ambos Felipe; Mitterrand con Alfonsín; el gran Rostropovich y su esposa la soprano Galina Vishneskhaya; la actriz Sharon Stone y muchos más, parte de un mundo de la política y la cultura que se reflejó también en memorables conferencias y conciertos.
Pero lo que no se ve pero es fundamental, es el día a día de llevar adelante la tarea. El arquitecto Alberto Bellucci, colaborador de CRITERIO, ha publicado los preciosos bosquejos de paisajes alrededor del mundo en Viajes dibujados, y como apasionado conocedor de la música, coleccionista de autógrafos de los más grandes compositores e intérpretes del siglo XX, los sintetizó en Mi vida con la música.
En el prólogo de su último libro, Memorias de un director de museos, Héctor Guyot escribe con todo acierto: “En sus intereses múltiples, en sus talentos diversos, Bellucci es un hombre de vocación renacentista. Todo le interesa. Todo le compete”. En definitiva, “detrás, escondido, estaba siempre el artista. Y era quizás el artista el que hacía del museo a cargo, cuyo cuidado y engrandecimiento se volvía obsesión, su obra. Una obra que tenía al público como destinatario”. Auguro que estas Memorias, edición del autor, sean leídas y asimiladas por otros directores y por funcionarios. Hay mucho para aprender, para valorar el patrimonio de Buenos Aires y del país, y para advertir que hay quienes, como el autor, pueden despedirse diciendo “misión cumplida”.